Conectando extremos
El 1 de junio se estrenará en cines ecuatorianos Del Núcleo al Sol, un recuento de dos de las hazañas alcanzadas por Millán Ludeña, un guayaco que decidió unir lugares inhóspitos.
“Si el reto no te hace temblar las piernas quizás no es lo suficientemente grande para ti”, es una de las frases que Fernando Millán Ludeña Rodríguez menciona en sus conferencias nacionales e internacionales. Pareciera que quien la escribió en una de las paredes de su casa cuando vivía con sus padres –José Manuel (Loja) y Mireya (Quevedo), junto con Israel, su hermano, y Yunín, su hermana– en Ayacucho y la 8, no sabía que marcaría la vida de este ingeniero agrónomo guayaquileño, dueño de una fortaleza mental y física que lo ha llevado a lograr hazañas que son casi imposibles de alcanzar.
En Del Núcleo al Sol se resumen solo dos de ellas: la una cuando consiguió el récord Guinness al correr la media maratón (21 km) a 3.560 metros de profundidad en una mina en Sudáfrica a una temperatura de 40 grados Celsius. Y, la otra también de 21 km en una exhausta y fría carrera hasta la cima del Chimborazo a 6.310 metros sobre el nivel del mar. De allí el nombre del documental que en inglés lleva el título de From Core to Sun.
“No soy un corredor a tiempo completo ni profesional del deporte. No me he formado para eso, de pequeño ni soñé siquiera enfrentarme a los lugares más extremos de la Tierra. Mi formación académica explica hacia dónde quería ir: ser un investigador de las energías renovables, pero fue la muerte de mi mejor amigo la que me marcó”, explica Millán, de 38 años, 1,61 de estatura, quien también estudió ingeniería en matemáticas en la Politécnica y tiene una maestría ABM obtenida en el Incae.
El documental, dirigido por Oliver Garland, es el resumen de dos de las metas que Ludeña se impuso. Un hombre imparable en la búsqueda de nuevos retos que desafían no solo su condición física, sino también que superan las creencias limitantes que pudieran afectar su rendimiento.
Es un hombre sencillo, desinteresado de la fama. Cuando era alumno de la Escuela Agrícola Panamericana o Universidad Zamorano, en Honduras, Millán conoció a otro guayaquileño, Juan José Castelló, con quien hizo una entrañable amistad. Al terminar los estudios regresaron a Ecuador y empezaron lo que sería un negocio societario, junto con otras personas, pero el destino dispondría otra cosa. “Íbamos a trabajar en un proyecto de producción de cacao orgánico en 100 hectáreas ubicadas en Limoncito (provincia de Santa Elena). Pero una tarde cuando Juan José regresaba a Guayaquil tuvo un accidente de tránsito y falleció. Esta sociedad, luego de ese incidente, se convirtió en un emprendimiento focalizado en lo social porque nos dimos cuenta de que habían muchos jóvenes que no tenían acceso a la educación. Entonces se creó la Fundación Juan José Castelló Zambrano que impulsaría el proyecto Yo sueño con Limoncito junto con el Ministerio de Educación, con la idea de crear un ‘Zamoranito’ en Ecuador, no una universidad, pero sí un colegio público con el mismo modelo. De allí fuimos a Honduras, hablamos con el rector y empezó todo. Se firmó el convenio con Zamorano, con el cual cada año, un colegial con las mejores notas se va becado a la universidad centroamericana. La fundación en sus 10 años de funcionamiento ya ha enviado varios alumnos, algunos de ellos ya egresados”.
Sin preparación
Hasta ese momento Ludeña no tenía idea de lo que haría después. Por cuestiones de trabajo se mudó a la capital ecuatoriana. “En Guayaquil yo corría 2 kilómetros, pero cuando me mudé a Quito y al conocer las montañas empecé a correr 5. Con este avance, emocionado me inscribí en una carrera en Mojanda (provincia de Imbabura) en la que había categorías de 10, 20, 50 y 80 kilómetros. Me dije ‘si corro 5, 10 podría ser un reto interesante’. Pero las dos primeras estaban llenas y los organizadores me dijeron: ‘Haz 50 u 80 si quieres’. No sé por qué sentí que ese comentario era en tono despectivo. Reaccioné diciéndoles dame 50, lo hice impulsivamente, no pensé en mi capacidad física. Ya en el día de la carrera me di cuenta del error que había cometido. Todos estaban vestidos con ropa y accesorios adecuados para correr 50 kilómetros –menos yo–, incluso fui con una camiseta sin mangas en pleno frío. En el km 9 decidí botarme, pero una carrera en la montaña no es así. Puedes retirarte cada cierta distancia y los 9 km no era un punto para salirte. El siguiente eran los 15 km. Entonces decidí avanzar hasta allí, luego continué hasta completar los 50. Completé muy exhausto la carrera en 15 horas”.
Ese miedo de correr en la montaña fue como un bichito que lo motivó a buscar nuevos desafíos. De allí que “Solo una voluntad inquebrantable conquista grandes sueños”, la frase que adorna el póster del documental, describe en esencia lo que Millán es. “Allí nació todo esto. Seis meses después fui a la Patagonia argentina donde corrí 160 km en 58 horas con temperaturas muy bajas. Dormí muy poco en la montaña. Caminé en medio de la nada aprendiendo lo que hacía el resto de competidores que eran en su mayoría rusos. Fue entonces cuando agarré el gusto por enfrentarme a lo extremo”.
Durante la entrevista hago una pausa porque quiero entender de dónde sale ese entusiasmo. Es cierto, cada día las personas se imponen retos, pero lo de Millán no es decidir ‘hoy corro 5k mañana 7 o 10’. Eso está bien, pero noto que lo de él raya en cuestiones más profundas. “La partida de Juan José hizo que yo entendiera lo efímera que es la vida. Ambos planificamos estratégicamente nuestra visión de trabajo en una computadora: eran el proyecto y negocio perfectos, pero la vida real es otra cosa. La mayoría se aferra a planificar su existencia, pero el único hecho real es que esta noche, por ejemplo, no sabemos con certeza si llegaremos a nuestra casa. Si sabemos que vamos a morir en algún momento, más nos vale que empecemos a vivir y hacerlo con un concepto que vaya más allá del simple hecho de respirar. Hay que replantearse la vida, analizar el camino que hemos recorrido y preguntarnos qué hemos hecho. Lo peor es sentir que la vida se nos va sin haber hecho nada valioso por nosotros o por el resto”.
Suenan a palabras de un motivador, pero es lo que ha cosechado Millán en cada gota de sudor, en cada dolor físico, en cada quebranto de su salud. Para él su experiencia es una especie de proceso en el que ha existido un potencial, un impulso o una motivación por conseguir algo usando la fuerza del hábito mental para alcanzar lo que se ha trazado. “Mi mayor temor es la muerte. En ciertas circunstancias es la que te da la cachetada para que reacciones y entiendas que la vida está allí, pero que hay que aprovecharla, siempre cumpliendo tus sueños, no dejar de ser un soñador y empezar intentando que se hagan realidad. Es cierto, depende de muchos factores. Pero si al menos empiezas a trabajar con tus sueños, al menos estás viviendo tu propia vida”, destaca Ludeña.
Él corrió en el desierto del Sahara la Maratón de los Sables, cubriendo 240 km; luego 100 km en la Antártida a menos 30 grados; 21 km en el sitio más profundo de la Tierra –la mina Mponeng en Sudáfrica–; otros 21 km en el sitio más cercano al sol desde nuestro planeta –el Chimborazo–, más los 160 km de la carrera La Misión en la Patagonia. Millán dice que no se trata de cantidades, ni lugares, ni distancias recorridas, ni siquiera de temperaturas. “Son desbloqueos mentales”.
‘Corro para evolucionar’
En el documental no pueden faltar las personas que lo han acompañado de cerca o de lejos cada travesía. Su familia, su novia, su equipo de profesionales, alentándolo en cada desafío. “Corro para convertirme en el dueño de mi vida, corro para enfrentarme a desafíos suficientemente grandes y retadores, pero cada vez me va quedando claro que si tus sueños los trabajas ordenada y planificadamente, todo es posible. Soy un apasionado por la vida”.
Es Carolina Bassignana, su novia, un “todoterreno” en los correcorre de Millán. Es quiteña de descendencia italiana. En el filme es omnipresente, ha acompañado a Millán en sus travesías, apoyándolo con un beso, un abrazo, dándole masajes y hasta con una sonrisa como simple señal de que ella está con él.
El documental
Entre las varias puertas que Ludeña tocó tuvo el apoyo del Ministerio de Turismo en 2016. “Me dijeron ‘consigue una productora para hacer el documental’. Entonces averigüé y fue Levector Films en Guayaquil la que me interesó mucho. Nos asociamos y luego seguimos buscando el financiamiento”.
El uruguayo Oliver Garland, cineasta, paracaidista y actor, es quien dirige este filme. Ludeña explica la presencia de quien es conocido como “el Spielberg de la aventura”. “El contacto se hizo luego de que él terminara de hacer un comercial con Luis Suárez, el futbolista uruguayo del Barcelona de España. Cuando nos reunimos el equipo de producción y Oliver, él se quedó encantado y dijo ‘hagámoslo porque el potencial es una maravilla’”.
La idea es llevar el filme a los principales festivales de cine en el mundo y finalmente a Netflix, que sería la primera producción ecuatoriana en esa plataforma.
Tal como dice el mismo Millán, “el docufilme muestra la historia de un tipo que insiste en ser normal, pero que sueña con cosas extraordinarias”. “Es entonces que, en cada desafío, se forma una especie de paradoja y muy complicada porque cada aventura es más compleja que la anterior y la que sigue debe ser mejor”.
Ya está preparando su siguiente aventura. Esta vez será con la venia de San Millán de la Cogolla. Estaremos a la espera de ver qué es lo que hará.
LA FIRMA DE LEVECTOR
Levector Films es la productora encargada del documental con Jeff Karram y Shanna Robalino como productores, y Fausto Arroyo, editor. “Uno de los desafíos más grandes fue la logística de las locaciones y la filmación que se tuvo que realizar en cada lugar. Somos una productora guayaquileña en la que trabajamos día a día a nivel del mar y tuvimos que armar un plan de entrenamiento (junto al de Millán) para que nuestro equipo este apto para capturar todos los entrenamientos de él. Nuestro deber era cubrir todo el reto y parar la filmación no era una opción, ya que no podíamos decirle a nuestro protagonista que repita una escena hasta preparar la cámara, el lente, etc.”, dijeron los productores.
El personal que participó en el entonces proyecto –equipo de animación, posproducción, música, sonido,? promoción y distribución– fue alrededor de 200 personas. “Viajamos a tres continentes en menos de cinco días. Estuvimos también en condiciones extremas. En la mina teníamos que ver qué tipo de cámaras eran tolerantes a la precipitación por causa de la extrema humedad que había adentro y ver que los lentes no se llenen de agua. En el Chimborazo fue la misma lógica. Tuvimos que ver qué cámaras los operadores podían manejar, ya que en altura todo lo que uno carga se hace 3 veces más pesado. Usamos unas 30 baterías de cámara, filmamos con 5 cámaras en el Chimborazo y realizamos 2 campamentos de producción en alta montaña”, destacan.
En cuanto a Garland comentan que previamente Levector ya había trabajado con él en otros proyectos. “Pero este fue su primer largometraje al igual que para nosotros. Supimos desde el inicio que necesitábamos a un director que podía lograr entrar en el mundo de Millán, capturar su esencia e historia y confiar que lo ejecutaría bien artísticamente”.
La etapa de posproducción duró siete meses y el documental costó 250 mil dólares en total.