Jeanne Moreau: Arte, vida y fuego
Como “una leyenda del cine” la describió el presidente de Francia, a su fallecimiento.
No se leía mucho de ella recientemente, porque a los 89 años su última aparición cinematográfica fue siete años atrás. En la historia del cine, Jeanne Moreau ha entrado a ese canon sagrado donde sus apariciones siempre tenían una fuerza propia, muy personal y realista al mismo tiempo. Fue la musa –literalmente– de los grandes directores de la nueva ola francesa a fines de los cincuenta y comienzos de los sesenta. Su “descubridor” en el cine fue el director Louis Malle en Ascensor para el cadalso (1958) y el mismo año realizó con él Los amantes, donde su personaje vive una noche de sensualidad desbordada jamás vista en el cine de ese momento.
No se la podía encasillar como otra femme fatale, porque sus interpretaciones poseían una característica única: siempre había un lado misterioso muy sutil donde afloraba una mezcla de frialdad y calidez. Así la vimos platinada en La Bahía de Ángeles, de Jacques Demy (1962), y en Jules y Jim (1964), una de las obras maestras de Francois Truffaut, haciendo de Catherine, el eje de un menage a trois entre dos amigos, donde su fulgurante alegría de vivir se revela en esa maravillosa secuencia cantando El torbellino de la vida, una melodía que se entonaba en los labios de cada cinéfilo en el mundo.
Estaba mucho más allá de ser un simple símbolo sexual. Tanto para Luis Buñuel, con quien trabajó en El diario de una camarera, como para Tony Richardson (Mademoiselle) u Orson Welles –con quien eran grandes amigos e hicieron cuatro películas– ella era una actriz que todo lo podía hacer: “la más grande actriz de todas”, decía Welles.
Su carrera artística –ella misma lo decía– comenzó con una cachetada de su padre a los 15 años cuando le comunicó su vocación. Cinco años después fue la actriz más joven incorporada a la compañía de la honorabilísima Comedia Francesa.
Y uno podría seguir con decenas de más películas donde La noche de Michelangelo Antonioni es una de las perlas, encarnando la disolución de un matrimonio en una velada nocturna escalofriante, junto a Marcelo Mastroianni.
No recuerdo un momento gratuito, facilista o mediocre en ninguna de sus apariciones. “El cliché es aquel que habla de que la vida es una montaña”, dijo para The Guardian una vez. “Uno la sube, llega a la cima y entonces regresa. ¡No! Para mí la vida es seguir para arriba hasta cuando uno se incendia”.