La juventud de un transgresor
El famoso realizador italiano Ettore Scola ha estrenado un cálido y divertido homenaje a Federico Fellini, su gran amigo de largos paseos en noches romanas.
La nostalgia es un elemento recurrente en algunas creaciones artísticas, especialmente en el cine y la música. Cuando a sus 84 años el director Ettore Scola se propuso retomar la batuta de la dirección cinematográfica -su última producción fue Gente de Roma en el 2003- el trabajo mayor era reactivar los recuerdos de su entrañable amistad con Federico Fellini.
Scola, tenía mucho en común con Federi -así le decían sus amigos-, director de La Dolce Vita. Ambos eran acérrimos residentes de su adorada Roma y usuarios de Cinecitta, los grandes estudios donde Fellini filmó todas sus películas y donde finalmente se realizó el velorio a su muerte en 1993. Además, ambos realizadores comenzaron sus carreras artísticas como dibujantes-caricaturistas en diferentes etapas.
Scola nos conecta a su memoria al inicio de Qué extraño llamarse Federico con nada menos que las palabras de otro Federico: el poeta García Lorca. Sobre la imagen de un aparente Federico Fellini sentado de espaldas frente a un mar proyectado en uno de los inmensos telones de Cinecittá escuchamos una voz en español: “...Yo en mis ojos paseo por las ramas / Las ramas se pasean por el río / Llegan mis cosas esenciales / Son estribillos de estribillos / Entre los juncos y la baja tarde / ¡Qué raro que me llame Federico!”.
Lo que viene después es en buena parte una inspirada recreación de la juventud de Fellini, cuando llega de 19 años a Roma en 1939 desde su nativa Rimini a integrarse al staff de Marc’ Aurelio, semanario satírico de corte político de amplia circulación. Scola filma esto en blanco y negro, como el típico cine de la época de la Segunda Guerra Mundial que engendró después el neorrealismo italiano. Fellini es interpretado por Tomasso Lazzoti, con un aspecto flacuchento y desgarbado muy ligado a las fotos del director en esos años.
“Laboratorio de ideas”
El editor de la revista introduce a Federi a las reuniones de los otros periodistas-dibujantes en lo que el llama un laboratorio de ideas: la mesa redonda donde estos agresivos caricaturistas ideaban maneras ingeniosas de burlarse de media humanidad en pleno facismo, con Mussollini en el poder. Allí como que solo faltaba nuestro Bonil. Y a veces hay interrupciones: visitas de militares para olfatear posibles elementos subversivos. Y el editor les advierte del peligro: "al exilio me voy yo, no ustedes"
La sorpresa es que el gremio de humoristas es algo circunspecto y bastante serio. Ellos viven del humor y cualquier personaje público puede ser su target. Pero Fellini parece no encajar en esto, porque sus héroes cómicos estan más ligados a los romanos que el observa en las calles durante largos paseos con amigos y donde después se integra el joven Ettore Scola (Giacomo Lazzoti), cuando Fellini ya había dejado el oficio y comenzado a escribir para el cine.
Él continúa libreta en mano dibujando los personajes de su imaginación, a la manera de un story board de fantasías, que Scola registra y conecta con los de grandes películas. “El dibujo siempre fue un elemento en el trabajo de los dos”, dice un melancólico personaje que la película introduce como narrador. “Ellos compartían el mismo hábito de de dibujar a los personajes de sus películas, como grotescas caricaturas destinadas a maquilladores, vestuaristas y escenógrafos”.
En un café al fresco, meses antes del reconocimiento mundial por La Strada (1953), Ettore le regala a Federi un Óscar de madera que tiene la particularidad de mover los brazos y hacer una yuca. Para estos dos creadores, los premios son secundarios. Fellini recibió cinco premios Óscar durante su carrera.
Las andanzas nocturnas
Ya en su tercera edad, los amigos son interpretados por actores que aparecen en siluetas, siempre filmados en el foro 5 de Cinecittá, con sorprendentes efectos digitales para registrar lo que sucede a su alrededor mientras pasan los años. Muchas veces recogen en su carro a vagabundos de oscuros callejones romanos, como la prostituta que cuenta una historia que parece engendrar Las noches de Cabiria (1957), otra obra maestra de Fellini. O el pintor de tiza en las veredas de Piazza Navona, que se convierte en un filósofo del arte contemporáneo y que provoca profundas lecciones de vida de Fellini, que Scola registra magníficamente.
“El artista es primero un transgresor”, dice Federi. “No creo en la libertad total de la creación. El artista abandonado a una libertad completa tendería a no hacer nada. Y es una retórica romántica esperar que baje la inspiración”.
Scola lo escucha casi siempre en silencio. Habla el maestro de tutti. “El artista psicológicamente es un transgresor, alguien con esa necesidad elemental. Y tiene que hacerlo, a pesar de sus padres, su jefe, su director, el sacerdote, el policía. Y en mi caso siempre necesito a un contrario, alguien que me irrite, que sea un enemigo, para poder defender lo que hago”.
En una maravillosa recreación del velorio de Fellini, vemos escenas documentales con la presencia de Marcello Mastroianni y Anita Ekberg. Pero el narrador sale de la fila y nos recuerda lo que le decía el productor al protagonista de la célebre 8 1/2 (1963): “¿Terminar así, sin un hilo de esperanza, sin un rayo de sol?”. Scola se inspira genialmente: vemos otra vez al viejo Fellini escapándose de su propia despedida perseguido por unos guardias en medio de viejos sets de Cinecittá. Descubre un pequeño carrusel, bajo los acordes de la marcha de 8 1/2.
Así, giramos con el niño-director en un círculo interminable donde aparecen escenas de todas sus obras cinematográficas. La luz ya es inmortal y Scola la recrea en una bella película. (E)