Barbra Streisand deja las cosas claras
A los 74, mientras se embarca en una memoria, un álbum y un tour , la megaestrella tiene la intención de corregir (los más pequeños) errores que definen su legado.
Barbra Streisand –cuyo álbum de duetos, Encore: Movie Partners Sing Broadway, presenta a un elenco de reparto estelar que incluye a Melissa McCarthy y Jamie Foxx– habla de otro dueto con otra cantante célebre, fallecida hace mucho tiempo.
Se trataría de Judy Garland (El mago de Oz), cuyo programa televisivo Streisand visitó en 1963 en lo que se siente como un momento trascendental en la historia de las legendarias vocalistas estadounidenses.
En el curso de mi reciente visita de toda una tarde a Streisand en su enclaustrada propiedad aquí, dice varias veces que no le gusta repasar su pasado. Pero desde que ha estado investigando para una autobiografía, está en un estado mental más de retrospectiva que lo habitual.
Y antes de que termine la tarde, me llevará por un enrevesado recorrido por su larga vida bajo los reflectores, con frecuentes desvíos hacia los persistentes problemas de ser Barbra.
Streisand siempre ha estado a cargo de su imagen, de su carrera y, en lo posible, de su entorno inmediato– desde que empezó a cantar en clubes nocturnos de la ciudad de Nueva York siendo una desgarbada adolescente ataviada con ropa de tiendas de segunda mano a principios de los años 60. Es una determinación que la ha hecho una de las estrellas estadounidenses más perdurables y adoradas, y aborrecidas.
Esa es también la razón de que parezca poco probable que se retire por completo detrás de las puertas de hierro de la propiedad que dice es el único lugar donde se siente totalmente cómoda. Necesita asegurarse de que la versión de Barbra que el mundo conoce –en pantalla, en grabaciones, en biografías– es la versión que ella ve, tan exactamente como sea posible.
A diferencia de muchas estrellas femeninas de su generación y estatura, rara vez ha cedido el control a cualquier representante o pareja, o Svengali. Lo que nos lleva de vuelta al tema de Garland, una cantante con quien Streisand ha sido reveladoramente comparada y contrastada a lo largo de los años. Streisand apenas tenía veintitantos años cuando se conocieron, pero ya estaba en la cúspide del estrellato astronómico; Garland, de 41, estaría muerta seis años después, una de las víctimas más notorias de la fama devoradora de Hollywood.
Sin embargo, cuando cantaron dos clásicos estadounidenses en contrapunto –Happy Days Are Here Again (Streisand) y Get Happy (Garland)– parecieron combinar a la perfección. Cada una interpretó un tema alegre con una gran voz atronadora que, no obstante, insinuó al personaje pequeño y solitario que había dentro. La felicidad, como fue entonada en estas interpretaciones, nunca se alcanza fácilmente.
“Después de eso, ella acostumbraba visitarme y darme consejos”, dice Streisand. “Venía a mi departamento en Nueva York y me decía: ‘No dejes que te hagan lo que me hicieron a mí’. No supe entonces a qué se refería. Yo apenas estaba empezando”.
Quienesquiera que fueran “ellos” –magnates de los estudios, una prensa voyeurista, gorrones parásitos, fanáticos caníbales–, nunca fue probable que le pudieran hacer a Streisand lo que le hicieron a Garland.
Desde los primeros días de su carrera, Streisand exudó una fragilidad garlanesca y una apertura emocional. Pero sus largas uñas y ojos juntos, tanto burlones como beligerantes, hablaban de la dureza de alguien singularmente capaz de protegerse.
Ambos lados de esa dicotomía siguen estando muy en evidencia durante mi visita a Streisand en su propiedad aquí, un recinto de tres edificios principales que evocan una Nueva Inglaterra de fantasía, incongruentemente situados por encima de la deslumbrante extensión californiana del océano Pacífico.
Streisand –que está promoviendo su álbum y su gira de conciertos por nueve ciudades en agosto (llamada The Music… the Mem’ries… the Magic!)– está esperando en la puerta abierta de la casa donde habita. Esta se encuentra en el lado opuesto de aquella donde trabaja –llamada la “Casa de la abuela”– o “el Granero”, al que describe como “un proyecto de arte”. Esa es la que tiene un centro comercial subterráneo de tiendas de antigüedades, una asombrosa maravilla de decoración temática y habitación tras habitación de artefactos impecablemente acomodados.
A los 74 años de edad, se parece a, bueno, a Barbra Streisand, aunque una versión más blanda y más sumisa que la que uno conoce de seis décadas de películas, desde su debut que le hizo ganar un Óscar en el musical Funny Girl (1968), en el cual recreó su actuación de Broadway como la artista de Ziegfeld Fanny Brice, hasta la comedia The Guilt Trip (2012), con Seth Rogen. Streisand ha creado su propia realidad alternativa sui generis aquí, una que comparte con su esposo, el actor James Brolin. (En esta tarde, el día previo a su aniversario de bodas número 18, él está filmando una película en Canadá, pero le ha enviado “cuatro arreglos florales hermosos”.)
Streisand ha escrito un libro sobre la creación de esta propiedad, My Passion for Design, el cual se convirtió en la base improbable de una obra sobre ella, Buyer & Cellar, de Jonathan Tolins. No, no la ha visto. Una de las primeras cosas que me dice, amistosamente, es “entiendo que ha visto Buyer & Cellar; bueno, ahora puede ver la realidad”.
Streisand dice que odia dejar su propiedad en Malibú, el lugar donde puede tener el control. Casi tan pronto como se paró en el escenario, durante los ensayos de su primer espectáculo de Broadway, I Can Get It for You Wholesale, ha sabido, dice, que nació para ser directora, en todos los sentidos de la palabra. Se ha convertido en una detrás de la cámara, como la directora pionera, estrella y productora de Yentl, The Prince of Tides y The Mirror Has Two Faces. Ser ese tipo de directora, sin embargo, significa esperar –y esperar– las autorizaciones y dinero, y derechos sobre el material.
Aunque se había anunciado unas semanas antes que estaría haciendo su anticipada versión del musical Gypsy: en el cual interpretaría a la máxima madre del escenario, Mama Rose, ese proyecto de nuevo está en el limbo. “Estoy a su merced”, dice. “Un día vas a hacer Gypsy, al siguiente está suspendido. Y entonces este es el único lugar –escribir un libro, hacer un disco o realizar una gira– donde puedo hacer mi trabajo”.
El disco es Encore, el álbum de estudio número 35 de Streisand. (Hasta la fecha, sus discos han vendido unos 245 millones de copias en el mundo; y con Partners, su compilación de duetos de 2014, se convirtió en la única cantante en alcanzar el sitio Nº 1 con su álbum seis décadas consecutivas).
Dice que trabajar en los temas con los otros cantantes –artistas conocidos principalmente por su trabajo cinematográfico, como Antonio Banderas, Alec Baldwin, Anne Hathaway y Seth MacFarlane– fue más bien como producir una serie de minipelículas. Añadió diálogo y, en algunos casos, alteró las letras de clásicos de Broadway.
Para su interpretación de Anything You Can Do de Annie Get Your Gun, de Irving Berlin, ideó un prólogo en el cual ella y McCarthy se pelean después de enterarse de que ambas van por el mismo papel cinematográfico. Esto permitió a Streisand introducir un chiste sobre cómo decir su nombre: es Streisand, como si dijeras en inglés “sand on the beach” (arena en la playa), no “Strize-and”, una mala pronunciación que la ha molestado desde su primera aparición en The Ed Sullivan Show a principios de los años 60.
El mundo está lleno de esos errores exasperantes, y Streisand se ve como si le correspondiera la tarea sisifea de erradicarlos. Trabajando en su autobiografía –cuya publicación está programada para 2017 (aunque ella dice: “No se mantengan en vilo”)– se ha vuelto más agonizantemente consciente que nunca de las malas interpretaciones en muchísimos relatos de su vida que ya existen. Cuando Streisand apareció en los Premios Tony en junio (para presentar el premio al mejor musical a Hamilton), fue su primera aparición en la ceremonia en 46 años.
Nunca pretendió hacer una carrera en el teatro en vivo, dice. Por un lado, odiaba hacer los recorridos por las oficinas de audiciones. La residencia de Malibú, tan hecha a su gusto y necesidades, parecía ofrecer utn lugar donde una persona podría liberarse de su concha. Le pregunté si se siente serena aquí. No respondió de inmediato. Así que pregunté: “¿Alguna vez se siente serena?” “Esa es una buena pregunta”, dice. Así que la hice de nuevo. Murmuró su respuesta: “No, realmente no, es triste decirlo”. (E)
Después de eso, ella (Judy Garland) acostumbraba visitarme y darme consejos. Venía a mi departamento y me decía: ‘No dejes que te hagan lo que me hicieron a mí’. No supe entonces a qué se refería. Yo apenas estaba empezando”.
Barbra Straisand