Panamá quiere ser capital del jazz
A través de una fundación y colaboraciones, la capital panameña se esmera por reclutar a estudiantes de música para que actúen en su Festival del Jazz.
En la madrugada de un viernes reciente, Danilo Pérez subió al escenario en su club de jazz aquí para tocar. Pérez, el pianista y compositor de origen panameño que durante más de una década ha sido miembro del aclamado cuarteto de Wayne Shorter, ya había encabezado espectáculos del Festival de Jazz de Panamá, el cual fundó hace doce años. Ahí había actuado junto con el saxofonista puertorriqueño Miguel Zenón y el cantante de salsa Rubén Blades, su compañero panameño, y en el concierto de gala del festival en el Teatro Nacional de 106 años de antigüedad.
Y estaba, a la 01:30 de un viernes, sentado detrás del piano de cola en el íntimo Danilo’s Jazz Club, el único espacio artístico de la ciudad dedicado exclusivamente al jazz, ahora lleno de amigos y visitantes. Se le unieron John Patitucci, el bajista del cuarteto de Shorter, y una veintena de músicos internacionales y estudiantes, ansiosos de improvisar junto con los maestros. Nêgah Santos, una brasileña dinámica de 24 años vestida con pantaloncillos cortos de mezclilla, le dio con ánimo a sus congas; Samuel Batista, un panameño de 24 años en su tercer año en el Colegio de Música Berklee en Boston, provocó vítores a todo pulmón con su saxofón.
La sesión improvisada duró hasta la hora del cierre, y después Pérez se reunió con sus jóvenes alumnos en una mesa de coctel para ofrecerles ánimo y conocimientos. “Este tipo de cosas te hacen despertar, ¿verdad?”, dijo, sonriendo.
Incluso en el jazz, que tiene una larga tradición de tutoría, Pérez, de 49 años de edad, ha surgido como un personaje singular. Casi 30 años después de que partió de su natal Panamá para estudiar composición musical de jazz en Berklee, ha hecho de promover al talento musical en Panamá –usando la música como unificador cultural y herramienta de enseñanza– la obra de su vida.
Apoyo a jóvenes
En el 2005, un año después de que se inició el festival de jazz con su familia, creó la Fundación Danilo Pérez, un centro sin fines de lucro para la educación y la divulgación musical; el festival –que atrae a unas 30.000 personas durante seis días cada mes de enero– ofrece dinero para la fundación. El club, que abrió en febrero del año pasado en el nuevo American Trade Hotel, un puesto de avanzada de lujo de la cadena Ace Hotel, es, en su opinión, la última pieza del rompecabezas.
“Tener un club realmente ayuda a enfocar el trabajo”, dijo Pérez, “a ofrecer un espacio para conectar con todas estas personas que están ansiosas por escuchar más música”. Para los músicos, un lugar abierto todo el año para actuar es “una doble bendición”, añadió.
Hizo que el ingeniero de sonido de Shorter desarrollara la acústica con la intención de grabar ahí, al estilo del Village Vanguard. “Esperamos que con el club, Panamá se vuelva la capital del jazz en Latinoamérica”, indicó Pérez.
Ya ha cambiado la vida de los estudiantes, especialmente de aquellos de origen pobre, como Batista, ofreciéndoles un corno y saltando a apoyarlos, ayudando a algunos a estudiar en Berklee o el Conservatorio de Música de Nueva Inglaterra, que celebra audiciones aquí durante la semana del festival. (Pérez encabeza el Instituto de Jazz Mundial de Berklee, dividiendo su tiempo entre Boston y Panamá).
Los conservatorios envían también a sus propios estudiantes, lo que representa una polinización musical cruzada con los artistas latinos en ascenso. El festival ha sido, además, un modelo para otra programación en Panamá y Sudamérica, donde los festivales de jazz no son tan numerosos como en Europa y Estados Unidos.
Una delegación chilena estuvo de visita de estudio en la edición de este año. “Él ha probado que se puede tener éxito en esto”, dijo Mariana Núñez Haugland, la directora general del Instituto Nacional de Cultura de Panamá, que envía a estudiantes a las clases diarias que son parte del festival. Los esfuerzos de Pérez, añadió, han convencido a patrocinadores y gobiernos de que la música ayuda a los jóvenes a “ser mejores ciudadanos”.
Jason Olaine, director de programación y giras en jazz en el Lincoln Center, que a menudo ha contratado a Pérez como ejecutante, comentó que su energía contagiosa bien podría ser la adecuada para vincular a las instituciones con la cultura callejera musical de Latinoamérica. “Tiene un talento increíble y es un visionario”, dijo.
Para Pérez, la conexión entre la música y la comunidad le fue enseñada a temprana edad, por su padre, Danilo Sr., líder de una banda y educador, según dijo durante un reciente recorrido por la fundación. Está en el antiguo conservatorio de música donde el joven Pérez tomó sus primeras lecciones de piano; a los 12 años ya era un músico que trabajaba. “Mis días más felices los pasé aquí”, manifestó.
Bajo costo
Operada con un escaso presupuesto, la fundación recibió donaciones de instrumentos de colegas como Patitucci y el pianista cubano Chucho Valdés. De manera similar, el personal del festival lo conforman cientos de voluntarios, dijo Patricia Zárate, su directora ejecutiva, una saxofonista y esposa de Pérez.
La producción de un festival de este alcance costaría entre uno y tres millones de dólares, indicó, “y nosotros lo hacemos con menos de $ 500.000”. A los músicos se les paga según una escala proporcional, y reciben apoyo del gobierno panameño y patrocinadores como Copa Airlines.
Para Batista, quien seleccionó el saxofón en su adolescencia, estudiar en la fundación “cambió todo”, afirmó. Se ganó una beca completa en Berklee, uno de solo dos lugares internacionales para ese programa anualmente. Estudia Desempeño Musical y Terapia Musical, enseña en la fundación en verano y realiza audiciones en el festival. “La forma en que te abren las puertas te hace sentir que necesitas hacer lo mismo”, expresó.
Aunque se siente cómodo con Pérez –conocido por muchos aquí simplemente como maestro–, improvisar en el escenario con él en el club “fue aterrador”, indicó Batista después. “Sigo en shock”. Era el tipo bueno del shock, añadió. Al verlo inventar armonías con Patitucci, “uno se da cuenta de que el trabajo nunca termina”, dijo Batista.
Chale Icaza, de 37 años de edad y un baterista profesional local cuyo tutor fue Pérez, ve al club como un nuevo desafío artístico y una responsabilidad. “No se puede simplemente entrar en ese lugar y tocar bien”, manifestó Icaza.
La idea del club surgió primero hace cinco años, dijo Pérez, en conversaciones con K.C. Hardin, el desarrollador que es dueño del edificio de la fundación. Cuando Hardin, un expatriado estadounidense, contactó con el Ace Hotel, la cadena de Portland, Oregón, conocida por inyectar una dosis de genialidad estudiada a lugares improbables, la idea finalmente rindió frutos.
En American Trade, un gran hotel de 50 habitaciones en lo que anteriormente era un descuidado bastión de pandillas en el Casco Viejo, el distrito colonial histórico aquí, Danilo’s Jazz Club se ubica al lado del vestíbulo del hotel. La fundación de Pérez está al otro lado de la calle.
La administración de Ace se tomó en serio la colaboración, al contratar a un investigador para indagar sobre las raíces de Panamá en el jazz afrocubano. También fue idea de Ace invitar a WWOZ, una estación radial de jazz en Nueva Orleans, para transmitir en vivo el festival, lo cual Pérez recibió con gusto como una forma de ampliar el grupo de seguidores de la música.
Ante las preocupaciones de que el hotel –entre los más caros de la ciudad– haya contribuido al aburguesamiento del Casco Viejo, Pérez dijo que esperaba que un público adinerado pudiera ayudar a sostener al club. Con la vista puesta en la accesibilidad, los boletos para algunos espectáculos cuestan $ 5.
La misión populista del festival fue evidente en las clínicas diarias, que albergan a unos 2.000 estudiantes de todas las edades. En un viernes reciente, el virtuoso percusionista cubano Pedrito Martínez fue el centro de atención en un sudoroso salón de clases, debajo de un diagrama de los corales de Bach, marcando la pauta de polirritmos e inspirando un acompañamiento.
El concierto de clausura fue gratuito y atrajo a miles, incluso en un día lluvioso. La gente hizo picnic y bailó salsa, samba, son y jazz. Junto con sus estudiantes, Pérez tocó el piano y el teclado en una sesión improvisada de estrellas al final, eclipsado solo ligeramente por tres niños cuyos cornos eran de la mitad de su tamaño. (E)