Un virtuoso atípico
El violinista de origen libanés Ara Malikian se presentará en Guayaquil dentro de su gira que lo lleva por distintos países de Latinoamérica.
Ara Malikian (Beirut, 1968) pertenece a esa hornada de músicos brillantes que pese al éxito cosechado está convencido de que continúa en el principio de su carrera. Su interpretación con el violín (y no es una exageración) es una de las más originales e innovadoras del panorama musical. Del virtuosismo que atesora se dio cuenta su padre (también violinista), que lo acompañó en sus inicios. Apenas tenía 12 años cuando este libanés de raíces armenias realizó su primer concierto. A los 15 recibió una beca del Gobierno alemán (DAAD). Se marchó solo para cursar estudios en la Hochschule für Musik und Theater de Hannover. Desde entonces no ha parado. Tampoco quiere hacerlo. Ha ofrecido recitales por todo el mundo y le avala una vasta discografía que suma unos cuarenta títulos.
La música es su vida, su forma de sentirse vivo. Su salvación, el pretexto que facilitó su huida de Líbano en plena adolescencia. Con su espectáculo 15 (el número de años que lleva actuando en España) se presentará en el Teatro Sánchez Aguilar el 21 de octubre. Es el final de una etapa que incluye más de 4.000 recitales en suelo ibérico (nominación a Grammy Latino incluida) y el inicio de un nuevo ciclo en su trayectoria artística con la mirada puesta en el mercado internacional y en la composición de un repertorio propio.
Ecuador forma parte de ese punto de inflexión que supondrá su gira por América Latina con paradas en México, Colombia, Chile, Brasil, Argentina y Uruguay. El continente no le es del todo ajeno, “lo he conocido a través de mis diferentes parejas sentimentales”, confiesa.
En Europa
Se instaló en el país europeo por razones “sencillas y muy tontas”, según sus propias palabras. Nada que ver con factores artísticos. A Malikian, pelo afro (ingobernable), barba voluminosa y atuendo estrafalario, le deslumbraron el sol mediterráneo y el nivel de vida, más cómodo que en Inglaterra, y el jamón; sí, el jamón ibérico. No resulta extraño verlo caminar por las calles del madrileño barrio de Malasaña (ícono de la mítica movida madrileña, allá por los 70 y 80). Es un urbanita declarado. Gusta de contemplar a la gente, de pasear y reír, reír mucho.
Sus atípicos espectáculos reflejan ese espíritu libre, arrollador, desprovisto de corsés. “Toco un instrumento a priori clásico, pero sin los protocolos que existen en este tipo de música. Toco lo que me gusta y a mi manera, no como se hacía hace 300 años”, subraya con una voz que parece más bien un susurro (nada que ver con su puesta en escena). El suyo es un estilo único a la hora de interpretar obras de Mozart, Bach, Led Zepellin, David Bowie o Paco de Lucía que integran su repertorio. Es pirotecnia pura sobre el escenario. Adiós a la solemnidad. Bienvenida la extravagancia.
Dio su primer “gran concierto” con 21 años. Corría el verano de 1991 y acudió a una invitación del Festival Internacional Orpheum para Jóvenes Solistas, en Bad Ragaz (Suiza). Escogió una de las piezas técnicamente más complejas del repertorio para violín, el Concierto de Sibelius. Y deslumbró.
Lleva casi dos décadas dedicado a tocar conciertos para niños. Ha sido concertino de la Sinfónica de Madrid (Teatro Real). Le interesa acercar la música, tanto clásica como no clásica, a todos los públicos, por eso creó Mis primeras cuatro estaciones, versión dramatizada de las Cuatro estaciones, de Vivaldi, que encandila al público infantil.
Es un convencido de que la música puede ayudar a acercar pueblos muy diferentes y enfrentados. “No para guerras, pero sí reconcilia”. Sabe lo que es vivir bajo el acecho de las bombas y buscar refugio en sótanos. Más de una vez, al presentar su pasaporte libanés, le preguntaron si llevaba un violín o un kalashnikov (fusil). La anécdota, pese al paso del tiempo, le sigue causando resquemor. La recuerda con una media sonrisa dibujada en el rostro, al tiempo que rememora las ocasiones que le impidieron cruzar una frontera. No ha vuelto a ocurrir desde que es ciudadano español.
El estar considerado como uno de los mejores violinistas no lo ha alejado de su compromiso solidario. Ha apoyado económicamente a los refugiados sirio-libaneses. Él fue uno de ellos con 14 años. “Es mi deber, sería imposible mirar a otro lado”, insiste. En su viaje a Ecuador dedicará una jornada a compartir con los niños de la ONG Guaguacuna, en Otavalo. La música, está convencido, “puede ser una manera de encauzar su futuro”. (I)