El poder del nombre Valentino
El diseñador Valentino Garavani entrega su batuta a una pareja de creativos italianos y el resultado luce exitoso.
El escenario era el salón de recepciones con paredes blancas en la señorial mansión de Salomón de Rothschild, donde habían puesto una larga mesa con candelabros de cerámica de Delft en azul y blanco y floreros llenos de lirios y hortensias. Había fuentes de plata con montículos escandalosamente altos de frambuesas, zarzamoras, fresas y uvas rojas inmaculadas.
Parados frente a esta mesa, estaban los diseñadores que se hicieron cargo de la marca Valentino a finales del 2008: Maria Grazia Chiuri, con los ojos pintados con “kohl”, casi como monja en un vestido negro con cuello blanco, y Pierpaolo Piccioli, delgado, con traje Sinatra, y rostro aniñado.
Era su fiesta para marcar la reapertura en marzo de la tienda Valentino en la avenida Montaigne, a la que remodeló el arquitecto David Chipperfield para que reflejara la visión de la marca que tienen los diseñadores.
A un lado, aunque no menos visible, estaba el propio Valentino Garavani, con su socio Giancarlo Giammetti, el hombre que hizo de Valentino un nombre conocido, y uno legendario, además.
Conforme llegaron los invitados, incluidos los jefes minoristas de Saks Fifth Avenue y Bergdorf Goodman, editores de revistas internacionales, estrellas de cine, gente de la alta sociedad, y el diseñador Alber Elbaz, el primer tributo rendido a Chiuri y Piccioli. Complementaron a los diseñadores en sus colecciones de otoño de austeros vestidos con encajes y pieles, inspirados en las pinturas de los maestros flamencos, exhibidas esa tarde en el Jardín de las Tullerías.
Y luego, esos invitados se acercaron a Valentino para besar el anillo. Elbaz hasta hizo una reverencia.
“Mejoran cada temporada”, dijo Elisabeth von Thurn und Taxis, la editora de estilo, plenipotenciaria, de Vogue, sobre Chiuri y Piccioli. Von Thurn und Taxis es una princesa que desciende de una larga línea de clientes de Valentino. “Pero debe ser difícil trabajar con una leyenda viviente”, agregó.
Más que ningún otro diseñador que se ha alejado del imperio de la moda –Hubert de Givenchy o Emanuel Ungaro o, en menor grado, Calvin Klein–, Garavani, a los 80 años, sigue siendo el centro de atracción, a pesar de su ostensible retiro en 2008.
Ese año, el documental “Valentino: The Last Emperor” lo hizo una celebridad para una nueva generación de clientes, y Giammetti y él crearon en 2011 un museo en internet, y también participaron en una importante exhibición de alta costura hace poco en Londres. En febrero, estuvieron en cada fiesta importante en Los Ángeles, en el circuito de los Óscares, al mismo tiempo que la compañía Valentino trataba de atraer celebridades con vestidos para la alfombra roja de las colecciones de alta costura más recientes, diseñados por Chiuri y Piccioli. (Hubo dos éxitos, Sally Field y Jennifer Aniston, y una vergüenza importante con Anne Hathaway.)
Cuando se hicieron cargo de la colección, se describió a Chiuri y Piccioli como “muy Valentinos”, como un cumplido, al menos a los ojos de los leales a Garavani, aunque no de los críticos que querían ver algo nuevo. Había rojo, había encaje, había vestidos para coctel.
Al haber diseñado accesorios para Valentino durante una década, comprendían, quizá mejor que nadie, los códigos de su casa. Alessandra Facchinetti, una exdiseñadora de Gucci, había superado inmediatamente a Garavani, pero la despidieron después de dos temporadas porque avanzó demasiado en su propia dirección. (Facchinetti se unió hace poco a Tod’s como directora creativa.)
Reemplazar a cualquier diseñador es como caminar por la cuerda floja; reemplazar a Garavani es como caminar sobre un hilo. Chiuri y Piccioli han logrado hacer eso mejor de lo que cualquiera pudiera haberse imaginado, y ahora están llegando a lo suyo.
Sus colecciones más recientes han incluido diseños que con frecuencia tienen un aspecto majestuoso y conservador al mismo tiempo, como los vestidos para la iglesia, con cuellos altos, pero con filigrana vivaz o estampados de encaje floreado. No se parece en nada al Valentino de antaño, y nadie se ha quejado.
Su último desfile en París incluyó un vestido inspirado en la cerámica de Delft, hecho con cinco metros de tela, cada uno de los cuales requirió de 28 horas de labor manual, ya que los diseñadores tratan de darle una sensibilidad de alta costura a su ropa hecha en serie. “Es maravilloso lo que están haciendo”, dijo Garavani. “Así es como el futuro de Valentino puede ser moderno”.
Para entender como Chiuri, de 49 años, y Piccioli de 45, trabajan como equipo, lo que han hecho a lo largo de sus carreras, es necesario remontarse el inicio de su amistad a finales de los 1980 en Florencia, Italia, cuando la ciudad era un centro vivaz de la moda internacional. Chiuri trabajaba para la diseñadora Chiara Boni, y Piccioli era estudiante de diseño en Roma.
Se conocieron a través de un amigo en una estación de ferrocarril. Chiuri, quien sostenía un letrero que decía: “Pierpaolo”, llevaba puesto un abrigo con estampado de jaguar. Solo hicieron clic. “Florencia era la fábrica de la moda en los 1980”, dijo Piccioli. “Pero tuve que explicarle a Pierpaolo que en Florencia”, dijo Chiuri, “un abrigo de jaguar es algo básico”.
La moda era un sector más reducido entonces, los diseñadores menos competitivos y menos formales. Cuando a Chiuri le ofrecieron un empleo en Fendi, le pidió a Piccioli que fuera con ella. Más de 20 años después, se describen “como una pareja vieja”.
A menudo se visten igual. Chiuri, durante una reunión en las importantes oficinas en la Place Vendôme, llevaba puesto un suéter negro de tejido fino sobre una camisa de vestir con cuello blanco, totalmente abotonada. Piccioli usaba un suéter azul oscuro sobre una camisa blanca abotonada hasta el cuello, con una corbata sobreteñida de camuflaje. Sin embargo, cada uno lleva una vida familiar independiente con su cónyuge, Chiuri tiene dos hijos y Piccioli, tres.
“Somos dos diseñadores”, dijo Chiuri, notando lo raro de un equipo que se hace cargo de una casa establecida. “Y cómo trabajamos es muy específico”.
Se reconoce cada vez más a Chiuri y Piccioli como el rostro de Valentino. En Roma, comparten la oficina que perteneció a Garavani.
Internamente, se hace referencia a ellos como una sola unidad, MGPP. Y si no discuten sobre ideas, se debe a que se conocen bastante bien como para no sugerir algo que no le gustará al otro. Esto también puede ser un problema. Tienen demasiadas ideas, y se les dificulta decirse no mutuamente. La publicación Women’s Wear Daily escribió que su desfile de otoño “no habría padecido a causa de unos cuantos estilos menos, aunque todos estuvieron maravillosos”.
Claro que Valentino no sería Valentino sin el glamour. Cenas espléndidas son parte de la imagen, solo que ahora, en lugar de Jackie Kennedy y Jackie Collins, se encontrarán a una actriz francesa como Cecile Cassel o a Jessica Alba.
No así a Hathaway, al menos en la cena, parte de la “familia” Valentino de tiempo atrás, cuyo cambio de último minuto al vestido tipo mandil de Prada en los Óscares hirió susceptibilidades en la compañía Valentino.
Curiosamente, no fueron las de Chiuri o Piccioli, quienes diseñaron el vestido, pero apoyaron la decisión de Hathaway. “Lo que tratamos de decir como diseñadores es que la belleza es cómo te sientes en el momento”, dijo Piccioli. “Respetar a las mujeres significa respetar sus decisiones”.