Una vejez tranquila
Me identifiqué con la nota. (‘¿Sin hijos y envejeciendo?’, noviembre 11). Tengo una muy buena amiga de 82 años, sin hijos, que vive en un asilo donde la tratan bien, tiene lo básico (sin lujos), un cuarto, comida, tranquilidad, etc. Pero mi querida mamá Angélica –con cariño–, cada vez que la llamo o visito, me dice que siente soledad. Ahora, después de leer el artículo, comprendo su malestar: le falta calor humano, sentirse viva y no arrumada y olvidada. Ir a un asilo significa dejar de escuchar el grito del vendedor, el llanto de un niño, de ver la calle por la ventana, de vivir la cotidianidad de un hogar. Definitivamente no es lo mismo que estar en casa. Veo que en las historias del artículo, las personas mayores planifican una vejez para seguir en un hogar, palpando, viendo, oliendo la vida como siempre lo han hecho. Mi mamá Angélica siente nostalgia. Sirvió 32 años en una casa hogar de protección de niñas, donde dejó su vida como Dios manda, haciendo votos de pobreza y castidad. Ella quiere regresar a dicho hogar, volver a dormir junto a las niñas, escucharlas, aconsejarlas, caminar por sus senderos con árboles. Quiere sentir que aún está viva, como lo hizo toda la vida.
Julio C. Navas Pazmiño