Arte urbano sobre ruedas
Al fondo del taller mecánico de su abuelo, Javier Fajardo, a soplo de aerógrafo, realiza su arte.
Con el arte urbano ya casi nada es igual que antes: Un taller mecánico comparte su espacio con uno de arte. La piel metálica de carros y motocicletas sirve como lienzo. El aerógrafo reemplaza a los pinceles.
Esta historia comienza así. Siempre que, a bordo de la Metrovía, pasaba por las calles Tulcán y Clemente Ballén, en el taller Don Lucho, veía, entre carros que arreglaban los mecánicos, cuadros de gran formato que por la velocidad no podía determinar si eran afiches o auténticos.
Como caminando es que uno descubre al Guayaquil profundo y a su gente, un día llegué a pie al taller. Así conocí a Javier Fajardo Borbor, guayaquileño de 29 años, autor de esas imágenes que veía al pasar.
El taller Don Lucho, donde realiza su obra, es de Luis Fajardo, su abuelo, quien se dedica a enderezar y a pintar vehículos. A veces, Javier lo ayuda a soldar, pero realmente él más trabaja en una habitación del fondo que le sirve como taller. Sus obras están ahí pintadas con aerógrafo sobre diversos soportes de vehículos abandonados. Los motivos son varios: un retrato distorsionado del actor Robert de Niro. Una versión del popular Tío Sam reclutando soldados para la guerra o una erótica mujer.
A Fajardo siempre le gustó el arte. Cuenta que cuando era un niño, con lápices de colores dibujaba y pintaba a sus personajes favoritos de las tiras cómicas.
El arte urbano entró a su vida cuando tenía 14 años. “En mi barrio conocí a unos amigos que empleaban el aerógrafo –evoca Javier–, como yo tenía destreza con el dibujo me enseñaron a manejarlo y desde entonces no abandoné esta técnica del diseño”.
En esos años estaba de moda el rap y el reggaetón, junto a sus amigos dibujaba sobre camisetas, gorras y zapatos. También realizó grafitis en las paredes y diseños para las peluquerías urbanas.
Su arte
A lo largo de tres años, Javier Fajardo estuvo fuera de Guayaquil porque trabajó como soldador en una compañía afincada en Ibarra. Hace seis años para unas vacaciones fue a Santo Domingo a visitar a unos amigos. A uno de ellos le gustó el diseño que dibujó en una cartulina: unos pistones con una electricidad que los atravesaba. “Como él estaba tuneando su carro, me pidió que pintara ese dibujo sobre el capote de su mini-Austin”.
Así se echó a rodar su arte sobre ruedas. Desde entonces ha pintado la piel de carros, motos y bicicletas. Utiliza un aerógrafo de doble acción, un soplete o un pistológrafo y pinceles para destacar detalles diminutos. La mayoría de las veces el cliente lleva su diseño personalizado. Cuando no es así, Fajardo lo crea y tiene que armonizar con el lineamiento y estructura del vehículo a pintar. Los dueños de los carros, prefieren que el dibujo esté sobre el capote o en los costados. En las motocicletas se aprovecha el tanque de gasolina, la protección del motor o los aros.
Cuando lo entrevisté, llevaba tres días dibujando sobre un huevo de avestruz, el retrato de una madre y su hijo. Lo de Javier Fajardo es plasmar arte para que viaje sobre ruedas.