Artes y sabidurías populares
En el recinto Pechiche de Chanduy, provincia de Santa Elena, Lorenzo de Jesús dice amorfinos y cuentos populares.
En su natal Pechiche no se escucha al cercano mar de Chanduy. Pero no importa porque allí, Lorenzo de Jesús José toca guitarra y canta pasillos, cuenta historias y leyendas populares que guarda en su memoria. Esa mañana, con sus 87 años a cuestas, don Lorenzo –conocido como Jota Jota– desgrana su vida a la sombra de un árbol de pechiche.
Recuerda que su pueblo era pequeño, los carros no se conocían, la gente se trasladaba en asnos y cuando viajaban a Guayaquil lo hacían a lomo de caballo. Es dueño de una excelente memoria, buen humor y aún es fuerte, según él porque como buen cholo se alimentó con pescados y mariscos.
Desde pequeño trabajó porque sus padres fallecieron cuando él tenía tres años y medio. Uno de sus primeros empleos fue en los pozos de sal que, según él, eran de Ismael Pérez Pazmiño, fundador de Diario EL UNIVERSO: “Estaban en la pampa de Salinas, ahí conocí a ese gran personaje”. Después laboró a bordo de chalupas a velas en las que venía a comprar víveres a Guayaquil, se embarcó en un barco petrolero y hasta que se afincó en nuestra ciudad en la que por años fue chofer en una compañía importadora. También estuvo al volante de buses y colectivos urbanos, hasta que en 1980 retornó a su pueblo, a sus raíces peninsulares.
Su vida es un cuento popular
Su cabellera es blanca como la espuma del mar. Su rostro está labrado por el tiempo. Camina con cierta dificultad, es alegre y conversón. Vive solo desde hace siete años que enviudó: “Ella era una gran mujer. En la vida he apostado, he ganado y he perdido el amor”, reflexiona en tono de poeta.
Fue el año pasado cuando Lorenzo José se dio a conocer fuera de su comarca, ocurrió al ser invitado a la décima edición de Un cerro de cuentos y se presentó exitosamente en el auditorio del MAAC Cine y en el Teatro al Aire Libre José de la Cuadra, junto a destacados narradores orales ecuatorianos y extranjeros.
Su historia comenzó cuando era niño. Recuerda que, a los 6 años, a casa de su abuelo llegó Rosendo, un cuentero serrano que narró la historia de Juan Bobo. Conocer a ese personaje peregrino y escuchar su historia marcó su vida. Desde entonces soñó con ser un narrador oral. Así fue recolectando y memorizando cuentos populares como La barca de Noé, La vida del vendeperro, Los animales de la selva, Tío Gallinazo, y tantas otras historias y leyendas.
“Cuentos que han hecho los sabios, y yo he aprendido para contarlos en cualquier parte que me inviten”, manifiesta y ni corto ni perezoso empieza a narrar que a Juan Bobo, Nuestro Señor le concede que se haga realidad su deseo de que la Princesa de Inglaterra quede embarazada de él. Lo que sucede cuando ella se asoma al balcón de su castillo y bajo el cual está Juan Bobo. Nace el niño y el Rey de Inglaterra mueve mar y tierra para saber quién es el padre de su nieto, algo que ni la misma Princesa sabe. Un día, el Rey convoca a desfilar por delante de su castillo a todos los habitantes de su reino: nobles y plebeyos van desfilando y nada. Hasta que aparece Juan Bobo cabalgando su burro, pero con la silla de montar al revés porque Juan Bobo era bobo. Y el niño cuando lo ve, emocionado grita: “¡Mi papito, mi papito!”. Cuando termina el cuento, los muchachos lo aplauden y ríen. Lorenzo José es feliz.
Algo que no es cuento es que su abuelo Pedro Lindao fue curandero en Pechiche y que él aprendió esa medicina natural: “Hago botar las piedras del hígado y de los riñones, curo el colesterol, el reumatismo, tengo algunas composiciones naturales –dice sin profundizar en el tema–. El arquitecto más grande de todos los tiempos fue Dios, él dejó los remedios para salvarnos, los montes, todo”.
Volviendo a las artes, dice que aprendió a escribir versos leyendo a Juan Montalvo, Vargas Vila y otros autores clásicos: “Toda mi vida pensé en hacer algo diferente y desde que vivo una vida tranquila fui aprendiendo la ciencia de las letras que se unen en un poema”.
Al mediodía, antes de despedirnos, Lorenzo José, cuya memoria es un cofre de cuentos y versos populares, como si estuviese en un escenario, expresa: “Los amorfinos siempre son inspirados para las damas, aquí le voy a decir unos pocos que yo sé: Para llegar a tu boquita/ tirarte un besito quisiera/ ser el pajarito chupaflor/ para envolverte y adorarte toda/ como una flor. O este otro: Cuando el invierno es bueno/ el río corre inmensamente/ tal es que de lejos se lo oye bramar/ por eso yo nunca te he dejado de amar. O este: Dime qué hiciste con tu cielo/ dime qué hiciste con tu mar/ porque de mi mente no te puedo apartar. O quizá prefieran: Ahí afuera de la mar/ suspiraba una ballena/ y en suspiro decía:/ te comiera para andar la barriga llena. A alguien pudiera gustarle este otro que dice: Las muchachas de este tiempo/ se parecen a la garrapata/ andan atrás de los hombres/ para quitarles la plata. O este que voy a expresar: Las muchachas de este tiempo/ se parecen al alacrán/ apenas se ven grandecitas/ alzan el rabo y se van. Y con este amorfino me despido: Ahora que yo me voy/ por mí han de quedar llorando/ pero aquí queda el otro/ que les queda consolando”.
Lorenzo José calla, se despoja de su gorra y hace una venia. Es cuando hasta las olas del cercano mar de Chanduy aplauden a su cuentero y poeta popular.