Entre las patas de los caballos
Una jornada de más de medio siglo de Rodolfo Jara, un fotógrafo fiel de nuestra hípica.
Ese domingo en el hipódromo Miguel Salem Dibo –más conocido popularmente como El Buijo, por su ubicación en el kilómetro diez y medio– entre carrera y carrera conversamos con Rodolfo Jara Luque –guayaquileño de 79 años– sobre su vida de apasionado a la hípica y como fotógrafo desde hace 55 años en los hipódromos de Guayaquil y Salinas, siempre registrando el arribo a la meta de potro y jinete.
De su padre Alfonso Jara heredó la pasión por la hípica porque este fue preparador de caballos en el hipódromo Jockey Club. Su hermano Richard, quien tomaba las fotos en el hipódromo Santa Cecilia, le transmitió la pasión por la fotografía.
“Yo heredé esto porque nací casi entre las patas de los caballos: junto al hipódromo Jockey Club de la calle Guaranda, así me nació estar siempre al lado de los caballos”. También recuerda que su tío Segundo, un exjinete, quiso que él también lo fuese. Pero consideró que era oficio arriesgado. Una caída puede producir una lesión de por vida. Entonces optó por la fotografía.
Toda una vida en los hipódromos
Durante más de medio siglo, Jara Luque ha realizado su labor fotográfica en cuatro hipódromos: Santa Cecilia, ubicado en Los Ceibos; Costa Azul, Salinas; Río Verde, vía a Salinas; y actualmente Miguel Salem Dibo en El Buijo.
Continúo en mi profesión porque me gusta, me gustan los caballos, fui propietario, aunque en la actualidad no, pero sigo al lado de los caballos y de los hípicos, la gente que yo quiero más, expresa.
Considera que de los cuatro hipódromos en donde se vivió la mejor hípica fue en el Santa Cecilia porque todos los propietarios eran unos caballeros. Recuerda a los personajes destacados que frecuentaron dicho hipódromo y resalta al doctor Otto Arosemena Gómez, al ingeniero León Febres-Cordero, al doctor Alfredo Aguilar Álava y actualmente a hípicos como Salomón Dumani y Jimmy Jairala.
Al momento de considerar a los jinetes más destacados menciona a Leonardo Mantilla, Leonardo y Eduardo Luque, Abel Vaca, Saavedra, a los Yánez, padre e hijo, entre otros de calidad. Cree que caballos como Mar Negro, Sabrina, entre unos pocos más fueron los más idolatrados por la afición hípica.
Con cierta nostalgia recuerda que en los años ochenta, fue propietario de dos caballos que le dieron una gran alegría. Al que más amó fue a su caballo Panata, un potro negro que le dio varias satisfacciones: victorias en un clásico y una especial. Lo corrió dos años y medio.
Pero se malogró en el hipódromo Río Verde y tuvo que venderlo, recuerda con tristeza: Le dije al nuevo dueño que no lo corra, lo corrieron, el caballo cayó y se hizo pedazos.
Cita infaltable
La conversación se interrumpe al comenzar una carrera más de la tarde. Entonces Jara se ubica al borde de la pista justo frente al punto de llegada con su cámara colgándole del cuello. Cuando los caballos ingresan a toda velocidad a la recta final, en los graderíos del hipódromo el público salta y a gritos pelados alienta a su caballo al que han apostado un puñado de dólares, alienta al potro en que han cifrado sus esperanzas. En ese tramo final, Jara agarra su cámara y observa la escena por el visor, al instante que los potros están por cruzar la meta, él eterniza la llegada del caballo y jinete ganador de dicha carrera.
Un hecho curioso es que durante largos 54 años, Rodolfo Jara siempre –domingo tras domingo– fotografió empleando un par de tradicionales cámaras de rollos. Pero a partir de este año trabaja con una Canon K7 digital que le obsequiaron sus hijos que residen en los Estados Unidos.
Le pregunto por qué le fue tan fiel a la fotografía analógica. Porque me parecía que el rollo siempre da mejor imagen –responde con su flamante cámara digital al cuello–, pero la persona que es inteligente trabaja con cualquier máquina.
Cuenta que antes algunos medios periodísticos adquirían sus fotos, actualmente Jara es fotógrafo exclusivo del hipódromo Miguel Salem Dibo. Además vende sus fotos a los propietarios de caballos, jinetes, preparadores, empleados de corral y quienquiera tomarse una foto para eternizar un domingo en el hipódromo. Cada foto tiene un valor de $4.
Ya casi al inicio de la última carrera, le pregunto si en estos 55 años de fotografiar en hipódromos cuántas veces ha faltado a una jornada dominical de carreras. Y él con cara de asombro y orgullo, exclama: ¡¡Jamás, jamás!! Yo incrédulo, insisto: ¡¿Y cómo así?! ¿Pero te habrás enfermado algún domingo? Con su cámara digital al cuello y la más rotunda sinceridad, Rodolfo Jara Luque, el fotógrafo que nació entre las patas de los caballos, afirma: Así enfermo venía porque soy una persona muy cumplida y me gusta la hípica, por eso el día que muera ya no tendré que venir.
Al final de esa tarde, con su cámara al hombro, se dirige hacia la pista a capturar una victoria más de aquellas que ha eternizado en sus 55 años de fotógrafo en cuatro hipódromos y durante miles de domingos hípicos.