“Esto sí que está cheveroso”: Los títeres de Anita
A sus 82 años, ella ha consagrado su vida artística a darle vida a sus “hijos”. Todos regresan al Teatro Centro de Arte el domingo próximo.
Ella les da vida. Los construye con paciencia creadora. Les escribe o adapta historias para que vivan aventuras. Durante las funciones, ella y los integrantes de su compañía, les dan voz y movimientos a esos títeres que desde el teatrín regalan alegría a los niños.
Ella es Ana von Buchwald Pons. Todos cariñosamente la llaman Anita, a esta guayaquileña de 82 años y de aparente fragilidad. Pero dueña de una disciplina férrea.
En sus 56 años de vida artística, con sus manos y creatividad febril, ha creado 450 títeres y 120 obras. Desde hace un poco más de 30 años dirige la Compañía de Títeres Ana von Buchwald que ha entretenido y formado a tres generaciones de espectadores: abuelos, hijos y nietos.
Anita vive en el barrio Centenario Sur, en un acogedor departamento decorado con hermosos cuadros y recuerdos. En la siguiente calle, alquila una villa donde viven sus títeres. Todos están guardados en cajas plásticas. Cada una corresponde al elenco que interviene en cada una de las 120 obras que el grupo titiritero lleva a escena.
Entre artistas plásticos y títeres
Desde pequeña tuvo afición por el dibujo. Cuando a los 17 años se graduó de bachiller en el colegio Guayaquil, ella quiso estudiar pintura, pero su padre le exigió que antes estudiara Comercio, así lo hizo durante un año. Ya en 1949 ingresó a la Escuela de Bellas Artes, donde estudió seis años, etapa que considera una de las más bellas de su vida.
En ese espacio de riquísima creatividad fue compañera de los actuales maestros de la plástica ecuatoriana: Enrique Tábara, Luis Miranda, Estuardo Maldonado, entre otros. Además, alumna de excelentes maestros. Recuerda especialmente a Hans Michaelson, profesor alemán de pintura. Él no hablaba bien el español y sus alumnos no comprendían las indicaciones que impartía. Entonces Ana, de ascendencia alemana, le servía de traductora. “Y a la cuenta, trabajar acompañando al maestro Michaelson me sirvió para que yo aprendiera a ser maestra de pintura. Para mí fue una doble enseñanza”, señala quien hasta la fecha es profesora particular de pintura, de niños y adolescentes.
A la par de que estudiaba en Bellas Artes, Ana daba clases de Historia de Arte en el colegio Guayaquil –donde años después se jubilaría–.
Su historia con los títeres comienza a sus 23 años. En el colegio le solicitaron que dirigiera un club. Después de enumerar varias opciones, le aceptaron aquella de enseñar a hacer títeres.
“¡Ay, Dios mío, me meto en camisa de once varas –cuenta que pensó en ese momento–, voy a enseñar a hacer títeres y yo en mi vida he hecho uno!” Ríe, recordando su joven osadía. Ella no encontró libros, ni nadie que le enseñara. Fue cuando se dijo: “Esto lo tengo que inventar a mi manera”.
Y así fue. Hizo moldes de barro para la cabeza del títere. Cuando estaba seco, le pegaba una masa especial de papel higiénico remojado, cernido, mezclado con harina cruda y ácido bórico para protegerlo de los insectos. Con esa fórmula creaba dos moldes de la cabeza –el rostro y la parte posterior que luego pegaba y tenía un títere de fino acabado que luego pintaba y vestía.
El tipo de títere que ella emplea es el de guiñol o guante. Ese lo enseñaba a sus estudiantes del colegio Guayaquil –y posteriormente en el Liceo Panamericano–, luego, en el plantel empezaron a dar funciones.
Años después decidió participar con las colegialas en un concurso de teatro convocado por el Municipio. Adaptó a obra para títeres, un capítulo de El Quijote de La mancha, de Miguel de Cervantes: El retablo del maese Pedro. Cuenta que el jurado de inscripción, aduciendo que su obra de títere no tenía la categoría del teatro, los dejó fuera de concurso, pero igual participaron.
“Yo me reía –evoca con cierta sonrisa– porque una compañía de teatro quería presentarse el mismo día de nosotros para sobresalir ante el adefesio mío, pero resultó al revés”. Porque el jurado de premiación, públicamente lamentó que su grupo de títeres lo hubiesen dejado fuera de concurso porque era el único merecedor del primer premio. “Ahí sí, ya desde entonces me tomaron en cuenta. Eso significó un apoyo grande y empecé a trabajar muchas obras hasta tener ahora 450 muñecos”, resume la titiritera.
Después –ya jubilada del magisterio– formó su grupo de titiriteros. “Nunca hemos sido más de seis –dice Ana a esas alturas de la conversación acompañada por Guadalupe Chávez, integrante de su grupo. A todos les mordió el gusanito de los títeres y ya cuando tienen la afición es difícil que se salgan”.
Tras un museo y teatro de títeres
El grupo que dirige está integrado por Luis Brocell –actor, creador de algunas piezas y el más antiguo por sus 30 años de vida artística–, Fernando Navarrete, Guadalupe Chávez y su hijo José María, y María Fernanda Páez. Cuentan con un extenso repertorio de 120 obras –para niños pequeños, niños medianos y público adulto– y un elenco de 450 títeres. “Nuestro lema es: Estamos para divertir, educar y fomentar valores. Para eso trabajamos”, manifiesta.
Entre las anécdotas vividas en innumerables presentaciones recuerda una en el suburbio, cuando un negrito desde la primera fila a media función, exclamó: “¡Esto sí que está cheveroso!”. Esa es la mejor crítica que han recibido.
Le pregunto si entre sus títeres tiene un predilecto, responde como una madre de familia: “El último es el preferido”. Cree que ahora ser titiritera para ella es un problema que la obliga a alquilar para sus muñecos y porque para pagar el alquiler debe dar clases de pintura. “Ya estoy cansada, ¿hasta cuándo?”, interroga.
Le digo que si le ha afectado no haber incursionado de lleno en las artes plásticas como sus compañeros de generación. “No haber hecho carrera como artista me dolió y me duele todavía, dice pausadamente. Pero bueno, todo no se puede hacer en la vida. Ya he hecho títeres y con ellos me he proyectado con el público infantil, especialmente”.
Comenta que el próximo domingo 5 de agosto, a las 11:00, su grupo se presentará en el teatro de la Sociedad Femenina de Cultura.
Cuando Ana von Buchwald y Guadalupe Chávez empiezan a guardar a los títeres, indago por el destino de sus 450 títeres. Manifiesta que esa es una interrogante muy preocupante: “Yo ya estoy más del otro lado. Me gustaría que a mis títeres lo pongan en un museo donde los niños los puedan ver y donde mi grupo, que ha trabajado siempre, pueda seguir realizando funciones”.
Comenta que existe la posibilidad de que eso suceda en el actual Centro de Convenciones Simón Bolívar –antiguo aeropuerto–. Pero si no se da, podría ser en otro lugar si una institución pública o privada muestra interés y convierte en realidad su última sueño.
A mitad de esa tarde, Ana von Buchwald deja a sus títeres bien guardados. Pero al siguiente día, como desde hace 56 años, volverá a estar con ellos. A darle vida. Su vida.