Formas y colores de Arauz
Recorrido por el mundo colorido del artista plástico Félix Arauz, que no concibe la vida sin su oficio de pintar todos los días.
Su vida es pintar. El color navega por sus venas. “Yo no puedo dejar de pintar”, asevera junto a una niña de mirada triste que coronada por flores asoma en uno de sus cuadros.
Pintar es su vida. En mayo, pocos días después de cumplir 80 años, el guayaquileño Félix Arauz Basantes inauguró en la pinacoteca Manuel Rendón Seminario, de la Casa de la Cultura, su exposición Sigo adelante, conformada por 60 cuadros.
Sobre el arte de Arauz, el escritor Marco Antonio Rodríguez escribe en el catálogo: “El artista está tramado en silencios sabios. Por su arte, habla y se comunica con el mundo y” –vale enfatizar-, “solo gracias a ese mismo arte, vive. De esta clase de artistas hay muy pocos –no solo en nuestros lares–. Al fin y al cabo un gran artista, y este es su caso, es aquel que posee un universo propio. El de Félix está circunscrito a su creación pictórica y a su hogar”.
El taller de Arauz está en la parte alta de su casa de la Alborada. Ahí, un ventanal arroja luz sobre el caballete y la obra que pinta. Un sinnúmero de cuadros cubren las paredes y otros con sus colores invaden hasta el último rincón.
Arauz no es muy afecto a las entrevistas, habla pausadamente y en volumen bajo como si estuviera confesándose. Así, cuenta que desde la escuela ya dibujaba y pintaba, pero que sus padres no lo apoyaron para que estudiara en la Escuela de Bellas Artes. A la que recién ingresó a los 20 años, apoyado por su hermano, el poeta y periodista Carlos Arauz.
“Cuando entré dije, tengo que ser lo que soy ahora: un pintor que tuvo buena enseñanza en Bellas Artes”. Recuerda a todos sus profesores, especialmente al que considera el más importante en su aprendizaje: el pintor César Andrade Faini, su maestro de pintura.
En esa escuela de artes era el de mayor edad de su promoción. Ahí conoció a sus más grandes y únicos amigos que ha tenido en su vida: Víctor Barros, José Carreño, Oswaldo Cercado, Bolívar Peñafiel, Juan Villafuerte, Miguel Yaulema, entre otros pintores de esa generación. Revive noches que en disfrute artístico y bohemio conversaban y bebían cerveza en el salón –Colón y Pío Montúfar- del tallador Juan Manuel Guano.
En dicha época, Arauz conoció a su esposa, Nila, hermana de su gran amigo, Juan Villafuerte. Excelente artista que murió en 1977 en Barcelona (España), donde residía y exponía. En casa de los Villafuerte –Machala y Manabí-, de recién casado, él vivió diez años: “Esa era la casa de mis sueños –dice inundado por la nostalgia–. Ahí, Juan tenía un local y yo otro, él pintaba en su lado y yo pintaba en el mío”.
En los años 50 realizó pintura expresionista, influenciado por el francés Georges Rouault. “Me gustaba mucho la forma de pintar de Rouault, pero con el tiempo uno se va zafando de las influencias. El expresionista en lo negro mete bastante fuerza y color”, explica y afirma, “he sido y sigo siendo un pintor expresionista”.
A partir de 1963, como pintor empezó a triunfar en el Salón de Octubre –Casa de la Cultura del Guayas– y Salón de Julio –Municipio de Guayaquil-. Dos años atrás había iniciado sus exposiciones individuales.
Haciendo un recorrido por su obra, comenta que ha realizado paisajes, abstractos, neofigurativos, diversas composiciones y temáticas. Ha pintado con óleo, tiza pastel, acrílico sobre pasta de arena, pintura de aceite sobre cartón y numerosas experimentaciones. “En la pintura hay que descubrir, no quedarse estancando”.
Cree que su pintura se ha caracterizado por el color, que él es más colorista que dibujante. “Yo al color lo busco, después busco a la textura que también ha caracterizado a mi pintura”.
Niños, color y naturaleza
Félix Arauz es más conocido por su temática de niños. Infantes entre diversos elementos. Cuenta que empezó a pintar niños cuando estudiaba en Bellas Artes y después siendo profesor de dibujo en escuelitas rurales –Durán, Pascuales, Cerecita, Progreso y Playas– y luego en Guayaquil hasta que se jubiló del magisterio.
Siempre pinta a niños acompañados de frutas, flores, gatos, mariposas, palomas, peces y diversos elementos que surgen al momento de componer. “A la gente le gustó esos niños, pero ya no es lo mismo que antes”, –confiesa preocupado– “ahora me salen unos niños serios, más tristes, las sonrisas me salen muy poco. ¿No sé qué es lo que pasa? También con ojos grandes, misteriosos, profundos, parece que lo están viendo a uno de un lado a otro”. En tal caso, esa es su temática más colorida y popular.
Al mediodía, la luz ingresa a su estudio con más agresividad. Él sigue pintando, componiendo con elementos que van surgiendo en su proceso creativo. Cuando recién se jubiló trabajaba en una sola jornada, desde las siete de la mañana hasta la noche. Ahora sus jornadas no son tan extensas, pero sí intensas y productivas. “Me dedico a pintar con fuerza” –expresa con un pincel en la mano derecha y un envase con pintura en la otra–. “Pinto tres o cuatro cuadros en el día. Tengo esa fuerza, esa necesidad de terminar lo más pronto posible”.
Cuenta que tiene que operarse porque en el ojo izquierdo tiene catarata, pero él espera volver a trabajar al mes de esa intervención. “Cuando me dedico a trabajar, trabajo”, asegura. “Y mientras trabajo me gusta oír música cristiana. Yo no puedo dejar de pintar”. (I)
Me gustaba mucho la forma de pintar de Rouault, pero con el tiempo uno se va zafando de las influencias... He sido y sigo siendo un pintor expresionista”.
Félix Arauz