Hermógenes Barcia: Heredero de una tradición
En 1947, el manabita Hermógenes Barcia fundó en Guayaquil la botica que lleva su nombre. Ahora está a cargo de sus nietos.
“Si usted sube a un taxi y dice: lléveme a la botica Barcia, lo traen aquí, sin dar la dirección”, lo dice con orgullo Hermógenes Barcia. Si eso ocurre en Guayaquil y en cualquier otra ciudad es porque ese lugar es emblemático, popular.
La botica funciona en la misma casa mixta de siempre. En la esquina de Lorenzo de Garaycoa –calle conocida aún como Santa Elena, su anterior nombre– 1703 y Alcedo. Está pintada en tonos claros y verdes, luce ventanas de madera y en su fachada sobresalen unos morteros como adornos alusivos a la química farmacéutica.
De la popular botica ahora está al frente Hermógenes Barcia Fernández, guayaquileño de 50 años, ingeniero mecánico de profesión con una maestría en administración de empresas, casado con una española, padre de cuatro hijos y heredero de una tradición familiar que comenzó hace 67 años en Manabí.
La historia es así. Comienza con su abuelo, Hermógenes Barcia y Lucas, oriundo de Montecristi, comerciante que en 1944 abrió una botica en Portoviejo y tres años después emigró a Guayaquil y fundó la actual Botica Hermógenes Barcia.
En ese entonces, la encargada de elaborar las fórmulas magistrales era su cuñada, Úrsula Bravo Bazurto, quien fue la primera mujer graduada como Química Farmacéutica en la Universidad de Guayaquil. Al morir Hermógenes en 1950, su esposa, Margarita Bravo, tomó las riendas de la botica junto con su hijo, José Barcia Bravo –padre de Hermógenes y más conocido como don Pepe–. Cuando este enferma y después muere en el 2006, Hermógenes Barcia Fernández empieza a estar a cargo de la botica.
Botica de mangle macho
La Barcia está sembrada en uno de los sectores más populares de Guayaquil, a escasos metros de la Maternidad y el Mercado Central. Botica que funciona en una casa construida con “mangle macho cortado en luna llena, el mejor”, como le afirmaron a su padre unos carpinteros de ribera, recuerda Hermógenes.
La botica siempre está concurrida. La mayoría de su público –el sesenta por ciento– acude con una prescripción magistral que le ha recetado su médico. Algunos aguardan por su medicamento, mientras aprecian antiguas fotos en blanco y negro de los Barcia, memoriosos morteros de porcelana y demás utensilios que se exhiben en el Rincón de los recuerdos, ubicado junto al mostrador.
La oficina de Hermógenes está adentro. Él –reconoce– no es como su padre que siempre permanecía en el mostrador. Era auténtico, conversaba, bromeaba y le brindaba alguna solución a la gente que acudía a la botica del pueblo, como es conocida aún. Pero él sabe que otras son sus fortalezas. En cambio, ese mundo tan de los Barcia de las fórmulas magistrales sí fue el de su hermana, Margarita Barcia de Ortiz, y actualmente lo ejerce su hermano, José Barcia Fernández.
Aunque el actual eslogan es: En Botica Barcia todo tiene remedio, Hermógenes cree que el más antiguo, aquel que nació con la botica: Pulcritud, exactitud y economía sigue siendo válido. “Porque si una fórmula magistral de la Barcia sanó a su abuela, luego a su mamá, también lo curará a usted. Así se pasa la buena noticia de que este medicamento, esta fórmula magistral, cura. Las fórmulas magistrales son nuestra diferenciación, es por lo que nuestros clientes nos prefieren”.
Cuenta que su padre a los 70 años, ya cansado y enfermo, pidió que alguien se hiciera cargo de la farmacia. Entonces él –quizá porque es el mayor–, dijo: Yo. Fue cuando, además, hizo una maestría en Administración de Empresas que le sirvió para enfrentar retos, alinear a la farmacia como una excelente propuesta para sus clientes y también para defenderla de la agresión monopólica de las grandes cadenas de boticas que eliminan a las pequeñas farmacias barriales. “Se aprovechan del esfuerzo de una familia, no la ayudan, sino que la eliminan –reflexiona quien años atrás fue Presidente de la Federación de Farmacias, Boticas y Droguerías del Ecuador–. Ahí hay injusticia, porque un día cuando uno está viejo y su zona barrial es comercial viene otro y se lleva su negocio”.
Para que su padre sea recordado, Hermógenes en el 2005 creó la fundación José Barcia Bravo –funciona al lado de la botica– que brinda atención médica gratuita. “Todos los días atendemos de 60 a 100 pacientes sin necesidad de hacer política, ni pedir nada a cambio”, explica orgulloso de mantener viva la imagen del popular don Pepe.
“Junto al pueblo”
Siempre visita farmacias de otros países de América y Europa para conocer cómo se manejan. En algunas –comenta– la actual tendencia es revalorizar las fórmulas magistrales. “Ahorita están hasta la coronilla de tanta industrialización y comienzan a ver en su interior –cuenta emocionado–, ¿de dónde salen los medicamentos? Volvamos a la esencia de las cosas y vuelven las fórmulas magistrales”.
Evaluando, recuerda que años atrás: “Éramos 15 farmacias –eso antes del cáncer de su padre y la leucemia de una sobrina–, ahora somos dos, pero para el 2012, tenemos un plan para ser 10 más”, boticas que estarán en los barrios populares porque siempre permanecerán junto al pueblo. “Porque cuando uno sale de sus raíces está perdido y no hay que perderse”, asegura.
Hermógenes, un poco en broma, cree que lo único que ha heredado de su padre es el buen nombre. Lo dice porque no tiene ese carisma que caracterizaba a don Pepe. “Pero estoy con el cliente en la Fundación. Estoy con el cliente en la oferta de valor. Sé que me falta más exposición con nuestro público. Bueno, la ventaja es que físicamente me parezco a mi papá, entonces van a ver a un don Pepe no tan viejo”, dice y ríe frente a su computadora.
Lo que jamás olvida Hermógenes Barcia Fernández es lo que antes de morir les dijo su padre, a su madre y hermanos. Primero, que fueran los mejores. Segundo, que los seguía amando. Tercero, que siempre al frente de la botica Barcia esté un Barcia. “Y eso se lo prometí y aquí estoy”, asegura el heredero de una tradición que tiene nombre y apellido.