Isabel Robalino: Mujer con alma de roble
Incansable, pionera y forjadora podrían definir a Isabel Robalino, quien a sus casi 100 años continúa al frente de la lucha a favor de los trabajadores y contra la corrupción.
La encontramos sentada en su nuevo vehículo y con la firme mirada de siempre. Elegante y abrigada para soportar el frío capitalino nos recibe con una sonrisa. Su rostro forma una imagen de pintura de fino pincel: mejillas rojizas, nariz perfecta y una frente con varios surcos.
Isabel Robalino Bolle tiene una envidiable lucidez a sus casi cien años de intenso trajinar. Y a pesar de que se encuentra en una cómoda habitación de un tradicional convento quiteño, adecuado más para el descanso, la paz y el silencio, Isabel Robalino, así a secas como se la llama, no deja de ser una activista en funciones. Ya no puede caminar, debido a una fractura, pero todo lo demás está hecho de roble: su corazón, su alma, su mente, sus principios, su carácter y su sensibilidad.
No le sorprende recibir a periodistas porque siempre ha estado relacionada con ellos. Sus pronunciamientos han sido requeridos por la prensa en múltiples ocasiones y, además, ha escrito artículos para varios medios, entre ellos, diario La Hora y el recordado Hoy.
“¿Cómo está?, le decimos. “Yo, bien. Mejor ustedes díganme: ¿cómo están?”, responde. Su voz retorna con un suave eco que se deja escuchar en la habitación número 12 del convento de la centenaria Iglesia de Santo Domingo, uno de los íconos del Centro Histórico quiteño. Dice sentirse bien allí. Tiene una cama de plaza y media, un gran sillón para recibir a las visitas, un televisor que cuelga en la pared, un armario, un baño y lo que no le podía faltar a una persona dedicada a las letras: un escritorio, en cuya parte baja están libros y carpetas.
Las paredes laterales tiene pocos detalles: en una están un Cristo crucificado (es peruano, dice) y una imagen de la Virgen de Guadalupe y en la otra, una imagen de Nuestra Señora del Rosario de Agua Santa de Baños. Siente que esta habitación es confortable para revisar los periódicos, seguir las noticias por televisión y leer libros y documentos de su profesión.
Estamos en los días en que se celebraba a la madre, pero Isabel Robalino no ha procreado hijos aunque eso no quiere decir que no sienta alegría y nostalgia en estas fechas. Ella recuerda mucho a su mamá, Elzabeth Bolle, una pintora alemana. Y también a su papá, Luis Robalino Dávila, un escritor, historiador y diplomático ecuatoriano. Sus padres se conocieron en París, Francia, cuando coincidieron realizando sus estudios. Vinieron a vivir en el Ecuador luego de un largo noviazgo. Después volvieron a Berlín, Alemania, a contraer matrimonio.
¿Y los amores suyos?, preguntamos a Isabel Robalino. “Yo no he tenido vocación para el matrimonio”, confiesa y sonríe. Usted debe haber tenido muchos admiradores, insistimos. Posiblemente, sí, responde. Y cuenta: Una sola vez recibí una carta muy formal de un colega de Colombia, pero con la misma formalidad y muy cordialmente le contesté diciéndole que no. (Suelta una gran carcajada). ¿Y algún criollito?: Bueno, pero no tan formalmente; parece que sí hubo por ahí unito.
¿Pero, a cambio, usted tiene hijos espirituales? “Sí. Solo tengo hijos espirituales”. ¿Cuáles? Por ejemplo, afirma, algunos importantes sindicatos en la Sierra y en la Costa a los que les he dado asesoría legal. He ganado muchas lides en los tribunales.
¿Su última batalla es la que usted y sus compañeros están librando ahora con la Comisión Nacional Anticorrupción? Escucha la pregunta y a Isabel Robalino le brillan los ojos. “Nosotros tenemos objetivos bien claros, acciones bien justificadas. Y lo demás, allá veremos qué pasa, porque el adversario es de mucho poder en la Función Judicial. La lucha contra la corrupción tiene sentido, tiene bastante sentido porque estamos envueltos en tantos actos de corrupción que luchar contra esto es una necesidad pública. La corrupción hace mucho daño al Estado y al desarrollo normal de un Estado democrático”, responde.
¿De dónde salió ese espíritu con el que se la conoce a Isabel Robalino, posiblemente del colegio Mejía donde usted estudió? “No sé, quizá esa garra del Mejía es una leyenda posterior. Era el único colegio secundario que había con carácter mixto en el Ecuador. Del Mejía, los míos son recuerdos encontrados. Estudié en Brasil hasta el cuarto curso. Vine al Mejía a quinto y sexto cursos. Me adapté inmediatamente. Teníamos profesores de toda orientación filosófica y política. Y había de parte de muchos profesores una orientación anticlerical muy fuerte”, afirma.
Pero el reto no quedó allí. Isabel Robalino fue a la Universidad Central y se convirtió en la primera mujer en graduarse de abogada: “Yo era la única mujer en el curso. La situación era normal en el grupo de compañeros. No hubo nada raro durante nuestros estudios. Entre los profesores que más recuerdo están los Andrade Marín y, en especial, Carlos Andrade Marín”.
Luego de sus palabras de nostalgia se acomoda en su silla de ruedas. Y vuelvo a admirar a esta mujer que el próximo 14 de octubre cumplirá 100 años de vida. Ahora este es mi coche, aclara, con tono de resignación, pero tampoco se angustia y precisa que la silla utiliza desde que un día, cruzando una calle en Quito, se cayó y se fracturó el fémur. Nadie me empujó, tal vez resbalé y la fractura se dio más por mi edad: tenía 93 años. Y cuenta que allí fue cuando dejó el volante y puso en parqueadero definitivo a su último carro que condujo, un pequeño Chevrolet Corsa manual, porque nunca le gustaron los automóviles automáticos. (I)