Joao Ayala: Rey de sus hijos
Dejó Australia para volver a su tierra y compartir con sus hijos y nietos. Joao Ayala es un hombre de familia
Joao Ayala está en Guayaquil, en bermudas, camiseta y con ganas de comerse un encebollado, un caldo de salchicha, un bolón. “He extrañado bastante la comida”, admite. Y claro, también quiere ir a la playa. No solo a la arena. Quiere estar en las olas, quiere surfear.
Por varios años (en un cálculo rápido Joao cuenta doce) ese fue su imperio y todos lo reconocían como el Rey de la Playa, por su exitoso programa de televisión.
Surfeaba desde los 13 años (en oposición a todos sus otros amigos atletas, quienes se inclinaron por el fútbol) y ya tenía un vínculo muy íntimo con el océano. Su primera tabla (usada) se la compró de su bolsillo (sus padres creían que era un deporte muy peligroso y se negaron a pagarla). Tampoco nadie le enseñó y por eso la rompió el primer día. Tres semanas después, con la tabla reparada, agarró la primera ola y ya nadie lo detuvo.
Al recordar su época en televisión comenta: “Fue el mejor trabajo del mundo. Me gustaba surfear y ¿a quién no le gusta la playa? Y que te paguen por divertirte (...). ¡Tienes que estar loco para no disfrutarlo!”.
Y aunque los televidentes creían lo contrario, Joao no es un hombre de farrear hasta el amanecer. “El alcohol y la tabla no combinan, pero tenía que farrear (ese segmento tenía muchos auspiciantes), así que dejaba de surfear”.
En 1997 abdicó el trono para mudarse a Australia. Exactamente a la zona de Gold Coast, donde trabajó en varios departamentos del Jupiters Hotel and Casino.
Este nuevo continente lo recibió en sus escenarios de postales, con playas que al fotografiarse parecen retocadas en Photoshop, pero que solo resplandecen con sus autentiquísimos detalles naturales. “También están llenas de tiburones, pero son chéveres”, dice sonriendo con todos sus dientes.
Por qué tanto tiempo afuera
Aterrizar en Australia no fue un hecho al azar. Una princesa se llevó al rey al otro lado del mundo. Su princesa, su única hija: Kiana Ayala.
“Me casé con una australiana, quedó embarazada y ella quería tener a nuestra bebé allá, y me dije: Ok, tengo que irme y me fui. Allá la relación no funcionó, pero quería permanecer cerca de mi hija”, comenta. “Yo ya tenía mis tigres: Juan Carlos y Andrés (de su primer matrimonio). Eran mis compañeros, mis amigos, pero tener a Kiana fue muy especial. Ella tenía su propia energía, era maravillosa”.
Hablar de su hija en pasado sigue siendo doloroso. Ese sentimiento lo traiciona y las lágrimas consiguen inundar el lugar de su sonrisa.
Kiana falleció el 6 de diciembre del año pasado, a los 16 años, tras permanecer algunos días conectada a un respirador artificial.
La noche de la tragedia, Joao también estaba hospitalizado. Se había sometido a una cirugía de cadera que, de no hacerla, lo habría alejado del surf para siempre. “Me operé y cuando salí del quirófano vi a Larissa, mi esposa, con Martín y Kiana. Fue la última vez que la vi viva”, recuerda.
Días después, al conocer la condición de su hija, el dolor físico simplemente dejó de importarle. “Sin tener aún el alta, tuve que hacer algunos arreglos de logística para poder ir, en ambulancia, a la clínica donde ella estaba”.
Cuando los doctores le preguntaron qué deseaban hacer, Joao coincidió con Claire, la mamá de Kiana. “Si iba a permanecer en ese estado, no íbamos a mantenerla conectada”. Le quitaron el respirador un viernes y falleció ese sábado.
Entonces Joao vuelve a usar el presente para hablar de Kiana. Y el gerundio, porque su pequeña continúa con vida de muchas formas, sonriéndole, hablándole, mirándolo, cuidándolo... haciéndolo sentir orgulloso.
“Mi hija constaba en su licencia como donadora de órganos. Y cuatro personas siguen con vida gracias a ella. Se pudieron aprovechar sus riñones, su hígado y un pulmón. Es cierto que mi hija ya no está, pero todos ellos continúan en el mundo gracias a ella”.
Joao está convencido de que Kiana sigue junto a él y de que ese rayo de sol en los ojos (The Sunshine of My Eyes), como solía llamarla, sigue iluminándolo. “Supe desde el primer momento que no puedo ser un papi triste para mis hijos. Y para mí mismo. Ella tampoco quisiera ver un papá triste desde donde me mire”, expresa.
“Una experiencia así puede destruirte los sentimientos por un tiempo, pero hay que tener la fortaleza espiritual o de carácter para seguir adelante, porque la vida sigue y no le importa lo que tú hayas pasado. Mañana tendrás que pagar la tarjeta de crédito, mañana te cortan la luz si no pagas, mañana si no trabajas no comes. La vida continúa”.
Sin fecha de retorno
Joao quiere creer que llegó para quedarse. Aquí lo recibieron su primogénito, Juan Carlos, Andrés y Juan Carlos III (su nieto).
Cada uno, al nacer, le provocó un sentimiento, una experiencia distinta. “Tu primer hijo te enseña el potencial del amor. Tú crees que amas a tu pareja y a tus amigos, pero con este ser chiquitito se multiplica esa capacidad de amar”. “Y luego, el siguiente hijo te enseña que no puedes repetir el mismo patrón de crianza, porque cada niño trae sus propias ideas. Uno es deportista, el otro es más intelectual; el uno duerme, el otro madruga...”.
Y ahora tiene a Martín, su hijo de 5 años con su actual esposa, Larissa. Martín y su nieto, Juan Carlos, nacieron con dos semanas de diferencia. “¡Es un cascarrabias único!, me hace reír mucho... Aunque creo que prefiere a la mamá”.
En la televisión ecuatoriana, dice muy honestamente, que no encuentra nada nuevo. “Si vas a hacer algo, hazlo bien. Preferiría encontrar algún proyecto que me guste, algo que funcione, antes que decirle sí a la televisión”.
Con la experiencia en hotelería que ganó en Australia (la zona donde vive recibe 12 millones de turistas al año), no descarta emprender un negocio similar aquí. “Pero aún estoy en fase de exploración”.
Mientras decide cuál será su próximo paso, seguirá en su terreno, en el océano. Entrará a vibrar con el ritmo de las olas, a sentir la armonía de esa naturaleza que siempre lo sacude, lo golpea, lo abraza, lo consuela, como en cualquier capítulo de la vida. (I)