Juan Ostras: Legendario buzo le dice adiós al mar
Juan Ostras perdió su apellido en el fondo del mar. En Playas es una leyenda viva que en su restaurante ofrece ostras y otras delicias.
Juan Ostras ya no vive en el fondo del mar. Antes todos los días visitaba a ese misterioso mundo submarino. Iba tras ostras que después vendía con sal y limón. Así lo conocí hace 16 años cuando escribí su historia. La crónica de un buzo llamado Juan Ostras.
Ahora es una leyenda viva que hace 55 años nació en General Villamil (Playas) como Juan Reyes Yagual. Pero sus apellidos se ahogaron en el mar. En Playas todos lo conocen como Juan Ostras. Desde el 2006 en el barrio La Dolorosa, en el sector de La Viradita es propietario de Juan Ostras Insuperable y al lado, sus hijos mantienen también el restaurante La ostra que fuma.
Ya no vive en el fondo del mar porque ahora atiende su restaurante. Pero quince días atrás, acompañé a Juan Ostras cuando fue a decirle adiós al fondo del mar. Ese día agarró sus herramientas de labores: su traje de bucear, el visor, el ancla, una pata de cabra que le sirve como cincel y un martillo.
Aquella mañana el cielo escupía una garúa de finísimas espinas de pescado. A bordo de una camioneta nos dirigimos a El Faro, playa a seis kilómetros de Playas. Por la arena húmeda y espumosa, Juan Ostras arrastra la balsa hacia la orilla y se adentra al mar. A lo lejos, lo veo sumergirse y después de unos minutos ascender con un pedazo de roca que deposita en la balsa. Se sumerge numerosas veces y descansa un rato. Así por espacio de dos horas de buceo. Luego Juan emerge con un bolso lleno de ostras. Ahí mismo en la playa rocosa de El Faro, el buzo abre unas ostras, les pone un pizca de sal y el jugo de un par de limones. Es lo que este cronista consume con deleite mientras Juan Ostras bucea otra vez, bucea pero ahora en el mar de sus recuerdos: “Mi bisabuelo Jerónimo y mi abuelo Eleuterio Yagual fueron los primeros buzos de Playas, ellos me enseñaron a coger ostras. Cuando yo era un niño mi abuelo me cargaba cogiendo ostras. Yo, a los trece años abandoné mis estudios y me dediqué al oficio. Esta es una tradición familiar”.
Cuenta que en ese entonces buceaban en El Pelado, Engabao, Punta Planchada, Mal Paso y otros lugares a los cuales iban a lomo de burro. Él se despertaba a la cinco de la mañana a encinchar al burro. Llegar les llevaba dos horas, más dos horas de buceo y el regreso era más lento por la carga. “En Playas regresábamos como a la cuatro de la tarde y comíamos una sopita con queso y un arroz con nada”, dice Juan con esa locuacidad que siempre lo ha caracterizado.
En esos años no se utilizaba la balsa, se metía al mar hasta cuando el agua le daba en el cuello y empezaba a bucear sin mascarilla. Pero con el tiempo se fue agotando esa ostra tan fácil de agarrar cerca de la playa y ya en los años ochenta los buzos empezaron a emplear la balsa para bucear en sitios más lejanos.
Su mundo submarino
Ese sábado, Juan Ostras desentraña al mar gris con cierta nostalgia y dice: “De tres a siete metros que es a lo máximo que podemos llegar porque buceamos a pulmón limpio, sin tanque de oxígeno, solamente con un visor para protegernos los ojos del agua salada. La marea baja y el agua cristalina son favorables para bucear. El mundo submarino es muy hermoso y también es un poco peligroso. Pero hay cosas buenas, no hablo de monedas de oro, sino de tesoros marinos como el coral, perlas, huesos de ballenas en distintas formas. Tesoros marinos que guardo porque para mí tienen muchísimo valor”.
Después de 42 años de bucear a puro pulmón, Juan Ostras ya no es el mismo. Solo el mar no envejece. “Si antes buceaba los siete días de la semana, a estas alturas del 2012 como buzo estoy abandonando el fondo del mar, poco a poco me estoy retirando. Cuando buceo lo hago en Engabao y cojo las suficientes ostras para mantener el negocio familiar. Pero más tiempo pasó en el restaurante. Antes buceaba todos los días, incluso me disgustaba si mis amigos no me llevaban, cogía la bicicleta y me iba atrás de ellos”.
Ahora hay buzos jóvenes de 20 a 40 años que van a bucear a Chanduy, a las islas Puná y del Muerto, Manta o hasta Tumbes, Perú. Ellos son los que proveen de ostras a los restaurantes de Juan e hijos. Su restaurante tampoco es el de antes. No es lujoso. Es auténtico y sencillo como la madera y la caña con la que está construido. Antes atendía solo los fines de semana y las dos únicas ofertas eran la ostra con sal y limón y la gratinada al carbón con queso parmesano, mantequilla y orégano. Desde hace seis años, el menú es más amplio, atiende todos los días y tiene una amplia y fiel
clientela.
“Pero yo siempre seré el humilde Juan Ostras entregando mis funditas de ostras con limón y sal”, dice porque aún, como años atrás, viaja a Guayaquil a entregar ostras a sus clientes. “Tengo tres rutas, una es la del Malecón del Salado, Puerto Azul y Los Ceibos. Otro día avanzo desde el centro de Guayaquil hasta el Barrio del Centenario. Otro día voy a la vía de Samborondón”, señala que sus clientes porteños son profesionales, políticos, gente de farándula y futbolistas.
No sé si creerle o no. Me dice: “Te confieso que estoy escribiendo un libro que se titula: Juan Ostras sin años antes y cien años después. Es la historia desde el tiempo de mi bisabuelo hasta el de los hijos de mis nietos que seguramente no serán buzos sino cocineros gourmets del restaurante”.
¿El apodo?
Al mediodía, cuando emprendemos el regreso a Playas, le pregunto por qué y desde cuándo le dicen Juan Ostras. Lo piensa un instante y confiesa que cuando tenía 16 años era miembro de una gallada un poco traviesa que un día rompieron a pedradas un letrero luminoso. Un policía lo detuvo y le preguntó: “¿Tú eres Juan Ostras? Yo le respondí: No, yo me llamo Juan Reyes. No, me dijo el paco, tú eres Juan Ostras porque coges ostras. Eso ocurrió en los años setenta. Fue cuando me gané este nombre por un error de muchachada. Y desde esa fecha soy Juan Ostras”.
Él ya no vive en el fondo del mar. Pero nunca dejará de ser Juan Ostras, el legendario buzo de General Villamil (Playas).