Julio Arévalo: Su vida es el arte
Pintar, escribir y componer son las pasiones de Julio Arévalo, cuyo seudónimo es Pablo Zamora y como tal cuenta con cientos de libros y cuadros.
Abrir una galería en el corazón de Mapasingue oeste, donde habita, es un proyecto que desde hace años inquieta a Julio Mario Arévalo Benítez, el escritor, médico, abogado, compositor y pintor ecuatoriano que en el ámbito artístico y cultural utiliza el seudónimo de Pablo Zamora (en honor al apóstol de Jesús y al río de la región de la cual confiesa vivir enamorado).
Su propósito no es solo exponer el casi centenar de cuadros, de diverso formato, que asegura haber pintado, sino darles cabida a otros artistas plásticos, en especial a los que se inician en el oficio.
Nacido en Loja en 1938, y establecido en Guayaquil desde 1975, Arévalo ha plasmado varias de sus obras temáticas –pues pinta ideas, no cosas– en las paredes del amplio garaje de una de las casas del populoso sector del norte de la ciudad, el cual aspira a convertir en un espacio gratuito para el arte.
Es el inicio de lo que vendrá: obras en caballetes o colgadas, e incluso esculturas. Todo dependerá de la respuesta que tenga su iniciativa, dice emocionado.
No se establecen plazos porque a su edad “el estrés no es recomendable”, advierte como médico, carrera que estudió a intervalos –en Quito y Guayaquil– y mientras desarrollaba sus facetas artísticas. Pero ¿a qué se inclinó primero? Entre pinceladas, Arévalo responde haciendo un repaso a su trajinar. Siendo niño, dice, fue alumno en su natal Loja de Segundo Cueva Celi, coterráneo a quien considera uno de los más grandes compositores del país. Le inculcó el amor por la música y celebró su primera creación artística: un villancico. “Él animó a mi madre a inscribirme en el conservatorio Salvador Bustamante Celi”, comenta con añoranza.
Pablo Zamora es completamente libre para crear. Lo admiro. Me encanta estar con él, aunque a veces se sobrepone a mí, pero lo regaño para que me deje ser yo mismo”, Julio Arévalo Benítez
Agrega que al maestro lo vio ejecutar en el piano sus composiciones “y estuve cuando completó varias, como Pequeña ciudadana”. También en la niñez, Arévalo recuerda haber escrito La estación, obra de corte teatral e intemporal.
En la década del cincuenta dejó Loja y se estableció en Quito. Cursó la secundaria en el colegio Mejía y en la Universidad Central, los dos primeros años de Medicina. Entonces había el premédico e hizo prácticas, las cuales compaginó con su apego a las letras. Escribía todo el tiempo e incluso compartía la lectura de sus cuentos con Alfredo Pérez Guerrero, rector del alma máter.
Sin pausa y con buena memoria –aunque sin precisar fechas–, Arévalo menciona que la tercera persona con la que mantenía largas pláticas que influyeron en su vida intelectual fue (el expresidente) Carlos Alberto Arroyo del Río. El ímpetu juvenil lo llevó a buscarlo para manifestarle su enojo “por haber manchado a la República durante su ejercicio”. “Con documentos me demostró que en el Protocolo de Río de Janeiro no había bases para llegar a ningún acuerdo”.
Además de Medicina, Arévalo estudió Derecho y cuadraba su tiempo con el ejercicio facultativo –en casas de salud como el Asilo Mann, León Becerra y maternidad– y la edición de sus numerosos libros. Son 103, indica con aplomo y señala entre sus géneros al cuento, relato, poesía, novela policiaca y costumbrista, y textos vinculados con la medicina, las leyes y el periodismo.
“Tenía tanto que publicar que decidí comprarme una imprenta. Creé Editorial Uno y con esta di vida, por ejemplo, a la revista Ecuador médico económico; y a las colecciones: Jurisprudencia ecuatoriana civil y penal, El derecho laboral práctico en el Ecuador y El cheque.
“Nada es tan hermoso como escribir”, dice Arévalo, y pese a que resulte una obviedad recalca que de medicina, leyes y periodismo se escribe con conocimiento e investigación, más que con inspiración.
Arévalo suma a su quehacer la composición musical y aunque muestra las letras y partituras de innumerables canciones solo ha grabado diez. Estas constan en el disco Amigo y sus géneros van del bolero a los pasillos y rancheras.
Una de ellas, Manos de amor, lo llevan a recitar: “Cierra mis ojos con tus manos suaves,/ no dejes que nadie me amortaje,/ quiero que solo tú cierres la nave en la que he de emprender mi último viaje,/ y no dejes que miren otras gentes,/ que el pecho que latió con alegría,/ ha parado su vuelo tristemente,/ igual que un sol en la mitad del día”.
Es casi la hora meridiana y el celular de Arévalo suena. Es su esposa, Milita, con quien se casó tras enviudar y procreó tres hijos, todos abogados. “Dos me han dado tres nietos hermosos”, anota, y se alista para dejar su naciente galería e ir a casa a almorzar con ellos.