La sutileza artística de la acuarela
Una mirada al taller, vida y obra pictórica del artista guayaquileño Eloy Cumbet, uno de los más talentosos acuarelistas ecuatorianos.
Comienza la magia. Ocurre cuando Eloy Cumbet con acuarela, pinceles y agua pinta, y en la cartulina inmaculada empiezan a surgir hermosas formas y colores.
Eloy Cumbe Trujillo –más conocido como Cumbet porque agrega la T de su apellido materno–, guayaquileño de 58 años. El artista vive y pinta en la ciudadela Juan Tanca Marengo, sembrada en las faldas del cerro de Mapasingue.
Una luz intrusa invade su taller. Iluminando sus acuarelas y acrílicos que cuelgan de las paredes como frutos exóticos. Alumbra también a los recuerdos de Cumbet, quien cuenta que su vena artística la heredó de su bisabuelo paterno. Un azuayo que tallaba imágenes religiosas en madera para las iglesias de Cuenca. Desde que estaba en tercer grado, él comenzó a dibujar y pintar alentado por su profesora, así hasta que terminó la primaria.
“Siempre pasaba por la Escuela de Bellas Artes –Chimborazo y Bolivia– porque mi papá trabajaba en la Armada Nacional” –evoca como viéndose en una película–. “Ahí los fines de años hacían exposiciones y una vez, desde afuera, vi bastantes cuadros y se me metió en la cabeza que yo tenía que ingresar en Bellas Artes”. En 1969 sus padres lo apoyaron y también por las noches estudiaba en el colegio Andrés Matheus.
Entre sus profesores de Bellas Artes menciona al artista César Andrade Faini, quien era riguroso en la enseñanza de Pintura, a Carmita Palacio en Anatomía Física, y entre sus compañeros de promoción, al pintor Federico Gonzenbach.
Con la acuarela a cuestas
Cumbet comenta que cuando estudiaba en Bellas Artes no se tomaba en cuenta a la acuarela. Se enseñaba témpera y de ahí directamente se pintaba al óleo. Por eso, orgulloso declara que el arte de la acuarela lo aprendió “por autoeducación”. Consultando libros de grandes artistas como el acuarelista italiano Filippino Lippi y otros maestros. Desde entonces su deseo de investigar, aprender e innovar no ha cesado.
“Me gusta la acuarela porque es tan frágil, tan dúctil, tan rápida y espontánea. Y tan certera a la vez”, manifiesta mientras pinta una marina de pescadores desembarcando y un cielo invadido por gaviotas.
Recuerda que primero pintó motivos de Guayaquil. Escenas de Puerto Lisa, el parque Forestal, el estero Salado, el cerro Santa Ana, el barrio Las Peñas. Luego empezó a viajar especialmente a Entrada de Guineo, cerca de Quevedo, donde su abuelo tenía una finca donde él en su infancia pasaba sus vacaciones escolares. Después fue tras paisajes y personajes de Playas, El Morro, Manta, Bahía de Caráquez, Cuenca, Santo Domingo, Quito y el Oriente. “En todos esos sitios hacía bocetos y luego en mi casa los pintaba”, dice rodeado por pinceles, colores y un envase con agua. Afirma que históricamente la acuarela es la primera técnica de las artes plásticas y que una excelente acuarela debe ser muy transparente.
“En mi caso, para lograrlo pinto con bastante agua y utilizo colores que son bastante fríos, que mezclo con los cálidos”. Habla mientras con rapidez pinta el vuelo de gaviotas en un cielo azul, su color favorito. “El gran acuarelista es aquel que domina la transparencia”.
A sus 15 años, Cumbet empezó a exponer colectivamente en el barrio Las Peñas y de manera individual desde 1974. Su última exhibición de acuarelas, Colores de la naturaleza, fue en la galería El Mirador de la Universidad Católica, y en acrílico presentó Luz y forma, en el Museo Luis A. Noboa Naranjo. Actualmente trabaja con ahínco porque el próximo año espera exponer dentro y fuera del país.
“El pintor para ser un buen pintor tiene que dominar las técnicas” –expresa mientras acomoda un lienzo sobre el caballete–. “Mis cuadros de óleo y acrílico los comienzo con la acuarela para que sea una guía en los colores, así también lo hicieron en el Renacimiento pintores como Pieter Paul Rubens, Alberto Durero. Para mí así es más fácil porque ya tengo una idea del color que va a ir”.
Eloy Cumbet, el gran acuarelista, pinta en acrílico –ha dejado el óleo porque es tóxico–, siempre sus obras están relacionadas con la naturaleza. Pero una naturaleza más fantasiosa que realista.
“El lenguaje plástico de Eloy Cumbet es esencialmente descriptivo” –comenta la crítica de arte Inés M. Flores–, “con toques irreales que lo alejan de lo meramente anecdótico. Las formas vegetales, árboles, troncos, raíces, hojas, flores se armonizan para alcanzar una notable fuerza ornamental, que seduce al espectador, como ocurre siempre con la obra de los verdaderos artistas”.
Pero Cumbet no es un artista a tiempo completo. Desde 1977 es profesor de Dibujo y Pintura. Actualmente, para cumplir sus horas de clases trabaja en cuatro escuelas fiscales de Guayaquil. “A los niños se los puede moldear, pero no se puede interrumpir su forma de ser –explica el docente–. Ellos pintan, ven a su manera su mundo y eso hay que respetarlo. Uno solamente se vuelve un guía”.
Por su horario de trabajo, él pinta por las noches y los fines de semana, seguramente hasta cuando se jubile del magisterio. “Así me he desenvuelto toda mi vida, me he sacrificado para hacer mi arte –y reflexiona–: Pero en el arte uno no se puede jubilar, solo con la muerte”. Arte y talento que han heredado su hijo Daniel Cumbe Farías y su sobrino Franklin Mirabá Cumbe.
Termina la magia en su taller. Cuando en el ángulo inferior derecho del cuadro dibuja su firma: Eloy Cumbet. Y punto final.