Las visiones de Paolo Marangoni
El discurso de Paolo Marangoni, de 91 años, cala en todas las edades, lo cual invita a preguntarnos qué responsabilidades estamos asumiendo las actuales generaciones ante nuestro presente y el futuro.
Me equivoqué al pensar que mi encuentro con Paolo Marangoni sería en su casa o en otro ambiente personal. En vez de eso, él me atendió puntual en su despacho de director de la Asociación Pro Bienestar de la Familia Ecuatoriana (Aprofe).
Allí me quedó claro que a Paolo, de 91 años, no se le han agotado sus deseos y fuerzas para continuar trabajando por una mejor sociedad ecuatoriana, comunidad que lo cautivó desde el primer día cuando llegó de Italia, a sus 31 años.
Paolo vino a Guayaquil en el 50 para cuidar a su padre, un industrial que trasladó a esta ciudad su negocio de químicos, desde Trieste. “El Dr. Juan Tanca Marengo me escribió una carta diciendo que mi papá estaba enfermo de cáncer al estómago”. Lo operaron en Italia, sin posibilidades de larga vida.
Pero al final encontró dos razones para quedarse definitivamente, tras resolver las empresas familiares. “Sentí total atracción por el ambiente, la gente en la calle y su simpatía. Luego me enamoré de mi mujer (Rosita Bertini), me casé, y con mayor razón no me quise ir”, recordó de esas primeras impresiones. Aunque la cualidad de los guayaquileños no ha cambiado, la masificación de la ciudad sí ha imposibilitado la facilidad de comunión entre las personas, dijo. Extraña, por ejemplo, caminar por una cuadra y saludar a sus conocidos.
Así, uno empieza a entender por qué a este italiano que se siente ecuatorianísimo le preocupa tanto el crecimiento poblacional, sobre todo en un país relativamente pequeño en extensión.
Con orden, ¡por favor!
A pesar de que su familia era dueña de una fábrica aquí y otra en Trieste, se hubiera esperado que Paolo quisiera ser un industrial. “Pero quise ser médico. Porque nunca tuve este espíritu por los negocios o por el dinero”. Para él, el dinero es necesario para lograr una buena vida personalmente y para contribuir en lo social.
No obstante, también es un hombre de números. “Esta ciudad presenta un crecimiento poblacional desproporcionado... si hubiera sido más lento, no habría tantos problemas económicos, de salud o de educación, ni la diferencia entre pobres y ricos fuera tan grande”. Por eso, luego de rehabilitar su título de médico, estudió sobre la planificación familiar. Así comenzó a promoverla por su cuenta y más tarde fundó Aprofe, en 1965. Este año, la institución celebra sus 50 años.
Este conjunto de prácticas de control natal él también las ha aplicado a su vida. Pero cuando concibió a su segunda hija, Larissa. “Mi primer hijo, Alejandro, nació por un ‘accidente de amor’ (no se cuidó, contó entre risas)”.
A pesar de esa anécdota, Paolo explica que las consecuencias de no moderar el número de habitantes sí son graves. Un país con potencial humano tan grande, que crece de forma tan desordenada, no puede seguir funcionando, porque no se puede dar a todos el mismo número de oportunidades, afirma. “Y en Ecuador hay tanta gente inteligente, asombra a quien lo analiza de forma científica. Versus otros países que, a pesar de condiciones económicas y sociales mejores, hay una cantidad impresionante de gente sin educación”.
Según Marangoni, autor de Memorias de una hormiga (relato autobiográfico lanzado en 2010), los ecuatorianos solo podemos soportar un crecimiento moderado, y lo mejor, según él, sería que no haya crecimiento en un par de generaciones. Como en China y su política de un hijo por familia.
¿Podríamos emular ese ejemplo? Nunca. “No podemos, debido a nuestra cultura y religión. Los ecuatorianos somos individualistas, no somos masas. En países más uniformes, es más fácil hacer cumplir este tipo de reglas”.
No le gusta hablar mucho de religión (no se considera muy religioso). Sin embargo, aclara, no debe mezclarse con la planificación familiar. “El número de hijos es una cosa, la religión es la filosofía de cada uno, la forma de ver la vida, lo que necesita para poder sobrevivir... (sobre los hijos). Cada uno recibe lo que necesita en su vida”.
Hacia el futuro
Haber vivido casi un siglo es un privilegio de pocos. Paolo tuvo en su casa la primera radio familiar en Trieste, a la que recuerda como un pequeño ataúd con antena. Es más, viajó a América desde Milán cuando recién se abrieron las rutas entre este continente y Europa.
Desde joven ni se le ocurrió un día manejar una computadora y menos que la mayoría de personas posea un carro actualmente.
Le pregunto, ¿y el futuro? “¡Ayayay! No sé cómo será... Esto depende de la mentalidad de cada uno. Si es optimista, puede esperar que el mundo encuentre su equilibrio. Si es pesimista, dirá que la especie humana llegará a su fin... Creo que nosotros sí arriesgamos nuestra posibilidad de sobrevivir como especie”. Esto, a causa de la contaminación atmosférica y el consumismo acelerado.
Lo que más le asombra es el calentamiento global. “Pensé que no alcanzaría a vivirlo, pero ya es una realidad. El planeta se degenera muy rápido”, expresó. “Estamos contaminando al mundo de chatarra. Por ejemplo, la computación siempre está cambiando. Luego de cuatro años, uno dice ‘mi computadora ya no vale y la bota o la cambia’. Allí hay plomo, mercurio y más. ¿A dónde va a parar todo eso?”.
La situación se agrava si se suma una acumulación insostenible. “Deberíamos esforzarnos en buscar cosas que satisfagan nuestra comodidad personal y a nuestros negocios. Destruir en nuestra mentalidad que el dinero debe siempre crecer, ¿por qué tiene que ser así?”, recomendó.
“Como buen viejo médico que soy puedo describir los síntomas que adolece el mundo, pero no tengo la experiencia suficiente para determinar a qué enfermedad o catástrofe llevará esto”, puntualiza.
Tal vez el remedio radica en lo más obvio: las acciones de las generaciones actuales podrían desacelerar la degeneración de la Tierra. Porque la idea de la responsabilidad nos concierne a todos, si queremos continuar redactando la historia de la humanidad. Paolo aun se mantiene activo en este desafío. (I)