Manuel Pillajo: Tallador de madera fina
Esta crónica huele a madera. Pero a madera fina porque es la historia de un tallador, la del guayaquileño Manuel Pillajo Mila. Su taller está en la calle de los Años Viejos. ‘Tallista’ es la única palabra –tallada en grandes letras de madera entre dos dragones alados– que luce ese letrero ubicado en 6 de Marzo 2500 y Calicuchima.
Sobre la fachada del taller cuelgan escudos de Barcelona y Emelec y de clubes del fútbol internacional como Boca Junior y Liverpool. En las paredes de ladrillos del estrecho taller, hay más pero también diversas tallas artísticas y xilografías, todas firmadas únicamente con un par de letras: MP, iniciales del tallador Manuel Pillajo, de 52 años, quien luce una larga melena y en su cuello cuelga un cordón con los colmillos de sus tres perros muertos, sus amadas mascotas.
En el soportal, sobre un banco de trabajo, están un par de escudos que actualmente realiza y al lado: cuchillas, gubias, formones y mazos de golpear, sus herramientas de trabajo, arte y oficio.
“Dando gracias a Dios, yo nací casi con el oficio que lo heredé de mi padre”, dice Pillajo. Él proviene de una familia de antiguos talladores en cemento, madera, piedra y yeso. Su padre es Segundo Pillajo Navas, quiteño de 89 años al que entrevisté seis años atrás cuando recién se estaba retirando del oficio porque estaba perdiendo la vista. También su abuelo José y sus tíos Alberto y Nicolás Pillajo oficiaron de talladores en el cementerio de San Diego y en varias iglesias quiteñas. El primer familiar que llegó a Guayaquil fue Gabriel Collahuazo Pillajo, quien participó, como obrero y artista anónimo, en la construcción del Palacio Municipal de esta ciudad.
Cuando Manuel tenía 7 años empezó barriendo el taller de don Segundo, acomodando y traveseando con las herramientas. Siempre atento a cómo su padre diseñaba y tallaba consolas, muebles de sala y comedor en amarillo, bálsamo, caoba, cedro, guayacán, madera negra, palo de vaca, roble, entre otras maderas finas ya casi desaparecidas. Refiere que su padre, graduado en la Escuela de Bellas Artes de Quito y triunfador de un concurso nacional con unas consolas estilo Luis XV, gozaba de gran prestigio en nuestra ciudad, hasta que se puso de moda el mueble lineal. Desde siempre, don Segundo enseñó el oficio a sus hijos: Jaime, Raúl y Manuel –los dos primeros ahora residen en Europa–.
Arte y fútbol en madera
“A la talla me dediqué de lleno cuando salí del cuartel –dice Manuel–, de a poco he ido asimilando lo que me enseñó mi papá quien todavía me da sus consejos”. Él ha realizado en bálsamo, guayacán, roble y otras maderas finas tallados artísticos de rostros humanos, figuras míticas como dragones alados, retablos, copas para beber pero con forma de perros, gatos, botas, marcos de diversas tallas y tamaños.
En el 2008, en el Festival de Artes al Aire Libre (FALL), que cada octubre organiza el Municipio de Guayaquil, Pillajo obtuvo el primer premio en escultura con su pieza Mi Urna. Además, realizó un taller de grabado con el artista Walter Páez, aprendiendo técnicas como colografía, linografía y xilografía, siendo esta última la que más domina.
El fútbol también está en su espíritu. Últimamente con el repunte de los equipos Barcelona y Emelec, los hinchas de esas escuadras le han encargado los escudos de los Ídolos del Astillero. Escudos que él había empezado a tallar ya diez años atrás.
Cuenta que todo comenzó hacia 1970 cuando don Segundo tenía su taller cerca de la sede del Barcelona Sporting Club y un directivo le solicitó que tallase el escudo del equipo torero. Manuel que es barcelonista, observaba, día a día, cómo su padre de una pieza de madera negra hizo brotar el escudo del equipo de sus amores. “Desde entonces me dije: algún día yo tengo que hacer uno”. Comenta que primero solo hacía los escudos de Barcelona y Emelec, pero desde hace 5 años, empezó a elaborar los de otros clubes locales y extranjeros.
Esa tarde junto a su banco de trabajo, reflexiona: “Para tallar hay que tener paciencia y que este arte le guste a uno”. Pillajo permanece en su taller solo por las tardes porque por las mañanas realiza una licenciatura de Artes en la Universidad Estatal. Como todo artista tiene sus proyectos. Espera tallar en piedra –como su abuelo José– una serie en honor a sus perros fallecidos: Flaca, Rita y Gorilón. “A ellos es que quiero inmortalizarlos”, dice el tallador al pie de su taller que huele a madera fina en el Barrio del Astillero.