Mecanógrafo de jubilados y enamorados
En plena vía pública, Rosendo Faggioni con su máquina de escribir llena formularios, redacta apelaciones y románticas cartas de amor.
Rosendo Faggioni es un personaje escapado de una novela. Sus clientes lo llaman abogado, aunque deberían decirle poeta. Desde hace quince años instaló su oficina en el portal de Francisco P. Lavayen y Calixto Romero –frente al edificio del IESS–. Trabaja de lunes a viernes de 07:30 a 16:00, y a veces los sábados.
En plena vía pública está su oficina con un pequeño escritorio sobre el que está su principal herramienta: una máquina de escribir, marca Brother. Además de un borrador, esferográficas, lápices, sobres y papeles de 90 gramos.
Esa mañana, el sol vomita fuego y las bocinas de los buses que ruedan a escasa distancia truenan como volcanes contaminantes. Pero ni el sol ni el ruido impiden que Rosendo Faggioni Casares, guayaquileño jubilado de 77 años, se gane la vida como mecanógrafo callejero. Un letrero en cartón anuncia: “Escribo a máquina”.
Dice que hace quince años cuando se jubiló, después de trabajar 28 años en la Empresa de Agua Potable donde realizaba trámites en el IESS y otras instituciones públicas, aprendió ese teje y maneje burocrático y decidió prestar sus servicios. “Nunca he estado por la parte izquierda, siempre por la vía derecha y con la verdad de Dios”, asegura Faggioni, quien habla con un lenguaje entre jurídico, burocrático y cristiano a sus habituales clientes: afiliados del IESS y jubilados.
A la vista de los transeúntes Faggioni escribe solicitudes. Redacta apelaciones. Realiza trámites para jubilación. Escribe en formularios impresos los datos personales de los solicitantes. También dibuja croquis para que la visitadora social ubique la casa del afiliado. Los costos por sus servicios van de un dólar a dólar y medio, pero cuando redacta una apelación a la Comisión Provincial de Apelaciones del IESS cobra de $ 4 a $ 6.
“Me dicen abogado, pero no lo soy aunque tengo ciertos conocimientos legales y los ejecuto –explica Faggioni–. Yo no soy un mecanógrafo común y corriente. Yo tengo una inspiración en la redacción y me la da mi Señor de los cielos, Jesús”. Cree que su clientela lo busca por su capacidad y honestidad. Como ahora muchos trámites se realizan por internet, el trabajo ha descendido en el 65%, pero ciertos formularios y apelaciones necesitan ser redactados a máquina, ahí es cuando él entra en acción.
El secretario de los enamorados
Le dicen abogado, pero deberían llamarlo poeta. La mañana que lo visité, Faggioni atendía a un tipo que despedía un tufo alcohólico. Yo aproveché para disparar mis fotos. Luego Faggioni me contó que le redactó una carta en la que pedía perdón a su madre por sus excesos.
Es cuando me contó que en estos años ha escrito unas cien cartas de amor a hombres y mujeres. Ellos primero le cuentan la historia que han vivido, todos desean que el amor renazca entre ellos: “Han solicitado mi criterio y yo les he dado las mejores formas para que puedan nuevamente reiniciar los amoríos”, dice este secretario de enamorados y amantes. Confiesa que nunca ha leído literatura y que cuando escribe cartas se expresa con lo mejor de su corazón.
Y cuánto cobra, indago. “Una carta de amor vale de 5 a 6 dólares” –dice este secretario de los amantes– “porque yo tengo que inspirarme para poder escribir”. Dice que sus clientes, cuando han regresado con sus parejas, le han agradecido. Y que algunas veces ha sido necesario escribir algunas cartas para lograr la ansiada reconciliación. “Entonces ahí tengo que aplicar otros términos un poquito más contundentes referentes al amor”, explica.
Le pregunté si en su vida personal también escribió cartas de amor. Me mira con cierta nostalgia poética y dice: “Claro, yo era un inspirado para hacerle las cartas a mi enamorada que actualmente es mi señora esposa”.
Es cuando este humilde cronista le contó su historia de desamor y Rosendo Faggioni me escribió esta carta que fielmente transcribo:
“Señora Verónica. Mi recordado amor: La presente misiva es con la finalidad de poderla Saludar y a la vez, deseándole los mejores augurios para que se encuentre bien en Unión de su muy digna Familia.
“Han pasado algunos años y no te he vuelto a ver, acudo ante tu excelente Amor para que sepas disculparme de todo lo malo que tal vez en algún momento, sin tratar de ofenderte, te expresé en algún término.
“Ruego a mi Señor de los SANTOS CIELOS JESÚS se digne interceder ante tu digno Corazón y se me conceda una Nueva Oportunidad, para poder entablar nuestras Relaciones de un Nuevo Amor más sincero, lleno de Paz, y Tranquilidad en la vida de DOS CORAZONES, que se Amaron y se Amarán para toda la vida.
“Seguro de verme favorecido por las finas atenciones que le dispense a la presente, le anticipo mis sinceros agradecimientos. De su Eterno Amor, muy atentamente.
Jorge Martillo”.
En ese portal de Francisco P. Lavayen y Calixto Romero llueven letras convincentes. Eso ocurre cuando Rosendo Faggioni teclea su máquina de escribir con tal intensidad que resuelve casos laborales y amorosos. Prometo contarles qué pasó con mi historia, si no lo hago es que he muerto de amor como un personaje escapado de una novela de Corín Tellado.