Medio siglo en bote
El guayaquileño Ismael Zuloaga Melgar es heredero de una tradición que se niega a naufragar en las aguas del Estero Salado.
Ahora a sus 65 años, con la piel labrada por el sol y el tiempo, como remando a contracorriente, Ismael Zuloaga recuerda su historia en el estero y los botes.
Todo comenzó a fines de los años cincuenta. Su padre, Pedro Zuloaga, quien era carpintero naval, construyó unos botes para probar cómo le iba en el negocio de alquilarlos. Él en esos tiempos utilizaba las mismas riberas del estero como taller y en un mes construía un bote. Para el armazón empleaba guayacán y guachapelí. Y las duelas –el forro de la embarcación– eran de laurel, una madera suave.
Ismael comenta que ahora la carpintería naval en madera está desapareciendo porque la mayoría de los botes son de fibra.
De las primeras embarcaciones que hizo su padre se encargó su hermano Fénix, luego él que era un muchacho de 15 años. Fue así como alquilar botes se convirtió en una tradición familiar no solo entre los Zuloaga sino también de otras cabezas de familia como los recordados Alfredo Lam, Timoleón López, Heleno Quinde, Alfredo Parrales y don Panchana, quien junto con Pedro y Cecilio Zuloaga, padre y tío de Ismael, lograron formar una flotilla de 70 botes. Todos ellos ya murieron, el último sobreviviente de esa generación dedicada a alquilar botes es Ismael Zuloaga.
Cuando el estero era un balneario
El sábado anterior, en el muelle del Malecón del Salado, Zuloaga rodeado de sus botes coloridos que flotan en esas aguas evocó su juventud de los años sesenta, cuando el estero era el balneario de Guayaquil al que los fines de semana llegaba muchísima gente a bañarse. Durante el invierno, cuando el calor era más asfixiante se bañaban hasta por la noche.
“Hace cincuenta años en el estero se cogían jaibas con gancho, otros venían a pescar con anzuelo porque había la corvina, el pámpano y el bagre. La pesca era en la época del verano”, manifiesta Zuloaga para nuestro asombro.
Con cierta nostalgia recuerda la afición que antes existía por el remo. Para las fiestas octubrinas –hasta los años setenta– se organizaban competencias de remo. Uno de los recorridos era desde la fábrica de San Eduardo hasta el puente Cinco de Junio. Se competía por categorías, individualmente y por equipos de dos personas por bote. Comenta que tal era el auge del deporte que se realizaba un campeonato intercolegial que casi siempre lo ganaba el Vicente Rocafuerte.
Y durante la época de exámenes trimestrales, los estudiantes de los colegios femeninos y masculinos eran los que más frecuentaban el estero. Pero antes de ir a remar dejaban en prenda libros, cuadernos y hasta la cédula estudiantil. En cambio, los fines de semana eran más familiares y también llegaban deportistas que remaban hasta tres horas. En esos años, la costumbre era pasear a puro remo hasta la fábrica San Eduardo, al sur, y hacia Urdesa, al norte.
No olvida que cuando él empezó en el negocio, el alquiler de un bote por una hora costaba dos sucres. En esa época, en la orilla donde se ubicaban los botes –ribera donde actualmente funcionan bares y discotecas– también había puestos que ofrecían comida criolla y hasta alquilaban trajes de baño.
Cuenta que años antes de la regeneración del estero, este quedó abandonado. “Los guayaquileños no venían, la tradición del remo estaba en el olvido, parece que ahora está renaciendo”, dice más esperanzando aún por la reciente inauguración de la Fuente Monumental.
Por el nuevo Malecón del Salado
Después de atender a un grupo de turistas que esa tarde llega a remar convocados por la fuente ubicada junto al puente Cinco de Junio, Ismael manifiesta que en el 2004 con el nuevo Malecón del Salado, él y sus familiares continuaron con la tradición de los botes de remo por los años que llevan en esa actividad familiar.
Orgulloso manifiesta que los Zuloaga han persistido porque aprendieron a construir y a dar mantenimiento a sus botes, actualmente 17. A más de los tradicionales de madera, hay también botes de fibra que son más livianos y rápidos, preferidos por los jóvenes; en cambio, las personas de más edad y deportistas buscan los de madera y solicitan los remos más pesados para que el ejercicio sea exigente.
Cuenta que los días más concurridos son los fines de semana y feriados. El precio actualmente es $ 3 por 45 minutos, los botes tienen capacidad para seis personas. Si las personas no saben remar, pueden contratar los servicios de un guía remero por $ 1,50 adicionales. El horario de lunes a jueves es de 10:00 a 18:00 y viernes, sábado y domingo hasta las 19:00.
“Venir a remar bote es muy agradable, además saca el estrés, y después la gente se va contenta”, opina Zuloaga. Comenta que a los turistas les gusta remar junto a los manglares para observar las iguanas, los patos cuervos, las garzas, etcétera. “Ahora con la limpieza que se está haciendo parece que los manglares han cogido vida y los animales están regresando”.
¿Qué es para usted el estero?, le pregunto cuando el sol comienza a caer tiñendo de dorado la tarde. Zuloaga piensa un momento y dice: “En el estero he vivido desde hace cincuenta años, ahora es muy bonito y está modernizado, y para mí siempre será la vida, no podría vivir lejos del Salado”.
Guayaquil, la ciudad del río y del estero. Sus orillas y malecones están habitados por historias y personajes que se niegan a naufragar, como Ismael Zuloaga.