Robinson Crusoe en Guayaquil
Peripecias de un pirata que asaltó esta ciudad y el escritor Daniel Defoe lo convirtió en personaje literario universal.
Cuando era niño leí las aventuras de Robinson Crusoe, de Daniel Defoe. En esos tiempos no comprendí que la novela era una gran metáfora de la soledad.
Y hace un puñado de años, en el segundo volumen de la trilogía Memoria del fuego, de Eduardo Galeano, conocí la historia de Alexander Selkirk, el Robinson Crusoe de Defoe.
Historia real que comienza cuando la nave del capitán Woodes Rogers se acerca al archipiélago Juan Fernández (Pacífico Sur, hoy territorio chileno). El vigía anuncia la visita de una canoa. De esa rústica embarcación surge una maraña viva de pelos y mugre. El náufrago es Alexander Selkirk, un escocés que ha sobrevivido más de cuatro años en esas islas. Sobre la corteza de un árbol, día tras día, ha ido señalando el paso del tiempo. Le cuenta a Rogers que una tempestad le trajo a un indio al que llamó Viernes en honor al día que apareció para servirle de esclavo.
Esta historia de alta mar y encuentro con Alexander Selkirk ocurrió en 1709, diez años más tarde Daniel Defoe en Londres publica las aventuras de un náufrago. En esa novela Selkirk será Robinson Crusoe.
Según el Dr. Jorge Villacrés Moscoso, en ‘Robinson Crusoe, ¿estuvo en Guayaquil?’ (artículo publicado en EL UNIVERSO el 19 de noviembre de 1978), el marino Alexander Selkirk nació en Lower Largo, Escocia, en 1676. Tuvo una niñez agitada que lo obligó, varias veces, a abandonar el hogar por irrespetar a sus mayores. Siendo un joven, golpeó a su padre, acto por el que fue reprendido desde el púlpito y marginado de la comunidad de su pueblo natal.
En 1703, Selkirk, lejos de su tierra, encuentra la oportunidad de enrolarse en una expedición corsaria que los capitanes Pickering y Dampier preparan en Londres con la intención de llevar dos naves al Perú para asaltar galeones que transportaban oro.
Los barcos piratas parten de Londres. Al poco tiempo, el marino Selkirk que viaja en el Cinque Ports comienza a tener dificultades con los superiores de la expedición. Cuando el capitán Pickering contrae la fiebre amarilla, muere. El capitán Stradling asciende a la capitanía. Mientras, el capitán Dampier ordena que los barcos den la vuelta al Cabo de Hornos para continuar la ruta hacia las islas de Juan Fernández. La nave entra a la isla en mal estado.
La reparación del barco no es total y pese a ello, Stradling ordena el zarpe, pero el marino Selkirk protesta y es cuando el capitán se entera y decide zarpar sin el tripulante escocés. Desde ese día Selkirk permanece solo en la isla. Acompañado por cabras salvajes, lobos, focas y una tupida vegetación.
Al pasar los meses, se le agota la pólvora y aprende a hacer fuego frotando yerbas secas. También a subir y bajar de árboles. Confeccionar su ropa con piel de cabra. Así vive cuatro años y medio. Más de una vez al día sube a un promontorio de la isla con la esperanza de avizorar algún barco que lo rescate. Durante el día, lee la Biblia en voz alta para evitar perder el hábito de hablar. Busca agua en manantiales, también animales y vegetales para su comida diaria.
Hasta que un día, desde el mirador, descubre la silueta de un barco. Espera la noche para hacer una fogata y llamar la atención. La gente del barco divisa el fuego, un bote va a la isla. En la embarcación viaja Dampier, quien reconoce al escocés Selkirk.
En Guayaquil
El barco al mando del capitán inglés Rogers toma rumbo hacia el objetivo de su expedición pirática: Guayaquil, ciudad de la que espera un botín excepcional.
Llegan los primeros días de mayo de 1709. La ciudad está afectada por una peste. Guayaquil es atacada por los piratas a hierro y fuego, la devastan y saquean. Muchos de los piratas pernoctan en las iglesias que apestan por los cadáveres, víctimas de la plaga y quemados por los incendios.
El cronista J. Gabriel Pino Roca en Invasiones piratas del libro Leyendas, tradiciones y páginas de historia de Guayaquil, cuenta: “El sexto, y último ataque a nuestro puerto, y su nueva ocupación por el enemigo, lo llevó a término un consorcio de filibusteros, al mando del capitán inglés Woodes Rogers, para el año de 1709, bajo el reinado de don Felipe V. ( ) no satisfechos con el pillaje que habían efectuado, y aguijoneados por el ansia de hallar mayores tesoros, desentablaron las iglesias y conventos, para revolver las sepulturas de los que allí estaban enterrados, suponiendo que lo hubieran sido con algunas alhajas y valores.
“( ) Cinco días permanecieron en la plaza tan baratamente conquistada, ( ) Andaban por las calles, en grupos de cuatro o cinco, tan hartos de vino y aguardiente. ( ) Su misma codicia castigó en breve a los corsarios; las mismas deletéreas de las tumbas les emponzoñaron la vida. Apareció el Mal de Siam e hizo, violento, a sus primeras víctimas, con lo que los expedicionarios se apresuraron a dejar el lugar, el día 8 de mayo...”.
Uno de esos piratas fue el escocés Alexander Selkirk que se salvó de ser afectado por la peste que enfermó a gran parte de la tripulación, continuó viaje a Londres, a la que retornó después de cuatro años y medio.
Es en una taberna que el escritor Daniel Defoe conoce a Selkirk. El escocés lloraba víctima de una feroz borrachera. Defoe se compadece del marinero.
Selkirk le relata su asombrosa aventura que vivió en las islas Juan Fernández. Defoe, como todo escritor ávido de historias, horas tras horas, lo escuchó y basándose en ese relato escribió su famosa novela de aventuras Robinson Crusoe, que publica en 1719.
En resumen, Alexander Selkirk, el Robinson Crusoe de carne y huesos de Daniel Defoe, estuvo en Guayaquil y fue un vulgar pirata. (I)