‘Charlie Hebdo’: Mi lección final
“La sátira es genial para informar sobre los autoritarios y por eso es el género que se está imponiendo con gran éxito en nuestro tiempo de demócratas antidemocráticos”.
Hace 50 años decíamos que los periodistas no debíamos involucrarnos con la realidad: solo había que acercarse lo suficiente a los hechos e informar con asepsia quirúrgica. Pero hace menos años que el periodismo se ha transformado en una herramienta para mejorar el mundo y eso no se puede hacer si no nos involucramos con los hechos que relatamos y sus protagonistas. Quizá por eso nos ponemos siempre, siempre, siempre, del lado de los débiles.
Encarnamos a los perseguidos, las víctimas, los desnutridos, los olvidados, los abandonados… porque no hay otro modo de defenderlos de los abusos del poder. Por eso después de la masacre de los periodistas en Charlie Hebdo se impuso en periódicos de todo el mundo la expresión Je suis Charlie (Yo soy Charlie). Hasta lo dice de París un cartel luminoso en el Arco del Triunfo del Carrusel y muchos franceses portaron ese cartel en las manifestaciones de esos días. Tanto se identificaron con el semanario satírico francés algunos periódicos que publicaron en sus propias portadas las que indignaron a los terroristas.
Con espíritu volteriano defiendo a muerte la libertad del semanario francés y de cualquier persona de expresar sus ideas por los medios que sea, incluso la libertad de echar gasolina al fuego. Pero jamás publicaría las ofensas a los creyentes y a las religiones que publicaba y seguirá publicando Charlie Hebdo.
La sátira es genial para informar sobre los autoritarios y por eso es el género que se está imponiendo con gran éxito en nuestro tiempo de demócratas antidemocráticos. Pero llamar sátira al insulto gratuito a las religiones con el único objeto de ganar dinero o defender un estilo de vida ateo es una canallada.
Es ofender gratuitamente a quienes no le han hecho ningún mal a nadie y no pueden ni quieren responder, porque no tienen medios, ni ganas, ni fuerza o porque han aprendido a poner la otra mejilla. Pero además resulta que los creyentes ofendidos por la revista son miles de millones de personas pacíficas en todo el mundo, mientras que a Charlie Hebdo lo compran apenas unos miles de lectores franceses, que espero también sean pacíficos.
Con todo el respeto por sus pensamientos, los de su vecino y de los periodistas de todo el mundo que se sienten Charlie, decididamente no soy ni quiero ser Charlie. Je suis Charlie es una pésima idea para ahondar la grieta que explotarán los integristas, sobre todo los que medrarán en la política en un país maravilloso en el que hoy conviven millones de uno y otro lado, pero también algunos fanáticos dispuestos a matar mosquitos con bombas atómicas solo porque piensan distinto.