El mate y el gin-tonic: Nueva bebida argentina
“Tato le puso príncipe de los apóstoles a su gin aromatizado con la yerba que los jesuitas inmortalizaron con porongo y bombilla”.
Después de asistir a un tablado flamenco en Triana volvimos a Sevilla caminando y bastante cansados porque el día había sido largo. Veníamos de una reunión de diarios americanos que se celebraba en Cádiz por ser 2012 el año del bicentenario de la Constitución progresista y liberal, llamada La Pepa, porque fue jurada en esa ciudad el día de San José de 1812.
Al salir del tablado decidimos volver caminando al hotel, así que cruzamos por el puente de Triana hacia Sevilla para seguir por las calles del Arenal. Pero cuando cruzamos el Guadalquivir, exhaustos y sedientos, nos topamos con un bar que todavía estaba abierto, con mesas en la vereda y vista a este río y a Triana. Pasamos al lado de un grupo de chicas que tomaban una bebida con pinta refrescante en copas bien grandes, de esas que ponen para los vinos caros. Era gin-tonic, nada especial, pero pedimos los nuestros y nos sentamos en la mesa de al lado.
Conocíamos el yintónic, pero no aquel gin-tonic. No tenía nada que ver con el vaso aburrido de gin y tónica mezclados con hielo y con suerte una rodaja de limón. Las copas grandes impiden aguar la bebida porque caben enteras la medida de gin y la botellita de agua tónica. Y los hielos no se derriten porque están congelados a 50 grados bajo cero. Cuando los encargamos, el mozo empezó con la retahíla consumista: había una variedad inmensa de marcas de gin –ginebra le dicen en España– y de aguas tónicas y no se mezclan así como así. Además se podían aderezar con otra inmensa cantidad de especias, cada una de ellas procesada al gusto del consumidor.
El viaje de 2012 fue largo, no tanto por el tiempo como por la vuelta que dimos a más de media España, pero terminamos sabiendo más de gin y de agua tónica que de castillos y periódicos. Bueno, resulta que la semana pasada pedí un gin-tonic en un bar de Buenos Aires y me preguntan si lo quiero con príncipe. No entendí, así que dije que sí. Cuando me lo sirvieron como corresponde, escanciando la yapa después de la medida y hasta que el cliente dice basta, entreví una botella distinta a las habituales marcas inglesas.
Era un gin argentino inventado por un bartender a quien todo el mundo conoce por Tato. El nombre y la marca del gin es el mismo que le puso el jesuita belga Nicolás del Techo –se llamaba Nicolas Du Toit– a la misión de apóstoles en 1641 en la actual provincia de Misiones. Tato le puso príncipe de los apóstoles a su gin aromatizado con la yerba que los jesuitas inmortalizaron con porongo y bombilla: el mate.
Esta historia recién empieza. Ese gin está teniendo un éxito arrollador en Buenos Aires y en otras grandes ciudades de la Argentina y Tato ya inventó su propia agua tónica y están buenísimos los dos, al mejor nivel del mundo.
Miren por dónde el mate puede llegar a todo el mundo... (O)