Alejandra Pizarnik
Si nos atenemos a que la poesía no es un concepto, sino experiencia de vida, en la obra de Alejandra Pizarnik –poeta argentina de la que el próximo 25 de septiembre se cumplirán 43 años de su muerte–, encontramos vida, pero entendiendo esta palabra más que como un cúmulo de acontecimientos, como una experimentación de sensaciones, de percepciones, de impresiones y dolores.
“Escribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura, porque todos estamos heridos”, decía la propia Pizarnik, quien se suicidó el 25 de septiembre de 1972, a los 36 años. Había nacido en 1936, en una familia de ascendencia judía. Sus padres eran inmigrantes polacos que llegaron a Argentina escapando del nazismo. Era la segunda hija del matrimonio.
La esencia de los poemas de la autora argentina es transmitir ese mundo interior desgarrado a través de un tono creado por el lenguaje. Su mundo era la poesía, la palabra. Vivir fuera del espacio de la poesía le resultaba problemático. Casi imposible. Veía el mundo exterior como agresivo. Algunos conocedores o lectores atentos de su obra se atreven incluso a afirmar que Pizarnik no vivió realmente, sino que inventó la vida a través de la poesía. “La realidad a Alejandra no le interesaba”, ha dicho Cristina Piña, una de sus biógrafas. La hermana de Pizarnik cuenta que la poeta escribía en las noches y dormía en el día.
La brevedad es una de las características de la poesía de Pizarnik, aunque en su etapa final optó por poemas más extensos, o por una prosa poética que era más agresiva y directa. Casi obscena. Los temas recurrentes a lo largo de su existencia son la soledad, el silencio, la muerte, la noche. También la infancia. Pero su infancia poetizada o inventada no siempre es igual. Va experimentando mutaciones. Es ambivalente. Como señala la ensayista Florinda F. Goldberg, “no se agota en su analogía con el espacio paradisiaco”. En ella, dice la ensayista, está presente también el mal en sus diversas formas, el miedo, el peligro. El abandono.
Desde temprano, desde la infancia, se crea el vínculo de la futura poeta con la palabra, que es un espacio de salvación, de compañía, hasta que a los 36 años siente que la palabra tampoco puede salvarla y se suicida. La palabra, ese reducto íntimo, personal, ya no es capaz de protegerla. “Alguna palabra que me ampare del viento,/ alguna verdad pequeña en que sentarme/ y desde la cual vivirme”. Pide tan poco. Y ese poco no está a su alcance.
Pero ¿quién es, en verdad, Alejandra Pizarnik? A cada quien sus poemas le hablan de forma distinta. “Te remuerden los días/ te culpan las noches/ te duele la vida tanto tanto/ desesperada, ¿adónde vas?/ desesperada ¡nada más!”. (O)
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