¿Cuánto falta para llegar?
El desplazamiento de millones de personas a lo largo y ancho del continente europeo ha provocado un drama humano de enormes dimensiones. Familias enteras que huyen de la guerra, la intolerancia, el hambre van de un lado al otro, atravesando fronteras, estaciones de tren, caminando por senderos, sin saber dónde terminarán, sin esperanzas. De alguna forma la historia parece repetirse una y otra vez. Este es uno de los temas, o quizás el tema más importante de la obra literaria de Jenny Erpenbeck (Berlín, 1967), una escritora alemana que ganó este año el prestigioso Premio Thomas Mann.
La más reciente novela de Erpenbeck, Gehen, gin, gegangen no ha sido aún traducida al español. Hay una traducción al inglés (Go, Went, Gone, Portobello Books Limited, 2016) que es excelente.
La obra narra la vida, o mejor dicho los cambios en la vida de un profesor alemán que acaba de retirarse, a medida que él entra en relación con un grupo de refugiados africanos y árabes que están asentados provisionalmente en la ciudad donde él vive. Hasta que esta novela se traduzca al español, recomendamos dos obras de ella que están a disposición del mundo hispanoparlante. La una es La casa de Brandemburgo y la otra es El final de los días. La primera, que lleva una traducción no muy afortunada del título original, cuenta la historia de sucesivas familias que vivieron en una señorial casa en las afueras de Berlín desde el siglo XIX hasta la caída del Muro de Berlín, y la de un sencillo jardinero encargado por muchos años de mantener la belleza de sus jardines mientras los huéspedes de la mansión la habitaban, con sus sueños, frustraciones y muertes.
La otra novela comienza poco antes de la Primera Guerra Mundial y llega al final del imperio soviético. Es una historia familiar, especialmente de sus mujeres que con gran entereza enfrentan el ocaso del Imperio Astro Húngaro hasta los horrores del estalinismo. Son estos desplazamientos humanos los que la autora logra narrar con una increíble sensibilidad. En una reciente entrevista decía: “Las descripciones del cruce en bote a Europa me recordaron mucho a los relatos de sobrevivientes judíos sobre los trenes de la deportación: el hedor, la mugre, el no beber ni comer, el no saber cuánto falta para llegar, la oscuridad. Son horrores similares. Una huida no es una deportación, claro. Naturalmente los refugiados que llegaron a Europa sobrevivieron”. (O)