La gran joya bajo el mar
Puede que el escritor franco-libanés Amin Maalouf haya exagerado un poquito en su novela histórica Samarcanda, publicada originalmente en 1988. O tal vez no. Todo depende de a quién se le pregunte. El libro de la novela de Maalouf es un manuscrito ficticio del Rubaiyat (Los cuartetos) del erudito iraní del siglo XI Omar Jayam, al que describe como particularmente valioso porque era único. Y aunque en realidad existen numerosas copias del volumen de poemas persas, en la época del viaje fatal del Titanic había uno que los eclipsaba a todos, no por lo que tenía escrito, sino por su apariencia casi de otro mundo.
Ese fue el manuscrito que sirvió de inspiración para la celebrada novela de Maalouf. “En el fondo del Atlántico hay un libro”, escribe en la introducción. “Les voy a contar su historia”, continúa.
Empeñados en revivir la tradición medieval de libros enjoyados, George Sutcliffe y Francis Sangorski ya eran famosos en toda la ciudad a inicios de 1900, gracias a sus diseños opulentos y exagerados. Así que naturalmente fue a ellos que Henry Sotheran, un librero de la calle Sackville, se acercó para encargarles un libro como ningún otro. Sotheran dejó en claro que el costo no era un problema y le dio a los encuadernadores carta blanca para que dejaran volar su imaginación y produjeran el libro más espectacular jamás visto.
Completado en 1911, después de dos años de intenso trabajo, el libro –una interpretación libre y victoriana de los poemas de Omar Jayam por Edward FitzGerald, con ilustraciones de Elihu Vedder– pasó a ser conocido como “El Gran Omar” y “El libro maravilla”, gracias a su indiscutible esplendor.
Adornando su portada dorada había tres pavos reales con colas llenas de joyas y rodeados por los intrincados patrones y motivos florales típicos de los manuscritos medievales persas, mientras que en la contraportada se podía ver un buzuki griego.
Más de 1.000 piedras preciosas y semipreciosas –rubíes, turquesas, esmeraldas y otras– se usaron en su fabricación, junto a casi 5.000 piezas de cuero e incrustaciones de plata, marfil y ébano, además de 600 hojas de oro de 22 quilates.
Aunque la intención de Sotheran era enviar el volumen a Nueva York, el librero no quiso pagar las tasas aduaneras estadounidenses, por lo que el libro regresó a Inglaterra. Ahí Gabriel Wells lo compró en una subasta de Sotheby’s por 450 libras de la época, menos de la mitad de su precio de partida de 1.000.
Al igual que Sotheran, la intención de Wells era enviar la obra maestra a Estados Unidos. Pero desafortunadamente para él –y para el mundo– el volumen no pudo ser embarcado en la nave originalmente elegida para la tarea. El siguiente barco era el Titanic, y el resto no necesita explicación. (I)
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