Las desobedientes
En el siglo XIX, época de las independencias en Latinoamérica, el espacio de la mujer era el hogar. Lo privado. Ellas estaban al margen de la política y de la construcción de las naciones. Pero hubo varias que lograron trascender, escribir, participar y con ello desestabilizar el orden instituido. El esquema patriarcal. Incluso, los modos de entender la nación. Dos ejemplos son Dolores Veintimilla de Galindo, en Ecuador, y Juana Manuela Gorriti, en Argentina. En el caso de Veintimilla, desde la protesta, a través de una hoja volante. Y en el de Gorriti, con sus narraciones.
Veintimilla y Gorriti pertenecían a las élites y esta circunstancia les dio la oportunidad de estudiar, de leer y desde ese entorno introducir críticas al mismo sistema en el que vivían, aunque como habitantes periféricas, por su sexo. La primera nació en 1829, un año antes de la configuración de la república. La segunda, en 1818, en la provincia de Salta, Argentina. Empezaron a escribir tempranamente.
Sus actitudes diferían de lo que se esperaba de la mujer de la época. Pero ¿qué las hacía distintas? Su pertenencia a la ciudad letrada –una instancia que era patrimonio casi exclusivo de los hombres–, aunque por su condición de mujeres no dejaran de ser subalternas, una categoría que trataron de rebatir con sus acciones y a través de la palabra, ya que, como lo recuerda Remedios Mataix en el ensayo La escritura (casi) invisible. Narradoras hispanoamericanas del siglo XIX, “leer y escribir poemas podía ser una gracia más del concepto vigente de feminidad en el siglo XIX, pero ser ‘escritora’ (novelista, ensayista) era un desacato a los modelos sociales imperantes”. En ese sentido, Veintimilla y Gorriti ingresan a la categoría de las desobedientes, en el segmento de las que desoyen las convenciones.
Uno de los grandes gestos de Veintimilla fue su defensa al indígena Tiburcio Lucero, condenado a la pena de muerte y ejecutado en Cuenca en 1857. Veintimilla escribió una hoja volante en la que protestó por la muerte de Lucero. La suya no fue solo la defensa a un indígena, sino un cuestionamiento a los valores civilizatorios imperantes. Cambió el lugar de la barbarie. Desde el punto de vista de Veintimilla, no era el indígena Lucero el bárbaro, el incivilizado, sino quienes ordenaron su muerte. Esa defensa produjo una polémica, que quizá la llevó al suicidio.
Gorriti, en cambio, no se suicidó. Murió en Buenos Aires a los 74 años, de una enfermedad. La trashumancia fue una de sus características y ese detalle, quizá, hizo que en las sociedades en las que habitó (Perú, Bolivia, Argentina), fuera aceptada con menos reparos. Pero quizá también jugaba a su favor ser la esposa de un presidente de la república. Su literatura era leída por las jóvenes y era vista como un manual de comportamiento, aunque tras esas obras de apariencia romántica, había posiciones cuestionadoras en torno a la división de clases, las etnias, la belleza, entre otros tópicos. La suya no era una literatura inocente, aunque lo pareciera.
En la novela La quena se ubican los dos universos: el blanco y el indígena, el vencedor y el vencido, en contraposición, en conflicto, en permanente tensión. Y también problematiza el mestizaje. Gorriti tiende puentes con Veintimilla. La poeta ecuatoriana se adhirió a lo indígena con una especie de ensayo, o de proclama, en la que definía su posición. La argentina, desde las novelas. Ambas lo hicieron en una misma época. Las dos mujeres compartían con los indígenas su posición de subalternas en estas sociedades latinoamericanas que se estrenaban en la vida republicana. Y desde esa posición crearon y ofrecieron sus visiones. (O)
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