Tinajero, novelista
Fernando Tinajero es un respetado intelectual ecuatoriano. Se lo conoce como ensayista, aunque hace décadas publicó una novela, El desencuentro. Ahora, este autor nacido en Quito en 1940, entrega su segunda novela, El cuaderno azul, obra que recibió mención de honor en el concurso La Linares. Es una pieza de 157 páginas, que se lee con agrado y con el interés de saber el desenlace. Una de las virtudes que posee el libro es presentar los sucesos de forma dosificada e inocente, con lo cual se crea un cierto suspenso, que mantiene expectante al lector. Se publicó en la colección Luna de bolsillo de la Corporación Campaña de Lectura Eugenio Espejo.
¿Qué sucesos narra? Realmente pocos, pero con estos pocos sucesos arma una trama que se sostiene a lo largo de las 157 páginas. Es la historia de un hombre jubilado, solitario, que lleva una rutinaria vida en una ciudad llamada Altagracia (el país se llama igual), que bien podría ser Quito. A diario recorre las calles, come en el mismo restaurante y frecuenta el mismo café. Es en ese café que un día, en una de las sillas, encuentra abandonado un cuaderno. Por curiosidad lo abre y alcanza a leer un par de líneas de lo que parece ser un diario, una confesión de placeres prohibidos de un religioso. Tiene la tentación de llevárselo, pero se ve obligado a entregarlo al cajero, para que lo devuelva a su dueño, si acaso aparece.
Esas líneas que lee y que dicen: “La vi desnuda otra vez y tuve compasión de mi alma” y “Yo era arcediano de la catedral de Altagracia cuando aquella monja me conoció” se quedan grabadas en la mente del jubilado. No deja de pensar en estas y en lo que quizá contiene el cuaderno. Empieza a fantasear, a crear su propia historia. De manera que lo que le llega al lector no es lo que se cuenta en el diario, sino lo que el jubilado imagina que se cuenta.
El jubilado es un hombre que vive como de espaldas a la realidad, pero no se desentiende totalmente de esta. A ratos aterriza y medio se entera de lo que parece suceder: hay conflictos, se escuchan disparos, se intuye que existen un enfrentamiento y una fuerte inconformidad. Altagracia está gobernada por el Gran Benefactor, la autoridad que ha hecho creer que el pasado ha quedado atrás, que estamos viviendo nuevos y gloriosos tiempos, pero a cambio oprime y silencia. No hay libertad. “Ahora hay que probar la inocencia, porque la culpabilidad es una presunción ya establecida por la ley” (página 30).
Esta novela, en apariencia inocente, cuestiona el poder, a la par que reflexiona sobre la vocación religiosa y sus tentaciones, sobre las dificultades del amor, sobre la soledad (vive solo no por elección, sino porque así le ha tocado) y sobre cómo se margina a la gente mayor. Plantea un abanico de temas a partir de un sencillo suceso: el hallazgo de un cuaderno, que tiene repercusiones en la vida del jubilado. Es una novela no explícita, que facilita y crea escenarios para que el lector imagine. (O)