El ejemplo del padre Lothar Zagst en Daule
El padre Lothar Zagst mostró con su ejemplo que el liderazgo solo debería desempeñarse bajo la mística del servicio. Falleció el 8 de septiembre en su querido El Laurel.
La parroquia El Laurel descansa tranquila sobre una planicie sembrada de campos de arroz y viviendas que los afuereños señalan simplemente como el pueblo “pasando el puente”.
Se refieren al puente sobre el río Pula, brazo acuático que divide los territorios de El Laurel entre los cantones Daule (su sede política), Salitre y Santa Lucía, y que aún sirve como vía de comunicación para que varios habitantes de sus 38 recintos lleguen al centro urbano para comercializar sus productos agrícolas, cabezas de ganado, pescados, gallinas criollas o gallaretas.
El poblado principal es el hogar de unos 10 mil habitantes dedicados mayormente a la agricultura y la ganadería, y que hoy se sienten orgullosos de que la carretera que los lleva hasta Daule (30 minutos) o Guayaquil (una hora, pasando por la T de Salitre) se encuentra totalmente pavimentada, pero lamentan que en cada invierno, en cada salpicón de sus cielos (generalmente azulísimos), sus calles estrechas sin asfalto ni veredas se llenen de agua y lodazales profundos.
Pero a pesar de sus carencias, El Laurel es una agradable comunidad rural con un desarrollo superior al de otros territorios similares. Para ello, mucho tuvo que ver la presencia del sacerdote que le asignaron cuando se convirtió en parroquia, en 1986, el padre Lothar Zagst, nacido en Alemania pero que, antes de venir al Ecuador, había pasado 20 años de su vida sacerdotal laborando en Suiza.
Ayudar, su gran debilidad
Cuando llegó a El Laurel, el 30 de agosto de 1986, con 48 años de edad, el padre Lothar comenzó a trabajar espontáneamente como si fuera una especie de alcalde (o quizás simplemente como un buen ciudadano), ya que con entusiasmo inició gestiones que con los años sumaron una gran cantidad de obras de infraestructura que aún brindan grandes beneficios a la parroquia: una escuela, un colegio técnico, un taller para aprender oficios como cerrajería y ebanistería, un dispensario médico, una fundación que construyó casas de caña para personas humildes por varios años, una casa hogar para 30 niños huérfanos o de hogares disfuncionales, una iglesia principal, una capilla en cada uno de sus 38 recintos, caminos vecinales y puentes que conectan sus orillas.
La suiza Mirjam Rast fue una de las voluntarias europeas que lo acompañaron desde aquellos inicios en 1986. “En Suiza trabajaba para los jóvenes en asuntos de pastoral. Pero siempre tuvo la voluntad de ayudar más, desde otros frentes. Así que cuando vino al Ecuador tuvo el deseo firme de ponerse en completo servicio de la comunidad”, comenta ella, quien ha quedado a cargo como directora de la Fundación Hermano Miguel, dedicada al servicio de la comunidad.
El padre Lothar gestionó la obtención de recursos, a través de sus contactos en Europa, para concretar aquellas obras, para las cuales convocaba la participación del músculo de la comunidad en el momento de levantarlas con ladrillos, cemento o madera. “Así los pobladores se sentían más responsables de la infraestructura, la sentían propia, la cuidaban más”, indica Ronald León, coordinador de la Fundación.
Lo primero fue la escuela, ya que siempre consideró que la educación era el pilar para la construcción de una mejor sociedad. Eso también lo motivó a levantar un colegio, un centro de capacitación y a gestionar donaciones para becar a un total de 70 jóvenes que han llegado a las universidades de Guayaquil para ser profesionales.
Ronald León, de 40 años, casado y con tres hijos, es uno de ellos. “Todos en El Laurel tenemos una historia con el padre Lothar. En mi caso, me pagó la educación para graduarme de trabajador social en la Universidad Católica. Siempre confió en los jóvenes, nos dio la oportunidad”. Así la comunidad comenzó a contar con médicos, arquitectos, ingenieros, licenciados...
Otro ejemplo: Jean Carlos Chiriguaya se graduó de licenciado en Educación Física, pero antes tuvo un cambio profundo en su vida. Él nació en Guayaquil y residía en Bastión Popular. “Allá todo era monte y droga. Yo estaba en pandillas, no me interesaba estudiar”. Por ello su madre lo envió, a la edad de 12 años, a vivir con sus abuelos en El Laurel, un pueblo de pescados, mangos y arroz, según recuerda.
“El padre Lothar me enseñó el valor del respeto, la honestidad y la responsabilidad”. Años después, Jean Carlos se graduó en la Universidad de Guayaquil. Hoy brinda clases en el colegio local y todas las tardes entrena fútbol a 75 niños y jóvenes del poblado. No recibe pago por enseñarles ese deporte a los pequeños. “Es una manera de darles una actividad saludable”, indica este hombre de 35 años, casado y padre de tres hijos.
César Zagst, su hijo adoptivo, tenía unos 10 años cuando conoció al sacerdote. Entonces vivía con su mamá y cinco hermanos, pero no tenía posibilidades de continuar con sus estudios.
Gracias al sacerdote terminó el colegio, ingresó a la Universidad Católica y se graduó de arquitecto. “Siempre me decía que todo lo material puede irse, que no es tan importante, sino que lo más valioso es el bien que puedas realizar a los demás”. Tiene 42 años, está casado y tiene cuatro hijos. “Me corregía en mis errores y fue quien más se alegró al graduarme”.
Regreso necesario
El padre Lothar entregó la parroquia Santa María de El Laurel en febrero del 2013. Dejó las obras a cargo de la comunidad, porque siempre les inculcó la responsabilidad de cuidar lo que es de ellos, indica Ronald. “Pero prometió que regresaría y descansaría para siempre aquí”. Así lo cumplió después de haber cumplido labores pastorales en la provincia de Zamora Chinchipe, y en las comunas de Colonche y Juntas del Pacífico (Santa Elena).
El padre Lothar murió el 8 de septiembre en El Laurel. Tenía cáncer terminal al hígado y huesos. Pocas semanas antes de fallecer, celebró sus 50 años de vida sacerdotal con una misa en la iglesia Santa María, de El Laurel.
Tenía 78 años. Estaba muy débil, pero tuvo la voluntad de participar en una eucaristía a la que asistieron sacerdotes de todo el país, además de unos 1.000 pobladores campesinos que repletaron con entusiasmo las butacas y pasillos de ese templo que él mismo gestionó para su construcción. “El padre Lothar tenía la debilidad de ayudar a todos. Solía recorrer los recintos para buscar quién lo necesitaba”, indica Héctor Cruz (47 años), quien solía acompañarlo junto con otros jóvenes. “Nos decía: Vamos allá, porque hay un niño que no estudia, o para reparar una casa”.
Mirjam Rast lo recuerda particularmente por las varias ocasiones en que mujeres parturientas iban a la casa parroquial de madrugada porque iban a dar a luz. “Él mismo buscaba al médico o manejaba el carro para llevarlas a Guayaquil o Daule”.
Esas son algunas de las actitudes que mantuvo hasta que falleció. Más de 3.000 personas llegaron al velatorio a decirle adiós, y para sepultarlo en su querido El Laurel. “Es difícil pensar que ha muerto”, indica César. “Es mejor pensar que está de viaje, buscando a quien ayudar”. (I)
No es necesario ser millonario ni tener dinero de sobra para hacer alegrar o hacer sonreír a una persona. Solo hace falta la voluntad y el amor a Dios”.
Padre Lothar Zagst