Violencia y fútbol en la cultura argentina
Tres hinchas del club de fútbol San Lorenzo de Almagro se escabulleron, pasando a los guardias de seguridad después de un entrenamiento a puerta cerrada en octubre y regañaron a los jugadores en la cancha por perder los últimos partidos.
Jonathan Bottinelli, un defensor estrella, dijo a los hombres que se fueran. Uno de ellos arremetió contra él y le dio un puñetazo en la cara. Otro le pegó por atrás. Unos cuantos compañeros se apresuraron a detener la pelea, dijeron Bottinelli y otros jugadores, pero continuó la golpiza, lo cual, a pesar de ser él mismo hincha desde la infancia, suscitó dudas sobre volver a ponerse la camiseta roja y azul del San Lorenzo.
Más de una década después de que Inglaterra finalmente dominó a las pandillas errantes de hooligans, que hicieron estragos durante mucho tiempo en los estadios de fútbol en Gran Bretaña, la violencia relacionada con los hinchas sigue manchando al deporte en Argentina.
En parte, los disturbios reflejan a una sociedad argentina cada vez más violenta, donde los delitos callejeros han aumentado. Sin embargo, gran parte de ella se puede rastrear a las hostilidades entre facciones rivales de barras bravas, la versión argentina de grupos de hooligans que usan puños, armas de fuego y navajas y operan como minimafias. Participan en negocios legales e ilegales, incluida la venta de drogas, a menudo con la protección y la complicidad de la policía, los políticos y los ejecutivos de los clubes, según fiscales y otros que los han estudiado.
Se culpa a las barras bravas por muchas de las 257 muertes relacionadas con el fútbol en Argentina desde 1924, casi la mitad de las cuales ocurrieron en los últimos 20 años, de acuerdo con Salvemos al Fútbol, una organización no gubernamental en Buenos Aires que trabaja para erradicar la violencia en el deporte. “No nos sentimos seguros dentro de nuestros estadios en Argentina”, señaló Mónica Nizzardo, la presidenta de la organización. “Por eso han dejado de ir las familias”.
El jefe de la barra brava de San Lorenzo, Cristián Evangelista, lideró el ataque contra Bottinelli, declararon jugadores en el juzgado, aunque se negaron a nombrar a los otros implicados. Ejecutivos del club no respondieron las solicitudes para comentar. Después del incidente, el gobierno argentino canceló el siguiente partido del San Lorenzo mientras investigan los funcionarios.
La violencia en el fútbol se volvió tan rampante en la última década que funcionarios prohibieron que los hinchas visitantes asistieran a todos los partidos, salvo los de primera división, durante cuatro años. Se levantó la medida en el mes de agosto.
Caso más reciente
No siempre los hinchas visitantes son el problema. Después de que el celebrado equipo River Plate perdió un partido en junio del 2011, por lo cual lo bajaron a segunda división, su hinchada despedazó su propio estadio, arrojó asientos de las gradas y postes metálicos a la cancha, mientras la policía lanzaba gas lacrimógeno hacia la gradería. Los hinchas peleaban entre sí, y atacaron a reporteros y policías, los cuales utilizaron balas de hule y cañones de agua para tratar de acabar con el caos. Aproximadamente 70 personas resultaron lesionadas, incluidos 35 policías, y se detuvo a unas 100 implicados.
La tensión era palpable en un partido de segunda división entre River Plate y Quilmes en septiembre. Unos 600 policías establecieron controles alrededor del estadio para separar a las hinchadas del Quilmes y del visitante River. Después del encuentro, los partidarios del Quilmes tuvieron que esperar media hora para que salieran los del River y les permitieran irse.
Imponer el control sobre hinchas indisciplinados es más complicado que en Inglaterra, dijeron expertos que han estudiado la violencia en el fútbol.
En Inglaterra, muchos hooligans eran obreros que buscaban una pelea de fin de semana. En Argentina, los barras bravas tienen vínculos con políticos, policías y administrativos de los clubes, y algunos de sus dirigentes se han ganado la admiración de los partidarios jóvenes. Los políticos los aprovechan como “una fuerza de choque” para imponerse en sindicatos que apoyan a sus rivales. Fiscales han acusado a barras de matar a sindicalistas.
“Los domingos van al estadio y ondean la bandera del club para apoyar al equipo”, contó el fiscal Gustavo Gerlero. “Entre semana apoyan a políticos y dirigentes sindicales como empleados o guardaespaldas, a las mismas personas que, teóricamente, deberían detenerlos”.
Dentro y fuera del estadio
Es típico que una barra brava tenga unos cuantos cientos de elementos. Cantan canciones, ondean banderines y organizan las banderas enormes en apoyo a su club. Lejos de la cancha ganan dinero revendiendo boletos, estacionando automóviles, expendiendo drogas ilícitas y, han dicho algunos fiscales, llevándose una tajada de la venta de jugadores.
Gerlero sugirió que el ataque letal contra Gonzalo Acro, un barra brava de alta jerarquía, en el 2007, se desató a causa de una disputa por la tajada de la venta del delantero Gonzalo Higuaín al Real Madrid, en 13 millones de euros (unos 17 millones de dólares). Un tribunal de Buenos Aires sentenció en septiembre a Alan y William Schlenker, los dirigentes de una de las barras del River Plate, y a tres de sus asociados, a prisión de por vida por dispararle tres veces a Acro cuando salió de su gimnasio. Grondona, en la entrevista publicada el año pasado, calificó de “absurda” la idea de que las barras bravas trabajan con los clubes en la venta de jugadores.
Las barras bravas de los principales clubes, como Boca Juniors La 12, ganan más de 300.000 pesos mensuales (unos $ 70.000), y un líder de grupo gana $ 15.000 o más al mes, dijo Gustavo Grabia, un periodista y autor de un libro de grandes ventas sobre la barra brava del Boca.
Protagonistas
Rafael Di Zeo ejemplifica el estatus de figura de culto de algunos líderes de las barras bravas y la cambiante cultura de los hinchas en Argentina.
Exlíder de la barra brava del Boca La 12, lo liberaron de la cárcel en mayo del 2010 tras cumplir una condena de más de tres años por asalto a mano armada, por su papel en una riña en 1999 contra hinchas del Chacarita Junior, en la que hubo catorce heridos. Firma autógrafos a jóvenes hinchas del Boca en los partidos y apareció en portadas de revistas. Hasta 1990, los aficionados idolatraban a los grandes jugadores de sus clubes. Sin embargo, con el creciente atractivo de contratos mayores en ultramar, muchos futbolistas argentinos se van pronto a jugar en Europa.
“No hay tiempo para que los chicos se identifiquen con un jugador como el ídolo de su club”, explicó Grabia. “Así es que, en cambio, se identifican con las barras”.
El 30 de octubre, Di Zeo hizo su tan esperado retorno. Se paró en el extremo opuesto de la cancha de donde estaba Mauro Martín, su sucesor, y ambos exhortaron a la hinchada a gritar más fuerte por los jugadores. Di Zeo y unos 2.000 de sus seguidores lanzaron insultos contra un gran grupo de los de Martín, y gritaron sobre pelear.
“Oh lele, oh lala, vamos a matar a todos los traidores”, gritaron Di Zeo y sus partidarios. Al otro lado de la cancha, la cámara captó a Martín haciendo el gesto de cortar la cabeza.
Di Zeo dijo a reporteros después del partido que se sentó en el lado de los visitantes para evitar problemas. Carla Cavaliere, una jueza en Buenos Aires, estuvo en desacuerdo. El 4 de noviembre les prohibió a Di Zeo y a Martín acercarse más de 500 metros de cualquier estadio donde hubiera tun partido o estuviera a punto de empezar uno hasta, por lo menos, el final de la temporada, una medida cuyo propósito, al parecer, es prevenir un enfrentamiento violento por el control.
Di Zeo dijo que la violencia es eterna en el fútbol argentino. “¿Cree que si estoy preso se va a acabar la violencia?”, a preguntó a Grabia antes de ingresar en la cárcel en el 2007, según cuenta en su libro. ¿Creen que se acabará la violencia si nos ponen a todos juntos en una plaza y nos matan? No, nunca va a terminar. ¿Saben por qué? Porque es una escuela. Es herencia, herencia, herencia”. Ese tipo de postura violenta ha alejado a muchas familias de los estadios.
Andrés Nieto, un partidario del San Lorenzo, dijo que dejó de ir a los partidos hace tres años, y recientemente ha tenido que resistirse a la presión de su hijo de 8 años que desea muchísimo ir.
“Cada día es más difícil ir a los estadios con tus hijos para ver los partidos”, dijo Nieto, de 41 años, un diseñador gráfico. “Pareciera que empeora cada vez más la calidad del fútbol. Los futbolistas jóvenes, la mayoría, buscan jugar en cualquier otro país porque pueden ganar más y hay menos violencia”.
Nieto dijo que las amenazas y los asaltos contra jugadores se han vuelto demasiado comunes. Tras la golpiza a manos de las barras, Bottinelli se fue a la costa a recuperarse. Decidió quedarse en el San Lorenzo, por ahora. “Estoy algo nervioso, un poco tenso por lo que tuvimos que pasar”, dijo Bottinelli a Fox Sports después de la golpiza. “Ahora ya se acabó. ¿Qué vas a hacer? Tenemos que vivir con esto en el fútbol”.
“No nos sentimos seguros dentro de nuestros estadios en Argentina.
Por eso han dejado de ir las familias”
Mónica Nizzardo, presidenta de Salvemos al Fútbol (Argentina)