Decidimos... y logramos...
Decidimos darle demasiada atención a los hijos y lejos de convencerlos de que los amamos mucho, los convencimos de que son el centro del universo.
Decidimos asumir sus deberes escolares como propios y no los ayudamos a ser mejores estudiantes sino a que esperen que otros se hagan cargo de sus obligaciones.
Decidimos darles demasiados privilegios y el resultado no fue que viven más contentos y agradecidos sino que sean más demandantes y egoístas.
Decidimos comprarles todo lo que quieren pero lo que logramos es que se sientan con derecho a exigir lo que no se merecen y que no aprecien todo lo que tienen.
Decidimos fortalecer su autoestima aplaudiendo todo lo que hacen o logran, por mínimo que sea, y lo que fortalecimos fueron sus egos.
Decidimos ser “amigos” de los hijos y nos convertimos en compinches que les secundamos todo para no arruinar nuestra amistad y, como consecuencia, los dejamos huérfanos.
Decidimos ocuparnos de solucionar sus problemas y de responder por sus obligaciones, y lo que conseguimos fue que se volvieran personas atenidas e irresponsables.
Decidimos premiarlos por hacer su deber y les enseñamos que solo tienen que cumplir con sus obligaciones si se les recompensa por hacerlo.
Decidimos lucir tan jóvenes o bellos como los hijos para volvernos sus pares o sus rivales, y los dejamos sin modelos a quienes ellos admiren y quieran imitar.
Decidimos convertirnos en abogados defensores de los hijos para evitar que sufran las consecuencias de sus faltas y así impedimos que se arrepientan y se decidan a corregirlas.
Decidimos comprarles miles de aparatos para que se entretengan y por eso viven en su propio espacio virtual, convencidos de que la vulgaridad, la violencia y la crueldad son divertidas, y que está bien actuar mal.
¿No será hora de que nos preguntemos si lo que les estamos dando y permitiendo a los hijos sí les ayudará a ser más felices y mejores personas? O, si por el contrario, ¿estaremos deformando su conciencia y arruinando su futuro?