El divorcio no es una solución... es una tragedia
La popularidad del divorcio y la facilidad con que hoy se hace es asombrosa y además contagiosa. Divorciarse solía ser solo un remedio necesario para matrimonios desastrosos, pero era una solución inusual para superar situaciones de gravedad inusual y por la que solo se optaba en casos extremos.
Hoy lamentablemente hay tantas personas casadas como divorciadas. Lo triste es que el divorcio no sirve para recuperar la armonía en la familia ni resuelve los problemas conyugales, sino que crea otros más serios. Es una tragedia familiar con implicaciones tan graves y dolorosas que solo debe adoptarse después de haber hecho hasta lo imposible por superar nuestras dificultades.
Según Robert Coles, psiquiatra premiado como autor en formación ética, el divorcio es un asunto que tiene graves implicaciones emocionales y morales a largo plazo porque causa daños muy graves, tanto a nuestra vida afectiva como al bienestar emocional de nuestros hijos. A partir de nuestro rompimiento, su vida transcurre en un estado de incertidumbre constante y conciben el mundo como un lugar peligroso, el amor como una experiencia dolorosa y a los padres como personas poco confiables, que los han traicionado. Eso da lugar a que los niños teman a los compromisos afectivos y se centren en perseguir obsesivamente la aprobación y cariño de los demás, lo que hace difícil que ellos construyan relaciones de pareja sanas y estables.
Se ha visto que la principal razón por la que hoy cada vez hay más divorcios es que lo importante para muchas parejas es la felicidad y la conveniencia personal. Pero anteponer nuestra “dicha” sobre la estabilidad del matrimonio es anteponer nuestro ego sobre nuestros principios morales y también sobre el futuro afectivo y el bienestar emocional de nuestros hijos.
Desde el momento en que somos padres nuestra felicidad debe ser la satisfacción de poder brindar un hogar unido y armónico a los hijos. Por fortuna, el amor que enriquece nuestro matrimonio no es un sentimiento sino una decisión que nos lleva a dar prioridad al bienestar de nuestra familia, así como a nuestros principios, que son los que nos garantizarán una vida plena y satisfactoria, es decir, feliz.