El embarazo y la depresión
El embarazo siempre ha sido celebrado como un periodo feliz (la “dulce espera”). Es la continuidad de la vida, la señal de que un matrimonio está alcanzando uno de sus mayores propósitos. Pero aproximadamente una de cada seis futuras madres sufrirá de depresión prenatal, y esos meses estarán cargados, no de felicidad e ilusión, sino de estrés, desconfianza e incertidumbre.
Hay mujeres que tienen una tendencia natural hacia la depresión (viene “en familias”), y los cambios hormonales propios del embarazo, que ocasionan más sensibilidad y fluctuaciones en el estado de ánimo, ayudan a precipitar esta reacción.
Además existen otras influencias, como la edad (mucha o muy poca), historia de abortos, tratamientos por infertilidad, problemas con la pareja, embarazo no planeado o no deseado, inestabilidad emocional, etc., que pueden complicar el cuadro.
Cuando la depresión no es tratada pueden existir consecuencias perjudiciales tanto para la madre (especialmente descuido sobre su bienestar y el del niño, sentimientos de culpa, angustia, ideas suicidas, posibilidad de desarrollar depresión posparto) como para el niño (nacimiento prematuro, peso por debajo del promedio, problemas en el desarrollo, tendencia a ser menos activo pero agitarse con facilidad, entre los más importantes).
Por esto es necesario que la familia (porque la embarazada puede atribuirle estas reacciones a sus cambios hormonales) esté atenta a cambios en sus hábitos de comer o dormir, a sentimientos de tristeza o culpa, desesperanza, dificultad para concentrarse, o pérdida de interés en actividades que antes disfrutaba la futura madre. El embarazo no debería interrumpir el flujo de la vida normal, más bien debería aportar una dosis significativa de alegría y optimismo.
Al diagnosticarse la depresión hay que actuar prontamente. El apoyo familiar es la primera línea de defensa. Dependiendo de la intensidad del problema se puede buscar la ayuda de grupos de apoyo (a menudo los hospitales instruyen en estos temas), la psicoterapia y/o la medicación. En este último caso es necesario discutirlo con el obstetra, para poner en la balanza los riesgos versus los beneficios, sobre todo si había depresión antes del embarazo y ya estaba tomando antidepresivos. (O)