Hay que repararlo, no que acabarlo
Hoy en día, la idea de que los esposos deben permanecer casados en un matrimonio en el que ambos viven desdichados ya no es válida. Lo natural es que se considere que divorciarse es la solución a su desventurada vida marital. Pero esta medida tampoco es ideal para la familia ni para la sociedad y menos aún para los hijos, pues para ellos es incomprensible que papá y mamá no se amen.
La calidad del matrimonio de los padres es el modelo fundamental para la vida marital de sus hijos. Para los niños lo importante no es qué tan felices vivamos como esposos, sino la calidad de la relación que tengamos porque, aun cuando es normal que haya diferencias o argumentos, para los hijos es muy doloroso ver que se maltratan o que simplemente no se aman. Hay quienes optan por divorciarse porque su vida conyugal se ha vuelto tan monótona que tienen poco en común, pero no por motivos realmente contundentes.
Está demostrado que los matrimonios en los que hay constantes conflictos y el desamor es evidente son los que más daño les hacen a los hijos, porque ellos no pueden aceptar que sus padres se maltraten porque esto significa que no se aman. Sin embargo, se ha visto que dos de cada tres adultos que en un momento dado se sintieron infelices en su matrimonio pero no optaron por divorciarse, pudieron resolver sus inconformidades y renovar su amor conyugal.
No hay duda de que muchas parejas tienen momentos difíciles, pero lo importante es concentrarse en lo que les permite fortalecer la relación y no en los errores que dieron lugar a su deterioro. Antes de ‘tirar la toalla’ hay que hacer todo lo posible y mucho de lo imposible por no darse por vencidos y dedicarse a renovar la relación. Varios estudios muestran que tres de cada cuatro parejas que deciden divorciarse admiten que su matrimonio habría podido salvarse si se hubieran concentrado en repararlo y no en terminarlo. (O)