¡No somos lo que aparentamos!
Vivimos en la era del parecer. Hay que parecer jóvenes, atractivos, parecer bellos, ‘chéveres’. Es decir, se impuso la cultura de la imagen en la que lo que más cuenta es la apariencia.
En el esfuerzo por aparentar lo que no somos, dejamos de ser lo que sí somos. Las características particulares que nos identifican como individuos están siendo determinadas por la cultura consumista que decide quiénes somos con base en lo que parecemos. Como resultado, vestimos como visten todos, tenemos lo que tienen todos, usamos lo que usan todos y hemos llegado al extremo de mandarnos a hacer las facciones y la figura “a la medida” de lo que dicta la moda. Así, somos quizás más atractivos pero no somos auténticamente nosotros mismos.
El culto a la figura promovido por el mundo consumista ha hecho que la apariencia exterior se haya convertido, especialmente para las mujeres, en la razón de existir. Posiblemente este es el motivo por el que tanta gente hoy se queja de sentirse vacía y perdida, y anda dando tumbos por la vida, tratando de acallar su angustia a base de impresionar a los demás con una figura espectacular. Algunos expertos en la conducta han señalado que la búsqueda obsesiva de la perfección exterior es una forma de evasión con la que se dopan hoy las personas para no ver la confusión que reina en su mundo interior.
Contrario a lo que promueve la publicidad, no somos lo que aparentamos, sino lo que creemos, lo que defendemos, lo que amamos, lo que soñamos. ¿Será que el valor que le damos a cultivar nuestra belleza física sí está alineado con aquello que es más importante para nosotros? ¿Será que lo que estamos construyendo sí llevará a que nos recuerden por nuestra calidad humana y no solo por nuestra bella apariencia física?
La fuente del entusiasmo y el sentido de nuestra vida brota, no de lo exterior, sino de lo más profundo de cada persona, y es allí donde se origina lo que nos da una buena razón para vivir.
El cuerpo es solo el empaque y como tal es algo así como la estructura que alberga lo que somos. Por ello es importante cuidarlo con esmero pero no convertirlo en la credencial de nuestro valor como personas. Nos traicionamos cuando buscamos nuestro valor en lo aparente, porque este se encuentra y cultiva en lo más profundo de nuestro ser. Es aquí donde está lo que nos hace únicas e irreemplazables, y donde se gesta lo que nos hará inmortales en la vida de muchos. (O)