¿Proponer la virginidad o la anticoncepción?
Muchas personas consideran que es irrealista pretender que los hijos asuman la sexualidad como una experiencia tan trascendente que deben vivirla con quien sellan el compromiso de amarse de por vida. Y para los jóvenes puede ser iluso porque hoy crecen en una cultura hedonista que los convenció de que el sexo es un mecanismo para divertirse y que pueden experimentar con quien quieran y cuando quieran. Lo triste es que parece que los padres también están convencidos de que es imposible que ellos no tengan relaciones sexuales y por eso, no los animan a que se abstengan... sino a que usen anticonceptivos.
Mientras que la mayoría de los problemas sexuales que tuvimos las generaciones de la posguerra fueron por ignorancia, porque no sabíamos nada ni nos explicaban nada, los problemas que tendrán las nuevas generaciones son porque tienen demasiada información y demasiadas experiencias, porque han hecho demasiado, gozado demasiado, visto demasiado, consumido demasiado, vivido demasiado... sin más sentido ni propósito que divertirse.
Estoy segura de que la mayoría de los padres desearían que, por lo menos, sus hijas no se acuesten con cuanto novio o “amigo con privilegios” tengan, pero no las instan a que se abstengan por miedo a que lo hagan a escondidas o sin precauciones. Y también, porque no les hemos dado buenas razones para no hacerlo, porque no queremos que nos acusen de puritanos o anticuados... de manera que es más fácil asumir que es irrealista y bajar la vara.
Es cierto que la cultura mediática ha contribuido a la promiscuidad entre los jóvenes y que para muchos las relaciones sexuales sean tan solo un pasatiempo delicioso. Pero la responsabilidad por lo que está pasando es ante todo de los adultos, porque en lugar de animarlos a que no tengan sexo, porque “todos lo hacen”, los animamos a que “se cuiden”. Parece que olvidamos que, si bien los anticonceptivos los protegen del embarazo o de muchas ETS, no los protegen de la decepción por hacerlo con quien no era, de sentirse usados o abusadas, del dolor de haber traicionado sus principios... o de haber regalado su integridad.