El mundo es un espejo: ¿Quién es perfecto?

Por Paulo Coelho
30 de Octubre de 2016

“Vosotros, que os consideráis perfectos, no tuvisteis la humildad de recibir, y el pobre hombre no tuvo la alegría de dar”.

La cita olvidada

El mullah Nasrudin, personaje central de la tradición sufí, tenía una cita con un renombrado filósofo de su aldea, pero se entretuvo en otras cosas y, a la hora acordada, no se presentó.

El filósofo, después de esperar algún tiempo, escribió en la puerta de la casa de Nasrudin: “¡Irresponsable!”, y se marchó.

Horas más tarde, Nasrudin fue a casa del filósofo.

–¿Conque te olvidaste de nuestra cita? –rugió este.

–Sí, me olvidé, y te pido disculpas. Pero, al llegar a casa, vi que habías dejado escrito tu nombre en la puerta, y acudí inmediatamente.

La generosidad y la recompensa

Compadecido con la pobreza del rabino Jusya, Ephraim colocaba diariamente algunas monedas debajo de su puerta. Y un día se dio cuenta de que, cuanto más daba a Jusya, más dinero ganaba él.

Ephraim recordó que el rabino Baer era maestro de Jusya, y pensó: “Si soy bien recompensado al dar dinero al discípulo, ¡cuánto más no ganaré si ayudo a su maestro!”.

Viajó a Mezritch y cubrió de presentes al rabino Baer. A partir de ese momento, su suerte fue de mal en peor y casi lo pierde todo.

Intrigado, buscó a Jusya y le contó lo sucedido.

–Es muy sencillo –dijo Jusya–. Mientras dabas sin pensar en quién recibía, Dios hacía lo mismo. Y cuando empezaste a buscar gente ilustre para hacer tus donaciones, lo mismo hizo Dios.

Llenar la copa ajena

Durante una comida en el monasterio de Sceta, el padre de más edad se levantó para servir agua a los demás. Con gran esfuerzo fue de mesa en mesa, pero ninguno de los padres aceptó.

“Somos indignos del sacrificio de este santo”, pensaban.

Cuando el viejo llegó a la mesa del abad João Pequeno, este pidió que le llenase el vaso hasta el borde.

Los otros monjes contemplaron la escena horrorizados. Al final de la comida, reprendieron a João:

–¿Cómo puedes juzgarte digno de que te sirva un hombre santo? ¿No viste que apenas podía levantar la garrafa? ¿No viste cómo le temblaban las manos?

–¿Cómo puedo impedir que el bien se manifieste? –respondió João–. Vosotros, que os consideráis perfectos, no tuvisteis la humildad de recibir, y el pobre hombre no tuvo la alegría de dar.

El alumno que robaba

Durante una de las clases del maestro zen Bankei, un alumno fue descubierto mientras robaba. Todos los discípulos pidieron la expulsión del alumno, pero Bankei no hizo nada.

A la semana siguiente, el alumno volvió a robar. Como Bankei seguía sin expulsarlo de clase, sus compañeros, irritados, escribieron una petición exigiendo que se castigara al ladrón.

–Como sois muy sabios, –dijo Bankei tras leer la petición– sabéis distinguir el camino recto del torcido. Vosotros podéis iros a estudiar a cualquier otro lugar. Pero este pobre hermano, que no sabe lo que está bien y lo que está mal, solo me tiene a mí para enseñarle, y voy a seguir enseñándole.

Un torrente de lágrimas purificó el rostro del ladrón: el deseo de robar había desaparecido. (O)

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