¿Flechas o semillas? Mensajes que nos marcan
“Intentaría caminar y observar mejor las cosas que me rodean, me atiborraría de helados y haría menos dieta. Solo daría importancia a mis problemas reales, y me olvidaría de los imaginarios”.
El momento de la aurora
Durante el Fórum Económico de Davos, el premio Nobel de la Paz Shimon Peres, contó la siguiente historia:
Un rabino reunió a sus alumnos, y les preguntó:
–¿Cómo podemos saber en qué exacto momento termina la noche y el día comienza?
–Cuando, desde lejos, podemos distinguir una oveja de un perro, dijo un niño.
Al rabino no le satisfizo la respuesta.
–En realidad –dijo otro alumno– sabemos que ya es de día cuando podemos distinguir un olivo de una higuera.
–No es una buena definición.
–¿Cuál es entonces la respuesta? –preguntaron los chicos.
Y el rabino dijo:
–Cuando un extranjero se aproxima, y nosotros lo confundimos con un hermano, este es el momento en que la noche ha terminado y el día comienza.
Llueve delante
Luchar contra ciertas cosas que solo acaban con el tiempo es desperdiciar nuestra energía. Una cortísima historia china lo ilustra: En medio del campo, se puso a llover. Las personas corrían en busca de abrigo, menos un hombre que caminaba lentamente.
–¿Por qué no corres? –le preguntó alguien.
–Porque también está lloviendo delante de mí, fue la respuesta.
Compartiendo ideas
El reverendo Richard Halverson dice que podemos compartir nuestras ideas como si fuesen flechas o semillas. Las primeras las usan normalmente los profesores, jefes, gente que tiene prisa o que cree saberlo todo. Van directas al corazón, y terminan matando la curiosidad y neutralizan la iniciativa de las personas. Se ponen en práctica rápidamente, y enseguida se olvidan.
Las “ideas-semilla” son las que la vida ofrece a través de las elecciones que hacemos: cuando nos permitimos conmovernos con algo, leer un libro que no nos obligaron a leer, presenciar sin prisa un hermoso atardecer, o conversar sobre un asunto que realmente nos interesa. Sus resultados no se aprecian inmediatamente, pero crecen con raíces profundas, y acaban haciéndose realidad.
Si pudiese volver a empezar
El poema que copio a continuación tuvo un gran éxito hace algún tiempo. Inicialmente se atribuía a Jorge Luis Borges, pero enseguida varios críticos reaccionaron afirmando que no se trataba de un texto del escritor argentino. Hasta hoy no se sabe a ciencia cierta quién lo escribió (la versión con la que cuento habla del Hermano Jeremiah):
«Si pudiese volver a nacer, intentaría cometer muchos más errores.
«Me relajaría. Diría tonterías. Procuraría parecer más loco. Tomarme las cosas menos en serio.
«Escalaría montañas, nadaría en ríos que no conozco, dedicaría más tiempo a observar la puesta del sol. Intentaría caminar y observar mejor las cosas que me rodean, me atiborraría de helados y haría menos dieta. Solo daría importancia a mis problemas reales, y me olvidaría de los imaginarios.
«Siempre fui de ese tipo de personas que prestan atención a las señales, y cuidan de su salud hora tras hora, día tras día. Salía de casa con un paraguas, no viajaba sin termómetro, aspirina, jersey, libretita de notas.
«Si pudiese volver a nacer, haría cosas que mis nietos comentarían –riendo– con sus colegas de escuela.
«En ese caso, yo les daría tema de conversación y alegría, en lugar de intentar infundirles respeto.
«Si yo pudiese volver a nacer, intentaría cometer muchos más errores».