¿Sincronicidad o casualidad? Los sucesos repetidos
Existe una forma de conexión entre fenómenos o situaciones de la realidad, a veces, de forma precisa. ¿Son mensajes del destino o son momentos azarosos?
Sábado por la noche. Voy a comprar las revistas de la semana, leo una materia que me llama especialmente la atención, y pienso: “debería escribirle un correo a Anabela Paiva (la periodista que escribió el artículo) para darle la enhorabuena”. Voy al ordenador, busco su dirección, no la encuentro, y olvido el asunto.
Una hora más tarde, intentando hacer espacio en la estantería para nuevos libros, me fijo en una hoja de papel: allí estaban los teléfonos y la dirección electrónica de Anabela.
Ese mismo sábado, por la tarde, yo había estado pensando si debía emplear esta columna para compartir con mis lectores algunos pasajes del Libro de las coincidencias (Amir Borges Mattos, editorial Dinámica), colección de acontecimientos que ocurren de manera sincronizada.
Por supuesto, lo que me sucedió con el correo de Anabela disipó cualquier duda. Aquí van algunas historias del libro:
El compositor alemán Richard Wagner nació en 1813 (la suma de estos guarismos da 13). Compuso 13 óperas, la primera de las cuales se estrenó en un día 13, y una de las más famosas –Tannhauser– fue concluida en un día 13. Wagner murió un 13 de febrero.
Conan Doyle, creador del detective Sherlock Holmes, se hospedó en una posada en Passo Gemmi (Suiza). Mientras descansaba allí, decidió escribir una pequeña historia, usando la posada como escenario, y describiendo un encuentro entre personas que se odian. Ya de vuelta en Inglaterra, optó por distraerse con la lectura de un cuento de Guy de Maupassant, L’Auberge. Cuál no sería su sorpresa al descubrir que Maupassant había escrito una historia semejante, que ocurría en la misma posada.
El químico norteamericano Charles Martin descubrió, en 1886, un proceso para aislar las impurezas del aluminio. Al enviar su trabajo a una revista científica, supo que en aquella misma fecha había llegado un trabajo del francés Paul Heroult que describía el mismo método. Las coincidencias no se quedan ahí: tanto Martin como Heroult murieron un mes después de cumplir 51 años.
El escritor francés Camille Flammarion estaba terminando un libro en su despacho cuando una corriente de aire entró por la ventana abierta llevándose algunas páginas. Al día siguiente, un empleado de la gráfica en la que el libro iba a ser impreso –y que estaba a un kilómetro de la casa de Flammarion– las descubrió en el patio interno del almacén. Se quedó sorprendido al leer lo que estaba allí escrito: esa parte del libro hablaba de la fuerza del viento.
En 1972, en una entrevista, la escritora Taylor Caldwell contó que ella y su marido –ya fallecido– tenían un arbusto de lirios que nunca florecía. Él había llegado a descubrir, en algún momento de su vida, que a aquel tipo de flor la llamaban “lirio de la resurrección”. El arbusto floreció apenas una vez, en 1970, justamente a la hora del entierro de su marido.
Carl Jung, el psicoanalista famoso por sus estudios sobre la sincronicidad, cuenta una de ellas: al entrar en el metro para ir a la ópera, descubrió que el número del tique era el mismo que el de la entrada del teatro. Aquella misma noche, recibió una llamada de un amigo que mencionó un número de teléfono que coincidía, cifra a cifra, con el número que se veía en los dos papelitos anteriores.