Aprendizaje emocionante

06 de Mayo de 2018
Dayse Villegas

Cobra más relevancia educar en emociones, valores y en pensamiento reflexivo para construir ciudadanos críticos y colaborativos con sus sociedades.

Los niños buscan vivir experiencias emocionantes. Esas emociones los predisponen a aprender. Generalmente, esto ocurre de forma natural durante el juego. Sin embargo, rara vez se traslada al aprendizaje, dice Rafael Bisquerra, director del Posgrado de Educación Emocional de la Universidad de Barcelona, en el prólogo del libro Aprendizaje emocionante.

La autora de ese título es Begoña Ibarrola, terapeuta infantil, educadora y escritora conocida por su trabajo en la colección Cuentos para sentir. En la introducción, ella advierte a los maestros que lo primero que deben dejar atrás es la ansiedad de creer que son cien por ciento responsables de la educación de sus alumnos. Deben conocer cuál es su parte de responsabilidad y cuál le corresponde al niño y a la familia.

El profesor siempre encontrará en la clase niños que encajan muy bien con su estilo de enseñanza y, por tanto, dan resultados, son excelentes y la recompensa para el docente es grande. También hay grupos a los que les cuesta aprender, no atienden, se portan mal. Tal vez lo que necesitan es ayuda psicopedagógica. Y también están los chicos que, aunque oyen, no escuchan, pues están allí por obligación. No muestran interés, excepto cuando creen que pueden boicotear la clase.

¿Qué se puede hacer por ellos? Descubrir lo que está pasando en sus cerebros, cómo se sienten y qué códigos manejan. Esa es, dice Ibarrola, la clave del aprendizaje. Citando al neurocientífico Leslie Hart: “Educar sin haber visto el cerebro es como querer diseñar un guante sin haber visto nunca una mano”.

Desarrollar confianza

Entre las preguntas que más se hacen los educadores están: ¿por qué algunas personas tienen tanta dificultad para aprender, mientras que para otros es lo más sencillo? ¿Por qué algunos jóvenes se desconectan del sistema escolar o se aburren?

“A lo mejor no estamos animando a los niños a que sientan que los aprendizajes que están haciendo forman parte de un proceso, que no es algo inmediato, que el error forma parte de esto, y que si se equivocan, los profesores están para darles confianza”, dice Pilar García, quien desarrolla proyectos de educación infantil, primaria y secundaria para Ediciones SM y ha llevado el taller Aprendizaje emocionante por España, otros países europeos y Reino Unido, a Kenia (África) y, hace unas semanas, a Ecuador, por invitación de Librería Vida Nueva.

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Una de las grandes dificultades, indica, es que los niños se sienten abrumados por los contenidos, y a veces los maestros no encuentran momentos para trabajar con ellos en aspectos que ayuden a un aprendizaje más significativo: hablarles, preguntarles cómo se sienten, cómo han trabajado en equipo con otros chicos, qué emociones les producen lo que han leído. Generar confianza, trabajar la autoestima y la solidaridad es tan importante como el contenido del programa.

Es cierto que el profesor puede sentir miedo de salirse del marco del currículo. Sin embargo, aconseja García, hay que percibir cuándo es tiempo de hacer una pausa. “Los contenidos se pueden recuperar, pero el estado emocional del niño hay que trabajarlo ahora”. ¿Cómo?

1. Brinde tranquilidad. Esta se produce cuando usted favorece entre los niños dinámicas en las que ninguno se sienta aislado.

2. Evalúe su práctica docente para sustentarla en bases más sólidas. Explore modelos educativos y examine el suyo.

3. Hable con otros profesores, ayúdense mutuamente, no se sientan solos.

Afortunadamente, opina Begoña Ibarrola, ha empezado una transformación educativa en la que cerebro y corazón, “la mente que piensa y la mente que siente”, se educan juntos. En una era que nos empuja a abrirnos al resto del mundo, la tarea educativa del siglo XXI tiene dos pilares: saber ser uno mismo y saber convivir. Y la escuela puede ser un entorno emocional de convivencia. (F)

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