Tratar dificultades a tiempo
La mayor parte de la comunicación entre padres e hijos es no verbal. Los jóvenes son excelentes lectores de las emociones de sus padres, incluso si no hay palabras.
“Nada más poderoso que una creencia, porque lo que crees, eso sucederá”. El psicoterapeuta Sergio Paz recibe con esa premisa a un grupo de padres que buscan respuestas para la comunicación con sus hijos en un taller en el Instituto de Neurociencias de la Junta de Beneficencia de Guayaquil.
Para ilustrar, inicia con una anécdota. “Una madre de familia comenta: ‘Doctor, yo sabía, desde el embarazo, que este niño me iba a dar problemas’. ¿Por qué? ‘No me dejaba dormir, era hiperactivo desde la panza’. Y al nacer: ‘Doctor, es idéntico al tío Pepe’. ¿Quién era el tío Pepe? La oveja negra de la familia.
“Nuestros chicos terminan actuando en función de nuestras expectativas”, dice Paz a su audiencia. “Las creencias que tenemos influyen en ellos de manera positiva o devastadora”.
Paz explica que cuando un niño percibe que “tiene problemas, no es normal, tiene un trastorno”, el diagnóstico del psiquiatra y las pruebas de psicometría le confirman esos temores. Se agrava si empieza a recibir medicación. Se le corrobora que es un paciente mental.
“Así dice mi hijo”, comenta una madre en voz alta.
“Desde mi punto de vista, la intervención psiquiátrica es el último de los recursos”, afirma Paz. “Cuando el profesor recibe un reporte de que el alumno está siguiendo este tratamiento, ¿cuál es la opinión que se forma?”. Y si llega a filtrarse entre los compañeros de colegio, continúa Paz, y el niño empieza a incorporar en su identidad personal que es un paciente psiquiátrico, eso será muy difícil de revertir.
Entre los jóvenes pacientes de Paz hubo uno que había tomado medicación desde los 8 años. “Logramos quitársela a los 10. Durante la entrevista con la madre, pregunté al niño cómo se sentía. Empezó a llorar y dijo que se sentía muy aliviado, porque tenía miedo de ser un caso psiquiátrico. A menudo, las buenas intenciones producen los peores efectos”.
Ayudar o ser útiles
Cada vez que se ayuda a los hijos solucionando una dificultad, ¿se consolida o debilita su autoestima? La respuesta parece sencilla, pero los padres piensan detenidamente. “La tarea natural de una familia es formar individuos autónomos capaces de separarse de la familia y de recorrer su propio camino. La relación entre padres e hijos tiende a cerrarse en un círculo vicioso en el que se apoya a los hijos cada vez más a fin de facilitarles la vida”, lee pausadamente una madre.
¿Qué significa esto?, pregunta Paz. “La familia es el lugar donde se enseña a vivir. Dos niños que pelean no necesitan padres que los ayuden (los defiendan o los separen), sino que les sean de utilidad, que los dejen resolver sus problemas con otros niños”.
Para vencer el modelo autoritario y dominante con el que crecieron, los padres actuales han acogido una propuesta educativa democrática, amistosa y permisiva que ha empeorado la formación, según Paz, porque incorpora la convicción de que todo es negociable.
No hay reglas claras, los hijos negocian las horas de llegada y de salida, el hacer o no las tareas escolares o de la casa. Contrario a lo que se cree ahora, sostiene Paz, la relación padres-hijos es jerárquica. “No puedo ser amigo de mis hijos. Soy madre. Soy padre”.
Parte de ese rol consiste en llevar a los hijos a experimentar desde pequeños la verdadera realidad. “Si uno actúa bien, le va bien. Si uno actúa mal, le va mal”. Esto es autocontrol, una facultad psicológica crucial para la regulación de las emociones y de las conductas, que se fundamenta en la capacidad de anticipar consecuencias negativas. Si el niño o joven no tiene ninguna repercusión por su comportamiento, no desarrollará esa habilidad.
‘Sí, fui yo’
Hay diferencia entre el padre al que siempre “lo chocan” y el padre que admite que chocó por estar distraído en el celular. “Cuando hago eso, le enseño a mi hijo a asumir la responsabilidad de sus acciones”, señala Paz. “Cómo va a florecer esa capacidad si nunca me han visto aceptar un error”.
Por eso, la primera pregunta que usualmente se hace a un menor de edad en la consulta psicoterapéutica es: ¿Estás aquí por tu propia voluntad o vienes forzado por tu familia? La mayoría, dice Paz, contesta lo segundo.
Eso indica de antemano que el niño o joven no querrá colaborar con el tratamiento y que probablemente lo saboteará. En esas circunstancias, lo que se hace es trabajar más con los padres, pues son ellos los motivados y comprometidos con el cambio.
El poder de una creencia
En la biografía de Thomas Edison, uno de los grandes inventores del siglo XX, se plantea que tuvo problemas por no adaptarse a la pedagogía de su escuela primaria. Tenía dislexia, aprendía poco y sus notas eran malas. Su madre lo retiró para educarlo en casa. Él escribió más tarde: “Ella me construyó. Estaba tan segura de mí, que sentí que tenía algo por lo cual vivir, alguien a quien no podía decepcionar”.
Explicaciones innecesarias
Es posible hablar demasiado, dice el psicoterapeuta Sergio Paz. Para dar una orden o una opinión se incurre en largas y repetidas explicaciones. Esto tiene un efecto destructivo sobre la relación. Todos los padres en la sala aceptan que eso no ha funcionado.
Después de una discusión, el chico sale con la sensación de que nadie lo comprende. Y el padre se queda con la frustración de estar frente a un muchacho que no entiende razones y que quiere hacer lo que le da la gana.
“Esos sentimientos empeoran la interacción padres-hijos”, cuestiona Paz. “¿Qué es más importante? ¿Tener la razón o resolver el problema?”. Tanto padres como hijos tienen razón, según sus propios valores. Pero por esa interacción, cada uno se radicaliza en hacer lo que el otro no quiere.
Pedir disculpas
A algunos tutores que han obligado a sus hijos a ir a consulta psicológica o psiquiátrica, generando rechazo y alejamiento, se les sugiere pedir disculpas como herramienta para reabrir la comunicación. “He estado obligándote a hacer algo que no quieres y el doctor me ha hecho caer en cuenta. No insistiré en esa exigencia”.
Ser un verdadero guía
Cuanto más aumenta la necesidad de hacer cualquier cosa por ayudar al hijo, más disminuye la capacidad de serle útil. Las soluciones que los jóvenes encuentren por sí mismos son las que tendrán más posibilidades de ser puestas en acción. Para ser un buen guía, no hace falta la ayuda directa, sino contribuir a que ellos encuentren la salida.
“Cuando su hijo le plantee un problema, detenga el impulso de darle la respuesta. Pregunte: ¿Qué harías tú? ¿Qué te gustaría hacer? ¿Qué se te ocurre que podría funcionar en esta situación?”. Es una señal de respeto y confianza en el potencial y la capacidad del hijo. “Quien se persuade por sí mismo, se persuade más rápido y mejor”.
Diferencia de valores
El psicólogo explica que los chicos tienen distintos sistemas de valores. Por eso, razonar con ellos desde el punto de vista adulto no funciona. “El principal valor de los jóvenes es el mínimo esfuerzo. Quieren encontrar atajos, el camino corto y fácil”. Si están enamorados, en ese momento el valor principal es esa pasión y no van a ser persuadidos por un argumento lógico-racional.
Ese tipo de discusiones están destinadas al fracaso. Cada parte está en contextos diferentes.
Mientras algunos de los padres en la sala asienten, otros insisten. ¿Cuál es la solución? “Mientras mayor es la prohibición, mayor es el placer de la transgresión. Mientras más oposición le ponga usted a su hijo respecto de una relación, más pronto esta se va a consolidar”. El drama de Romeo y Julieta, añade Paz, consistió en la oposición de las familias. Es idealizada porque fue frustrada.
Despatologizar
En la medida de lo posible, concluye Paz, hay que quitar la etiqueta de que los chicos que acuden a consulta psicológica o psiquiátrica están enfermos. Y también retirar la idea de que la culpa es de los padres. “Las interacciones son las que llevan de una dificultad a un problema y de un problema a un trastorno”. No se trata de buscar medicación para lograr autocontrol, sino partir de mejores interacciones padres-hijos.
“Fundamentalmente, la idea es independizarnos del modelo permisivo e indulgente que lleva a los padres a no actuar o a asumir posiciones muy débiles. Si el joven no aprende a escuchar a los padres, a lo largo de su vida no aceptará escuchar a nadie más”. (D. V.) (F)