Agravios, cómo responderlos
Es imposible para muchos no sentirse afectados por una ofensa o desaire, pero lo importante es saber afrontar esa situación con sensatez, para no caer presos de la ira ni el rencor. Para poder vivir en paz consigo mismo.
Un mediático ejemplo de agravio ocurrió el 27 de abril en España cuando un hincha arrojó, en pleno partido de fútbol, un banano al jugador brasileño Dani Alves, en el encuentro del Barcelona ante el Villareal. Sin inmutarse, decidió asumir una actitud positiva, recogió la fruta, la peló y le dio un mordisco antes de continuar con el juego.
Según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, este hecho es una “ofensa o perjuicio que se hace a alguien en sus derechos e intereses”.
Para la psicóloga clínica Glenda Pinto Guevara, se lo puede definir como una emoción negativa intensa, conectada con un suceso que pudo ocurrir en el pasado distante, pero que se mantiene vivo gracias a un pensamiento compulsivo, repitiendo la historia en la cabeza o en voz alta: “esto fue lo que me hicieron” o “esto fue lo que alguien nos hizo”.
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Si el agravio es intenso es suficiente para contaminar otros aspectos de la vida y mantener a la persona presa en las garras del ego. Mientras lo piensa lo revive y esa energía negativa puede distorsionar la manera de ver un suceso que ocurre en el presente o influir sobre su forma de hablar o comportarse con otra persona en un momento determinado.
¿Pero qué tipo de agravios afectan más? Pinto asegura que los que lesionan a la persona y perjudican la salud mental al dañar su reputación a través de un escrito, un dibujo, una señal o un medio electrónico. Incluso, cuando invaden la privacidad, dañan la autoestima o causan angustia emocional intencionalmente o por no tener cuidado.
Y quienes son las más afectadas por recibir agravios, agrega, son las consideradas muy susceptibles y débiles, como son los niños, adolescentes, personas mayores, mujeres jóvenes, homosexuales u otros, que son despreciados por su raza y condición. “Esta es la manifestación de una sociedad que poco a poco va perdiendo sus valores culturales y las nociones de respeto hacia los demás y por lo tanto se maneja en base a prejuicios”.
También se afectan quienes son como permanentes esponjas para absorber agravios, dado su tipo de personalidad o por experiencias traumáticas de infancia o familiares, que les han procurado la formación de este hábito. Incluso sienten el blanco de las ofensas y desaires de quienes las rodean.
Claves inteligentes
Glenda Pinto da otros consejos. La clave es usar la inteligencia:
- Ignorar al agresor y alejarse. Tarde o temprano, se cansará de tratar de fastidiarlo. Esto le hace saber que no es vulnerable.
- No usar la fuerza física. Si recurre a la violencia contra un intimidador, tiene más probabilidades de meterse en problemas o de resultar herido.
- Hacerse cargo de su vida. No puede controlar lo que hacen los demás, pero sí puede ser fiel a sí mismo. Piense en maneras de sentirse de lo mejor (más fuerte) para que otros dejen de molestarlo.
- Hacer ejercicio es una manera de sentirse fuerte y poderoso (y además, levanta el ánimo).
- Hablar acerca del problema.
- Encontrar a sus (verdaderos) amigos. Si lo han estado intimidando con rumores o chismes maliciosos, puede usar cualquiera de los consejos anteriores (especialmente ignorar y no reaccionar). Pero debe ir un paso más allá, para aliviar sus sentimientos de agravio y aislamiento.
- Si usted es un coleccionista de agravios necesita forzarse a mirar a “los agravios” cara a cara. Las personas no son por lo general duras, indiferentes e insensibles, ni las circunstancias están siempre confabuladas en contra suya. Los desaires aparentes se deben casi siempre a inadvertencia, preocupación o simple incultura, más que a motivaciones incorrectas.
- Si es un coleccionista de agravios debe evaluarlos y luego echarlos. No los guarde para recrearse contemplándolos.
Lo que la Biblia enseña
El padre César Piechestein resalta algunos pasajes bíblicos que manifiestan la actitud que un cristiano debe tener al recibir una ofensa. Menciona, por ejemplo, Mateo 5, 38-39, versículos donde Jesús se refiere a la antigua Ley del Talión (“ojo por ojo, diente por diente”) (Éxodo 21, 23-25) y le da un nuevo giro.
“Antes de la ley del talión la venganza era ilimitada y por lo tanto nunca se resolvían los conflictos”, explica. “Lo que esa ley hizo fue ponerle un límite a la venganza. Si alguien te hacía algo, entonces tienes derecho a hacerle algo proporcional y allí se acababa el conflicto. Pero Jesús hizo una mayor revolución, al decir que si tu enemigo te golpea en la mejilla izquierda, entonces debemos ponerle también la derecha”.
Este pasaje, subraya, no debe entenderse literalmente. “Su significado real es no buscar venganza. No existe la venganza para un cristiano”, expresa.
Otros de los pasajes bíblicos que se refieren al perdón son Mateo 5,44 en donde Cristo enseña, incluso, a amar a los enemigos.
Sin embargo, reconoce que como parte de nuestras limitaciones humanas, se requiere ayuda de Dios para poder contrarrestar el deseo de venganza, los resentimientos o rencores. “No recurrimos solo a Dios para que nos ayude en nuestros problemas o dificultades, sino también para que nos ayude a superar este tipo de sentimientos”, dice. “En primer lugar, debe estar la oración. La oración nos hace recurrir a Dios y ese momento sabemos que ya no contamos solo con nuestras fuerzas, sino con la ayuda espiritual de Dios. Y a continuación, para nosotros los católicos, es esencial también la Eucaristía, pues al recibir el cuerpo de Dios, recibimos su fuerza y su iluminación”.
Piechestein también invita a ponerse en el lugar de la persona que nos ha ofendido. “Hay que comprender también al otro. Muchas veces solo vemos el conflicto desde nuestra perspectiva, pero hay que ponerse en los zapatos de la otra persona y preguntarnos por qué está actuando de esta manera”, dice.
Entre los beneficios espirituales que puede recibir la persona que se esfuerza por no vengarse, menciona, principalmente la paz. “Al perdonar uno se libera de la violencia que todo conflicto genera. La persona que perdona y que no guarda rencor está en paz con quienes la aman y quienes la odian”, sostiene.
Respuestas legales
En términos jurídicos, el agravio “es un hecho o dicho que ofende en la honra o fama” (Diccionario Jurídico Elemental de Guillermo Cabanellas de Torres). En nuestra legislación, el Código Civil establece que “el que ha cometido un delito o cuasidelito que ha inferido daño a otro, está obligado a la indemnización, sin perjuicio de la pena que le impongan por el delito o cuasidelito” (art. 2214).
La Dra. Katia Murrieta aclara que estos daños pueden ser físicos o morales y, dependiendo de su naturaleza, conllevan una sanción penal o civil, o las dos. “Quien hubiese sufrido daño moral, podrá demandar, a más de la privación de la libertad del autor, la reparación pecuniaria, dependiendo de la gravedad del perjuicio y de la falta, como en los casos de que se difame, manchando la reputación ajena, (...) y, en general, que ocasionen sufrimiento, angustia, humillaciones u ofensas semejantes”, explica Murrieta, de acuerdo a los arts. 2231 y 2232 del Código Civil (G.Q.).
Responder o no a la ofensa
Lo sano y adecuado ante el insulto es conservar la ecuanimidad, dice Pinto, ya que permite enfrentar con integridad tal circunstancia. Se puede responder con sensatez, reflexión y templanza a un agravio. “No es una tarea fácil, pero permite salir de la trampa que la ira provoca y que no permite ser efectivos”.
Para ello, explica, es necesario apelar a una conducta introspectiva. Es la condición previa para interrumpir el automatismo de la indignación y hacer una nueva valoración de la situación y así conseguir una valoración e interpretación positiva de la situación. “El insulto es un modo común, vulgar y deplorable de comunicarnos, mejor dicho, de mal comunicarnos. Una buena comunicación es la clave de la salud y la vía para crecer y compartir, mientras que el insulto es una manera de alejarnos, es un intento fallido de hacer justicia en el que quedamos privados de sentido”. Frente a la violencia verbal o agravios, Pinto explica que existen dos formas de actuar. La primera es no responder de ninguna manera. Sencillamente seguir sentado y continuar con lo que estaba haciendo. Esto confundirá a la persona sarcástica que está esperando una reacción del otro, ya sea que se moleste, se enoje, se ponga a llorar o se deprima. Cuando las cosas no van de ese modo no sabe realmente qué hacer. “Desgraciadamente, esto no cambiará su forma de ser –solo sabe actuar de ese modo–, pero le parará los pies y dirigirá su sarcasmo hacia otro sitio”.
La segunda manera es que si cree que no puede permanecer indiferente o que prefiere responder al sarcasmo, debe ser asertivo y expresar cómo se siente. Por ejemplo: Ha sido un comentario sarcástico, ¿por qué lo has hecho?, o tu sarcasmo me hace mucho daño, ¿era eso lo que pretendías?
Seguramente la respuesta tomará por sorpresa a la persona agresiva y no sabrá qué decir. Es posible que se enoje o que intente excusarse, pero también se dará cuenta de que usted está controlando la situación y pondrá fin a esa actitud. En tal caso, sus comentarios llamarán su atención sobre este hecho y le ayudarán a ir con más cuidado en el futuro a la hora de elegir sus palabras.
“Ser asertivo es la manera más adecuada de poner límites sin irrespetar, hablando desde su yo, sin ofender al otro y siendo objetivo. Saliendo de la espiral de la agresión, donde lo pretenden enganchar. La madurez de este tipo de interpretación del agravio, que es de gran altura y humildad, es difícil de practicar, pero debe tornarse nuestra búsqueda diaria y constante” (S.M., D.L).