Cómo prevenir divisiones en la familia
Buscar acuerdos antes de la conformación de una familia, usar el diálogo como un ejercicio de flexibilidad y tener la disposición de conocer el mundo del otro son sugerencias de las especialistas.
En la familia es común que haya diferencias, y también es usual que uno o más miembros asuman que los demás se adaptarán a sus planes y costumbres. Eso puede conducir a la división. La psicóloga clínica, Sonnia Navas Gafter, menciona los tres temas que causan más roces en el hogar: la religión, la política y el dinero.
“Son fuertes, generan divisiones, en especial el primero. Mueven muchas pasiones”. Precisamente por eso, sí es necesario hablar de estas cosas desde el principio, afirma Navas, y esto significa antes de la conformación de una familia.
Antes de la familia
Para la orientadora familiar Cecilia Chávez Bowen de Larrea es primordial conversar sobre las creencias religiosas antes de formar un hogar. Pide aceptar de entrada que “no se puede esperar que el otro renuncie a su religión, así como no nos gustaría que nos pasara a nosotros”.
Ella sugiere acercarse al centro religioso al que asiste la pareja, para conocer cuáles son las diferencias esenciales, reales, y luego conversar y llegar a acuerdos. “Si uno de los dos renuncia a su religión para casarse en la fe de su pareja, debe ser por convicción, no por imposición o miedo a perder su amor. Y luego, buscar un acuerdo justo en lo referente a la crianza de sus hijos”.
“Dialoguen en el noviazgo”, aconseja Navas, “porque si se trata de una relación estable, habrán proyectos, y entre ellos estarán los hijos, cómo criarlos, en qué religión educarlos. Eviten a toda costa la confrontación violenta, teniendo en cuenta que si de novios no se puede llegar a un acuerdo, mucho menos lo van a lograr de casados”.
La psicóloga pide también no asumir que el otro va a acomodarse a nuestros planes, porque eso conduce al fracaso. Entre los puntos a considerar durante el noviazgo, además de ideologías, religión y economía familiar, cita uno que puede convertirse en conflicto fácilmente: hablar de las exigencias y horarios de la profesión de cada uno, y si hay proyectos de trabajo o de estudio que requieren postergar el tener hijos.
“Si la mujer proyecta hacer una maestría que cuesta quince mil dólares y toma dos años, y en ese tiempo tiene que trabajar a tiempo completo y no embarazarse, debe decirlo. Pero si nos dejamos llevar por las pasiones, pasamos estos detalles por alto”. Sin aclaración previa, lo que ocurre en el matrimonio ya no es decisión de la pareja, sino imposiciones de cada cual.
Ceder para ganar
Navas explica que da igual si se trata de diferencias sobre finanzas, creencias o ideologías, las dos partes tienen que ir predispuestas a hacer cambios de pensamiento, salir del egoísmo y ponerse al servicio de la otra persona. “Si uno dice: Yo no voy a cambiar mi forma de pensar por nada de este mundo, ¿qué está transmitiendo? Que su convicción va primero que todo lo demás, incluyendo a la otra persona”.
Aquí vale preguntarse qué tan importante es la presencia, el aporte y la felicidad del otro. “Si no le damos tanta importancia como para ceder en algo, entonces naturalmente iremos a la negociación enfocados en ganar y no en conciliar”, establece Navas. Y ceder será visto como el equivalente de perder. En este caso, estima Navas, la otra persona, la que recibe el mensaje de “No voy a cambiar”, es quien debe decidir si acepta quedarse en esas condiciones.
Como en toda negociación, los futuros cónyuges deben que saber que tienen una meta en común y diferentes formas de alcanzarla. Necesitan estar dispuestos a ceder. El tema que los inquieta tiene que ser dialogado antes de cerrar el trato, sea asunto de pareja, amistad o negocios. Porque si se lo deja para después, en ese caso sí se podrá hablar de pérdida.
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Cuestión de fe
Se dice que este es uno de los temas que no hay que tocar en reuniones sociales “porque estos espacios son para relajarse, y poner cualquiera de estos tópicos es añadirle una tensión que los asistentes no buscan. Puede originar un enfrentamiento”, indica Navas.
Chávez Bowen considera que dentro de la familia lo referente a religión no debería ser visto así, si se lo entiende como un camino a la espiritualidad. “Una fe sana y equilibrada no puede permitir peleas en la familia o con amistades cercanas. Los creyentes tenemos una serie de reglas para regirnos, una de esas busca la empatía, es la Regla de Oro, que indica que seamos con otros como quisiéramos que fueran con nosotros. Si queremos que respeten nuestra religión, debemos respetar a los que no la profesen”.
Ella considera que es posible tocar temas religiosos sin juzgar, ni anteponer las propias creencias. “Conversar de religión debe dejar lecciones de valores y amor, no de separaciones o enojos. Cuando se hace una apuesta en común con una persona a la que amamos hay que, antes que nada, respetarse. Aunque haya distintas creencias tiene que haber un profundo respeto”.
La psicóloga clínica Susana Torres de Rumbea opina que los padres sí deberían hablar de política y religión con los otros miembros de la familia, ya que así se aprende lo básico de dialogar (que es saber escuchar) y a hablar con claridad y respeto hacia las demás.
“Sería recomendable ejercitar a los hijos desde pequeños para que hablen con tranquilidad sobre estos temas”, añade. Al encontrarse con alguien que alza la voz o agrede, “es preferible tomar distancia, o evitar la discusión”.
Navas piensa que se puede negociar desde una búsqueda de principios comunes en las religiones de cada cual, y no de creencias opuestas, para construir la relación.
“Así como adquirimos creencias, es posible desterrarlas”, señala, especialmente cuando ponen límites al crecimiento personal. “Las creencias son modificables. Los principios no. Si te riges por principios, tienes resultados. Si te riges por creencias, tienes problemas”.
Familias reconstituidas
En el caso de las personas divorciadas que vuelven a casarse, y llevan al hogar a sus respectivos hijos, es especialmente relevante el hacer acuerdos previos.
En las familias reconstituidas pega el doble el tema de las diferencias y se hace necesario entender que hay que ir dispuestos a ceder para poder ganar en conjunto.
Qué tal, elabora Navas, si una familia trae la costumbre de vivir en completa democracia y todo se hace por votación, mientras que la otra es una familia monoparental con un solo hijo, en la que se funciona a través de órdenes. ¿Cómo van a convivir?
O una familia con miembros homosexuales que se junta a otra muy conservadora. La única forma es tener el diálogo antes de que el nuevo núcleo se forme.
Las peleas más comunes en una familia reconstituida ocurren después de la boda, por el tema del dinero. “Nunca se habló por anticipado de quién va a pagar qué, cómo se va a criar a los hijos, quién va a poner las reglas, cómo van a ser las vacaciones o las visitas a los otros padres”, dice Navas.
Como resultado, puede ser que uno diga: “Yo creía que ibas a pagar el colegio de los chicos, porque así me educaron, y tú deberías haber sabido esto”. Y se ofende al descubrir que le toca seguir pagando sus propias cuentas. O puede ser que quien va a mantener a la familia tenga la creencia de que el otro tiene que quedarse en casa. Y se escandalice cuando vea que eso no va a ocurrir.
Aún con diálogo y acuerdos previos, la psicóloga Navas admite que no es sencillo llevar pensamientos divergentes en la familia, pero tampoco será imposible evitar las divisiones.
“Es una cuestión de aprendizaje. Nos cuesta mucho aprender. Nos enseñaron a tomar el café a las 5 de la tarde, y la otra familia lo toma a las 8 de la noche. Y eso lo transformamos en un problema. Queremos imponer nuestra verdad, y eso nos cierra todas las puertas”. (F)