Coulrofobia: El miedo a la cara pintada
Los payasos y mimos pueden provocar en los niños —y en los adultos— lo contrario a la sonrisa que quieren lograr, si no dejan entrever su rostro humano.
Daniela Villacís y Jonathan Pineda han añadido la nariz roja a la tradicional cara blanca del mimo. Prefieren las rayas rojas en el vestuario. Usan jeans en vez de pantalones negros. Quieren ser vistos por los niños de la manera más natural posible. También reducen el maquillaje a la mitad inferior de la cara y dejan los ojos sin pintar, así diferencian entre la parte humana y la parte mimo. Eso les da la posibilidad de hablar y cantar.
“El niño tiende a ver las cosas en dimensiones más grandes. Está acostumbrado a facciones como las de mamá y papá”, dice Daniela. “El payaso se pinta para que sus facciones se vean más grandes, más expresivas. La nariz es grande y roja, la boca cubre toda la cara, los colores de la ropa son fuertes, el pelo alborotado, los gestos faciales exagerados, la voz fingida. El niño lo ve demasiado grande y distinto a lo que él conoce”.
El éxito depende de ganar la confianza de los niños para que se integren voluntariamente al juego. “El payaso y el mimo tienen la tendencia de acercarse primero al niño. No lo esperan. Cuando un niño llora y se aleja, nosotros nos mantenemos a una distancia prudencial. Interactuamos con los otros chicos, en general. Nos quedamos lejos para que él nos vea pequeños. No podemos invadir su espacio, no podemos abusar”. Así, el niño se toma su tiempo para calmarse y notar que no está obligado a jugar, que las canciones y el tono de voz le agradan, que los otros se divierten. Jonathan dice que se debe estar atento a las señales que da el niño. “Cuando te hablan o tratan de darte la mano, sabes que se rompió el temor. Es una habilidad que el payaso, el mimo y el actor tienen que desarrollar”.
Un miedo antiguo
La psicóloga Sonnia Navas nombra otra razón para desarrollar el miedo, haber visto un retrato siniestro en medios audiovisuales. “Aunque es frecuente que este temor sea percibido como ridículo por terceras personas, quien lo experimenta puede tener severos ataques de ansiedad: temblores, taquicardia, dificultad para respirar”. Para ella, esta patología fue muy común en las décadas del 70 y 80, en el auge de las películas de terror. “En la actualidad, no es frecuente que un niño presente este trastorno, ya no son muy usuales los payasos en las fiestas infantiles. Además, los niños están familiarizados con la tecnología y su uso, por tanto están expuestos a imágenes de todo tipo”.
Pero Rosemary Acuña, directora del jardín Niño de Praga, explica que para los preescolares sigue siendo una sorpresa desagradable incluso que la profesora aparezca con algo inusual. “Nos han visitado payasos y mimos, y algunos niños se apartan. Ven algo sobredimensionado y se cohíben. También está el hecho de que no le ven la cara, y los niños son muy naturales”.
La parvularia recomienda a los payasos repensar su repertorio. “Me ha tocado ir a las matinés y encontrarme con el tipo de payaso que hace chistes de doble sentido delante de un público infantil”. Por su trabajo, se ha disfrazado varias veces. “Al niño se le explica: Voy a ponerme esta máscara, me voy a maquillar. Así ya saben que eres tú, y aceptan al personaje”.
Reacciones
La psiquiatra infantil Piedad Romo-Leroux dice que la fobia tiene que ver con los elementos extraños del vestuario, la pintura y la mímica. Los niños lloran, se inhiben o piden abrazos como protección. Los síntomas deben haberse repetido al menos durante 6 meses para ser diagnosticados como coulrofobia.
¿Cómo se defienden del miedo los adultos? Evitan la situación, se ponen nerviosos por anticipado u ocultan su malestar, y eso puede interferir con las relaciones laborales, académicas o sociales. La psicóloga Brenda Wiederhold dice que a los adultos les inquieta la pintura facial porque no les permite leer las emociones genuinas de la persona que está bajo el maquillaje, y también les preocupa el hecho de que a los payasos les está permitido romper las reglas, a menudo sin consecuencias.
Temor a hacer el ridículo
En su niñez, Villacís huía de los payasos porque detestaba que la sacaran a jugar. “Era un poco introvertida, porque desde entonces no veía bien y tenía miedo de perder los lentes y caerme. Para mí, payaso era igual a juegos, cuando veía uno, le decía a mi mamá: Sácame de aquí, no quiero jugar”.
Rosemary Acuña comenta que su pavor eran los concursos. “Hay payasos que tienen mucha pedagogía, pero otros no. Estos son los que te dejan en ridículo delante de todo el mundo si no haces bien lo que te dicen. Uno de ellos me hizo llorar una vez y desde entonces, veía uno y me iba”. Logró superar su miedo, pero para eso tuvo que llegar a la edad adulta. Ahora, dice, le gustan.
“Me encantan los payasos”, afirma Romo-Leroux, quien tiene un buen recuerdo de ellos desde la juventud. “Durante mi estancia en Rusia, cuando estudiaba allí, asistí a menudo al Circo de Moscú para gozar con las gracias de los famosos payasos Karandash (‘Lapicito’) y Oleg Popov (quien sigue actuando)“. Hay videos de ambos, con y sin maquillaje, en YouTube. (F)
Burla, distorsión y ruido
La psicóloga Linda Coronel indica que la experiencia negativa se origina en un artista que en algún momento utilizó la burla y alteró bruscamente la realidad y las normas que el niño estaba aprendiendo. “La distorsión desencadena una serie de emociones que contradicen aquello para lo que fueron creados estos personajes, y genera una desconfianza que puede persistir hasta la mayoría de edad. Aun de adulto no logra superarlo”.
Otra condición que aturde al niño es el contexto en que se encuentra con el payaso, el ruido de las fiestas y parques de diversiones, menciona Daniela Villacís. “Otro temor que nos ha tocado presenciar es el que infunden los adultos. ‘Si te portas mal, te dejo con el payaso’. Depende del entorno familiar, si allí alimentan el miedo o no. Los pequeñitos no diferencian la ficción de la realidad. Puede parecerles que un monstruo se volvió real”.