Muerte cerebral
La vida termina cuando el cerebro deja de funcionar. Pero continúa cuando los otros órganos son donados.
Nuestras funciones cerebrales son extremadamente complejas. Según investigaciones científicas, todas las interconexiones neuronales intervienen para formar un tejido que comanda realmente la vida.
En el cerebro están incluidas no solo las funciones intelectuales, sino las que nos permiten vivir aunque no se tenga intelecto. Mantiene al corazón latiendo, regula la presión o respiración, coordina los movimientos de brazos o piernas, entre otras. “Si el cerebro no funciona, simplemente no estamos vivos”, dice la neuróloga Rocío Santibáñez Vásquez.
¿Pero qué daña nuestro cerebro? Depende de si las causas lesionan directamente al cerebro o si responden como resultado de daños en otras partes. Si existe, por ejemplo, una insuficiencia renal, el cerebro comienza a trabajar mal, no porque esté dañado, sino porque sufre las consecuencias de las toxinas producidas por el mal funcionamiento de los riñones.
“Pero la condición que causa más daño al cerebro son las paradas cardiacas. Cuando existen alteraciones del ritmo cardiaco o bajas profundas de la presión arterial, el corazón manda sangre insuficiente al cerebro, por lo tanto le llega menos oxígeno y azúcar y las neuronas se mueren”, asegura Santibáñez.
Según el neurointensivista Alfredo García González, otras causas de muerte cerebral son los traumatismos craneoencefálicos que originan un proceso inflamatorio. Esto hace que la presión dentro del cerebro se incremente y se pierda la relación entre los diferentes compartimentos que están en este órgano. Luego aparece una herniación (desplazamiento de los tejidos cerebrales) que termina con muerte cerebral, es decir, el daño irreversible del tejido nervioso.
En nuestro país, dice Santibáñez, la primera causa de muerte cerebral es la misma que ocurre en otras partes del mundo: el traumatismo craneoencefálico y la isquemia cerebral severa difusa ocurrida después de un paro cardiaco al no haber sido resucitado a tiempo.
Diagnóstico
García explica que los criterios de muerte cerebral fueron elaborados por un comité ad-hoc de la Escuela de Medicina de Harvard en 1968 y se convirtieron en ley en 1981 en los EE.UU. El comité determinó que el cerebro está muerto cuando todas sus funciones cesan irreversiblemente, y se identifica la muerte cerebral como la muerte del individuo.
También se concluyó, dice, que aunque el cerebro esté muerto los otros órganos son completamente viables para ser trasplantados.
En algunos países se acepta el concepto de muerte cerebral cuando hay daño de las estructuras superiores como son los hemisferios cerebrales y el tallo cerebral. Mientras que en otros solo cuando hay destrucción del tallo cerebral, que es el encargado de coordinar las funciones más primitivas del ser humano, como son los latidos cardiacos, la respiración pulmonar, los reflejos, la actividad vasomotora, que regula los movimientos de contracción y dilatación de los vasos sanguíneos, entre otros.
“Si alguien, por ejemplo, acerca un objeto a los ojos, estos tienden a parpadear por un reflejo básico, pero cuando se va a determinar muerte cerebral, todos los reflejos del tallo encefálico deben estar abolidos”, asegura García.
Para diagnosticar muerte cerebral también se debe excluir alteraciones electrolíticas, ácido-base, endócrinas o circulatorias.
Además descartar intoxicación o envenenamiento por drogas, y se debe asegurar la normotermia (temperatura central >36ºC o 97ºF) y la normotensión (presión arterial sistólica >100 mmHg).
Incluso si el paciente está bajo sedación hay que esperar 24 horas para que esta sustancia sea liberada del cuerpo. Asimismo hay que descartar que no haya ningún daño metabólico causado por mal funcionamiento del hígado o el riñón, por ejemplo.
Es necesario realizar el examen neurológico para demostrar la ausencia de la función cerebral y del tallo cerebral, es decir, se debe observar y registrar ausencia de reflejo corneal, ausencia de reflejo pupilar a la luz, las pupilas pueden estar en posición media o dilatada (4-9 mm), entre otros.
Test de Apnea
La muerte cerebral, agrega García, se comprueba mediante el Test del Apnea, que sirve para saber si el paciente respira espontáneamente o no. Cuando alguien no respira, el CO2 (dióxido de carbono) se incrementa y esto estimula al tallo cerebral y la persona respira más veces para eliminar el exceso. Si en la prueba de gases arteriales el CO2 está por arriba de 60 mmHg, se considera como diagnóstico de muerte cerebral.
Sin embargo, dice, hay personas fumadoras que tienen el CO2 incrementado y en estas se necesita que exista una diferencia de 20 mmHg. Es decir, si la base es de 60 mmHg, se necesitan 80 mm de Hg para ser declarado con muerte cerebral. Este test se lo hace sacando al paciente del respirador por un lapso de 10 a 15 minutos.
Donación de órganos
Según Verónica Jerez, coordinadora técnica del Instituto Nacional de Donación y Trasplantes (Indot), la muerte cerebral es la muerte del individuo, es irreversible y no existe tratamiento alguno. Por lo tanto, una vez diagnosticada y certificada lastimosamente se ha perdido a un ser querido.
“Fallecer bajo este diagnóstico es la única forma en que una persona puede donar sus órganos, tejidos y células para trasplante”.
Además, agrega, hay cientos de personas que están en una lista de espera para recibir un trasplante y poder salvar o mejorar su condición de vida.
Legislación ecuatoriana
La Ley Orgánica de Donación y Trasplante de Órganos, Tejidos y Células, publicada en el Registro Oficial Nº 398 del 4 de marzo del 2011, refiere muerte encefálica al cese irreversible de las funciones encefálicas en presencia de un funcionamiento cardiovascular y ventilatorio artificial, certificada de acuerdo con el protocolo que la autoridad sanitaria nacional reglamente.
Además, según Verónica Jerez, coordinadora del Indot, en este país para certificar la muerte de un ciudadano ecuatoriano y residente legal se debe cumplir con el protocolo de muerte cerebral bajo criterios neurológicos, a través del cual se constata el cese irreversible de las funciones del tronco y de los hemisferios cerebrales.