Alexandra Cousteau: La ‘sirena princesa’
“Me ha inspirado una vez más, y estoy lista para creer y dispersar el mensaje. Escuchándola me doy cuenta de que estos ‘embajadores del planeta’, como ella, son indispensables”.
De vez en cuando, habiendo escuchado a montones de expositores que bogan por la conservación, incurro en una especie de escepticismo y letargo. Es parte de un ciclo, que se ha repetido en varias ocasiones: luego de estar expuesta de manera intensa a los ideales de proteger el planeta, caigo en un estado en que las palabras no me llegan ni los actos me convencen; dudo de su eficacia e incluso sinceridad.
Pero hoy, Alexandra Cousteau me ha inspirado una vez más, y estoy lista para creer y dispersar el mensaje. Escuchándola me doy cuenta de que estos “embajadores del planeta”, como ella, son indispensables. Existen para recordarnos que es posible soñar, que hay gente en la lucha y, sobre todo, que es necesario hacerlo, si queremos heredar un mundo relativamente sano a las siguientes generaciones.
Alexandra proviene de una familia dedicada a ser emisaria de la vida. El legado empezó con el abuelo. Jacques Cousteau nació en 1910, cerca de Bourdeaux, Francia. De muy joven, durante un campamento de verano, se le impuso como castigo a sus travesuras, la limpieza de un lago. El tiempo dedicado a escarbar su fondo fue lo que posiblemente lo inspirara en su inclinación por explorar lo desconocido bajo las aguas.
En 1930 entró a la Escuela Naval Francesa. Un accidente de carro le hirió las manos al punto de que quisieran amputárselas. Él se negaría a perderlas y para rehabilitarlas se dedicó un año entero a nadar intensamente, otro detalle que marcaría su vida.
Para entonces, Jacques se había casado con Simone Melchior, de familia de almirantes franceses, amante también de la aventura y del mar. A través de las relaciones de la esposa Jacques conoce al ingeniero Emile Gagnan, con quien inventa (1942-1943) el prototipo del primer regulador de buceo que da nacimiento a la tecnología de los equipos de buceo modernos.
El camino estaba marcado; fueron muchas casualidades, sumadas a una mente creativa y al apoyo, anónimo e incondicional, de su esposa, que lo llevan a producir su primer documental Este mundo silencioso, y luego la serie que influiría en la vida de cientos de miles de personas, El mundo submarino de Jacques Cousteau. Gracias a él conocimos por primera vez los misterios del océano, y nos fuimos dando cuenta también de lo que íbamos perdiendo.
Alexandra Cousteau visitaba al abuelo en el acuario de Mónaco. Allí jugaban, él, a ser el cuidador de los mares, y ella, la sirena princesa. La nieta lo inquiría de manera interminable, que por qué las estelas de color blanco en el cielo, que si las anguilas eléctricas podían matar a una persona, en fin, hasta que un buen día el abuelo le respondió “pronto tendrás que ir tú y ver por ti misma, ya que yo no puedo contestarte todas las preguntas sobre el mar”. Y a los siete años le enseñó a bucear.
Ahora Alexandra es madre de una niña de 14 meses de edad; ha nacido casi cien años después que Jacques Cousteau, un siglo en el que se han perdido tantas especies, como ella misma dice: “Tesoros de mi infancia que deseaba compartir con mi hija, ya no están más. Ciertamente, Galápagos existe todavía, y seguro que la voy a traer”.
Muchos la interrogan sobre el legado de su abuelo, sobre las pesquerías, pero ella considera que una de las mejores preguntas que puede escuchar es “¿qué es lo que yo puedo hacer para mejorar la vida en el planeta?”. Y que solo es cuestión de mirar el entorno cercano en que vivimos, el drenaje en nuestro hogar, de dónde viene el agua que utilizamos, adónde va.