Rimini se está reinventando
La cuna de Federico Fellini es un balneario famoso de la ribera romañola (norte de Italia).
Simona Gattei deja vagar la mirada por la playa de Rimini y endereza las sillas de mimbre. Ya desde temprano hay turistas sentados en el chiringuito. Gattei, de 45 años, tiene el pelo tan rubio como su madre alemana, Christel, quien en 1970 visitó el balneario italiano como turista y se enamoró del socorrista Giancarlo. Los dos se casaron un año después y en 1972 nació Simona.
En ese entonces, Rimini era un destino del turismo de masas, un balneario de los superlativos con 1.200 hoteles, 40.000 sombrillas y 230 socorristas. El idilio duró casi tres décadas, hasta fines de los 80, cuando el balneario más antiguo de Europa fue pasando de moda. Pero el Rimini actual no es solo la sombra de lo que fue ayer. De ninguna manera.
Franco Russo regenta con sus dos hermanos el restaurante La Botte, en la elegante vía Amerigo Vespucci. “Desde hace dos años, la situación mejora otra vez. Los turistas están volviendo”, dice.
Pero algo ha cambiado. En Marina Centro, el tramo central de la playa, predominan los hoteles de cuatro estrellas, los bares y clubes nocturnos elegantes y las boutiques selectas. Las sencillas pensiones familiares solo han sobrevivido en las calles laterales.
El infatigable alcalde de Rimini, Andrea Gnassi, ha logrado inaugurar una nueva era para el balneario. En junio del 2016, Gnassi fue reelegido tras un mandato de cinco años, algo excepcional en Italia. Desde el ayuntamiento en el distinguido Palazzo Garampi, Gnassi cambió el aspecto urbano bajo el lema “No más hormigón, sino más cultura”.
Desde el balcón del ayuntamiento, el alcalde señala el Teatro Galli, situado al final de la plaza, que fue inaugurado por Giuseppe Verdi en 1857. Desde hace 70 años está paralizado porque fue bombardeado durante la guerra. Está previsto que el edificio quede totalmente reconstruido en 2018 con un interior similar al de la Scala de Milán.
Debido a los numerosos monumentos antiguos, Rimini lleva el apodo de “la pequeña Roma”. Para que la ciudad recupere su antiguo esplendor, Gnassi pretende cerrar el centro a los carros. Actualmente, los automóviles siguen circulando por el Puente de Tiberio, una obra romana de más de 2.000 años de antigüedad.
Rimini también es la ciudad natal de Federico Fellini, el director de La dolce vita. La ciudad le dedicará a su hijo más célebre un nuevo complejo de museos para atraer un turismo cultural.
A la vuelta de la esquina de la Piazza Cavour, en la animada calle Corso d ’Augusto, está siendo renovado el cine Fulgor, donde Fellini aprendió de niño a amar el arte cinematográfico. Según los planes, en tres plantas se mostrarán bocetos, fotos y carteles de proyectos cinematográficos.
Quienquiera seguir desde ya las huellas de Fellini debe dirigirse al Grand Hotel con su suntuosa fachada blanca, el edificio más glamuroso a orillas del mar Adriático. “Siempre dicen que Fellini hizo famoso al hotel, pero yo creo que fue al revés”, dice el gerente de ese hospedaje, Fabio Angelini. Como niño de ocho años, Fellini observaba detrás de la valla las bulliciosas fiestas que se celebraban en el Gran Hotel.
En el vestíbulo del hotel, Angelini coloca sobre una mesa de mármol un facsímil de Il Libro dei Sogni (El libro de los sueños) de Fellini, un bloc de bocetos con muchos dibujos eróticos. El original se encuentra en el Museo Municipal de Rimini. No fue hasta que ya era un famoso cineasta que Fellini pudo darse el lujo de reservar una habitación en el hotel. Siempre eligió la suite número 315, con muebles franceses y cortinas de brocado.
Sin embargo, ¿también se puede atraer a la generación joven con el mito de Rimini, la idea de la dolce vita? Parece que el alcalde lo ha logrado, por ejemplo, con festivales de comida callejera, eventos deportivos y su iniciativa favorita, “La Notte Rossa”. El 7 de julio de cada año, los habitantes de Rimini se ponen ropa de color rosa, muchos se tiñen el pelo de ese color y se ilumina el Gran Hotel, de color rosa por supuesto. (I)